Cumbre SUR-SUR, por Teodoro Petkoff

Cuando Brasil e India reclaman puestos permanentes en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no están incurriendo en ninguna pretensión desmesurada y arbitraria sino expresando nuevas realidades planetarias, de las cuales las potencias del universo desarrollado van a tener que tomar nota. Y es de esos cambios profundos que se han dado en los sesenta años transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, que da buena cuenta la cumbre árabesuramericana celebrada en Brasil, por iniciativa del presidente Lula.
Que algunos jefes de Estado árabes de países tan importantes como Egipto, por ejemplo, no hayan asistido (aunque sí lo hicieron sus respectivos gobiernos), no empaña la significación del evento. Más aún, la mera celebración de la cumbre, independientemente de este detalle, ya por sí misma marca un hito en el desenvolvimiento de nuevos esquemas geopolíticos en el planeta. Desde los tiempos, ya lejanos, en que el respetado Julius Nyerere lanzó la iniciativa Sur-Sur, no se había producido un acontecimiento como la cumbre de Brasil, que reuniera a más de 30 países del Sur sin que ello haya estado determinado, como tantas veces en el pasado, por los intereses de algunas de las potencias, sobre todo durante los largos años de la Guerra Fría.
En esta oportunidad, la iniciativa partió del Sur, para abrir espacios inéditos a la acción de nuevos protagonistas en la escena internacional. Si bien varios de los países árabes, individualmente considerados, son pequeños y de escasa población, el conjunto compone varios centenares de millones de personas que pueblan uno de los escenarios más volátiles y conflictivos de la Tierra, respecto del cual América Latina ha permanecido de espaldas, incluso a pesar de la fuerte presencia inmigratoria árabe en nuestros países. La contraria no es menos cierta; para el mundo árabe, aun a despecho de los millones de oriundos de aquella región que han llegado a nuestras costas, América Latina es una suerte de tierra incógnita, a la cual apenas si los une, vía Venezuela, el negocio petrolero.
Pues bien, la idea de la Cumbre es poner fin a esta mutua desaprensión. Desde luego, sería absurdo esperar resultados inmediatos. Estos vendrán con el tiempo. Pero la importancia de esta reunión cimera es que ella ensancha el camino, no exento de contradicciones y altibajos, a nuevas tendencias históricas; entre otras la de dar protagonismo autónomo, y cada vez más determinante, a países que todavía hace medio siglo formaban parte del mundo colonial y que aún hoy, incluyendo entre ellos a los suramericanos, padecen las consecuencias de una relación política y económicamente asimétrica con los países desarrollados. Pero, como lo sostuvo Lula, se fortalecen los vínculos Sur-Sur no para “pelear” con el Norte, sino para poder dar al necesario trato y diálogo entre los dos hemisferios, la equidad y la justicia de que hoy carecen.