Culebrón bélico, por Teodoro Petkoff

De modo que nuestro Gran Guerrero anuló su viaje a Cuba para poder estar aquí en el momento en que las tropas colombianas inicien su ataque a nuestro territorio? ¿Creerá Atila que sus compatriotas somos estúpidos y que un aguaje tan burdo tiene el más mínimo viso de credibilidad? No existe ningún indicio de que tal «invasión» pudiera ocurrir justamente hoy, así que se nos ocurre pensar que la suspensión de ese viaje debe obedecer a una solicitud del gobierno cubano, que no quisiera verse involucrado en un pleito sobre el cual ha guardado, hasta ahora, el más impenetrable silencio -tal como ha venido acostumbrando ante los frecuentes dislates internacionales de Chacumbele.
Cuba mantiene excelentes relaciones con Colombia –y en particular Fidel con Uribe–, y probablemente no habría querido tener como orador, en una de sus fechas cimeras, a un deslenguado como Atila, profiriendo sus habituales improperios contra Uribe.
Pero Atila a todo tiene que darle un tono melodramático. No puede excusarse con una vulgar gripe o con «problemas de agenda». No, eso no sería propio de un gran conductor de tropas como él. Si deja de cumplir con un compromiso, nada menos que con la revolución cubana, no es por nada tan banal sino porque estaría en peligro la seguridad de la patria y sólo su valiente presencia nos salvaría del feroz lobo colombiano.
Pero como Chacumbele no da puntada sin dedal, aprovecha asunto tan delicado como éste para jalar la brasa hacia su sardina electoral. Este tema debe ser manejado, una vez producida la ruptura, dentro del marco de la diplomacia interamericana, evitando toda innecesaria cuanto inútil referencia belicista. Atila, sin embargo, quiere transformarlo en parte de su campaña electoral. Apuesta a despertar el reflejo de «mi país, con razón o sin ella» y embiste contra la oposición, amenazándola con los fuegos del infierno si no asume a pie juntillas sus posturas. «No crean que se van a quedar tranquilitos… Tomaríamos medidas internas…». El supuesto para estas amenazas es que «el imperio yanqui agreda a Venezuela». Pero puesto que tal agresión no se divisa en el horizonte, el aguaje no tiene otra intención que la intimidatoria. En Colombia, por cierto, a nadie se le ocurre amenazar a los muy duros críticos de la política de Uribe en la presente coyuntura. A Chávez le encantaría aprovechar la situación para llevarse en los cachos lo que queda de vida democrática en nuestro país. De igual manera, amenaza a Estados Unidos con cortarle el suministro de crudo, peeero, claro, «si arremete» contra nuestro país. No siendo éste el caso, su «antiimperialismo», como le mamaba gallo Lula en alguna ocasión, no llegará jamás a suprimir las ventas de petróleo a Estados Unidos. Puro aguaje, pues.
A estas alturas del juego, lo más conveniente es facilitar que los mecanismos diplomáticos puedan actuar sin interferencias y que la llamada «diplomacia del micrófono» sea silenciada en ambos lados de la frontera. Tanto Chávez como Uribe deberían abstenerse de continuar echando leña retórica a la candela.