Cuesta abajo en la rodada, por Teodoro Petkoff

Hugo Chávez no debe haber dormido bien anoche. La marcha de la Fuerza Bolivariana de «Trabajadores», ni siquiera con el gancho de su participación, logró trascender los límites del ridículo. Fue una escuálida manifestación, con poca gente y sin sindicatos, la mitad de cuyos pocos concurrentes fue traída del interior y pagada por su asistencia (¡insólito!). En la Plaza Candelaria, el show musical que montó Maduro fue el patético broche de oro de una jornada sin aliento y sin ángel. Chávez, que tiene olfato para estas cosas, no se asomó por allí. Ni pendejo que fuera. La otra marcha, de la CTV, el Nuevo Sindicalismo y otros sectores, que tampoco fue una gran cosota, resultó, sin embargo, considerablemente más nutrida que la de sus desfallecientes rivales. Al paso que van las cosas, el año próximo hasta la marcha de Primero Justicia va a ser mayor que la de la FB»T». Es un signo de los tiempos. La «revolución» pierde fuelle a pasos acelerados. La legitimidad que da un pueblo movilizado a los gobiernos que se dicen revolucionarios, está cada vez más desleída. El «asalto al cielo» (la vieja metáfora de Marx para nombrar la revolución), lo protagonizan ahora «dirigentes» en rancheras de lujo, incapaces de movilizar algo más que los empleados de la alcaldía, y una minúscula pandilla de atorrantes que, hasta esta mañana, estuvo atrincherada en la UCV, de espaldas al país y a la propia comunidad que ultrajan con su abuso y su cobardía. El paradójico resultado de estas torpezas, de estas arbitrariedades, es dejar al gobierno al margen de los procesos de cambio y renovación que se pueden dar tanto en el sindicalismo como en la educación superior. La ironía de todo esto es que la «revolución» refuerza los elementos de conservatismo que existen en ambos sectores. El chavismo es una presencia reaccionaria tanto en el mundo laboral como en el universitario.
Chávez debe vencer su propia mitomanía. Aquí no sólo no hay ninguna revolución sino que la gente venezolana tampoco ve ni siente un gobierno que se ocupe con eficiencia de la vida de todos los días: el empleo, la comida, la seguridad, los servicios públicos, la educación, la salud. Algunas personas de la marcha bolivariana no ocultaron su decepción por la ausencia del Presidente. «Yo vine de Anaco sólo para verlo a él», se quejaba una buena señora (Ver crónicas en páginas 4 y 5). ¿Cuánta gente, Hugo, ya ni siquiera se molesta en venir no de Anaco o de Elorza, sino de aquí mismo de Los Magallanes, tan sólo para verte? Sin embargo, cuando estos signos en el cielo obligan a la amplitud, a unir «godos» y «patasenelsuelo», como proponía Miquilena el 19 de abril, a Chávez no se le ocurre otra cosa que la respuesta sectaria y obtusa: revivir el MBR-200 y tomar por asalto la UCV. Ante un país que cada vez le ve menos queso a la tostada, Chávez responde con el llamado a la secta y a la radicalización de su conducta. Ese camino no conduce sino al fracaso. A la vida social no se le pueden cortar los dedos, como a las hermanas de Cenicienta, para que sus pies quepan en el zapato del «proyecto revolucionario». Ni al sindicalismo, por desacreditado que haya estado, ni a la universidad, por asiento de toda clase de vicios que pueda ser, se los puede reformar y renovar por imposición del poder político. Si se quiere reformar y renovar y no simplemente ocupar territorios «enemigos», no hay otra fórmula que el debate desde dentro, la alianza con las fuerzas sanas y renovadoras en esos sectores y no el avasallamiento de la fuerza bruta, de los «misiles». Nunca como en este caso es más oportuno recordar a Unamuno frente al franquismo: «Podrán vencer, pero no convencer»