De cara al viento, por Gustavo J. Villasmil Prieto

Twitter: @Gvillasmil99
A mis ahijados de las promociones de médicos especialistas en Medicina Interna de la Universidad Central de Venezuela-Hospital Universitario de Caracas de 2021 y 2022, en el recuerdo imperecedero de mi maestro, profesor Carlos Alberto Moros Ghersi.
“De cara al viento saldremos al camino,
con ansias a buscar, la claridad del sol,
velero inmenso con mástiles de gritos,
nuestra alma juvenil, florecerá en canción.
Marchad con fe en un ideal,
que sea fuerte y creador,
será la empresa sin igual,
que hará más grande nuestro amor”
Joseph Haydn, «Marcha de la Creación» (1796)
Había hace muchos años, allá en mi escuela del Hospital Vargas, una coral estudiantil. Aquella debió ser la más calamitosa agrupación de su tipo en toda la Universidad Central. Reunir a sus integrantes para ensayar un repertorio básico era materialmente imposible: un día, los bajos y sopranos estaban de guardia en emergencia; el otro, eran los contraltos los que estaban en quirófano, los tenores de pasantía rural o el director presentando examen: hasta montar la conocidísima «Espléndida noche» de Don Ricardo Pérez, infaltable aguinaldo en toda parranda navideña venezolana, ¡resultaba un lío con tantas voces desafinadas y tan pocas horas de ensayo! Pero recuerdo también una pieza que, por alguna extraña razón, aquellos disonantes compañeros míos entonaban hermosamente, al punto de que nunca jamás la escuché mejor interpretada por ningún otro coro: era la «Marcha de la creación», compuesta por Joseph Haydn a fines del siglo dieciocho, en cuya letra reencuentro, cada vez que el espíritu decaído me lo pide, la antigua fuerza de mi juventud.
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Cumplido el tiempo de vuestra formación, queridísimos ahijados míos, les toca ahora salir por los caminos de Venezuela en busca del hombre y de la enfermedad abandonados a su suerte en un país miserable que mira hacia otro, el país del «enchufe» y el poder y que se autocomplace en sus respectivas burbujas. Marchen con fe en el ideal primero, el que los trajo un día a la escuela de Medicina. Reivindíquenlo en su esencia primigenia, por encima de los dictámenes de «influencers», «tiktokeros» y de toda su grey de oficiantes que lo degradan en nombre de un moralmente cuestionable concepto mercantil hecho a la medida de los viven de la enfermedad más que de aliviarla. Por ahí no es, mis queridos muchachos.
¡Hay que volver, ahijados queridos! Volver a la promesa juvenil. Ella será la que nos nutra en estos tiempos de miseria espiritual. Iniciamos un nuevo año bajo la misma incertidumbre de los anteriores. Aunque sea a tientas, procuremos avanzar, empinándonos por encima de este horror en el que nos hemos convertido como país. Abandonarnos a merced del pillaje institucionalizado o, peor aún, hacer las paces con él, nunca podrá ser una opción para ustedes: porque incluso a riesgo de ser derrotados, dejar un testimonio que sirva de guía a las futuras generaciones ha de ser siempre vuestra primera obligación. Ese es el compromiso, mis hijos.
Vayan ustedes por donde les toque, muchachos. Las grandes carreras en medicina no se hacen «andando por la sombrita», sino recorriendo sus más difíciles caminos. El ejercicio médico en Venezuela, cuando se asume como servicio y no como estribo para cabalgar sobre el drama de los que sufren, ha sido y será siempre duro, no apto para espíritus tibios.
Marchen de cara al viento, como reza la entrañable letra del gran Hydn, insuflados sus espíritus de plena conciencia del momento que vivimos y, sobre todo, de valor. Nunca se lleven al bolsillo la lágrima de un venezolano pobre. Al final, será la vida la que un día les recompense o les reclame. Créanme: tras haber vivido y visto lo suficiente, les digo que sus juicios suelen ser implacables.
Abracen el ideal médico con todas sus fuerzas, muchachos. Dos mil años de tradición médica les preceden, de los que Venezuela ha visto pasar los últimos doscientos cincuenta. Como habrán podido ver, se trata de cuidar un acervo que no se construyó en dos días y que no nos pertenece del todo, pues tenemos la obligación de preservarlo para el porvenir. Sean conscientes de la sacralidad de la función que ejercen y sacrifíquenle todo a una vida ordenada y vivida bajo ese signo, el de la bata blanca. Menos de eso, mis queridos, no sirve.
Empápense de todas las cosas que son inherentes a la vida con el mismo ahínco con el que escrutan los signos y los síntomas en el enfermo en procura del más preciso de los diagnósticos. Lean los grandes libros: ¡la vida entera está escrita en ellos! Busquen a Dios, poniéndose en su presencia cada vez que puedan. Búsquenlo en la oración de cada día, esa que elevamos al despertar o al recogernos tarde en la noche para descansar después de la jornada más extenuante. El médico autofundado, ese que cree que él solo se basta a sí mismo para sostenerse en el mundo, está de antemano perdido.
Ahora es a mí a quien toca, como a mi maestro hace treinta y pico de años, allá en las verjas centenarias del Hospital Vargas, acompañarlos a las puertas del Hospital Universitario y cerrar con ustedes esta etapa para dar inicio a otra muy distinta, la del ejercicio cotidiano. «Háganlo bien por donde vayan, muchachos», nos dijo el maestro Moros Ghersi al despedirnos.
Conserven siempre impoluta la bata blanca y todo lo que ella simboliza. De cara al viento, marchen buscando claridades en medio de estos tiempos de oscuridad. Venezuela no puede resignarse a ser por siempre la enferma de América y redimirla debe ser para ustedes la más grande tarea que jamás haya emprendido.
Como mi maestro en la mañana de su adiós, hace tantos años, les imparto hoy a todos y a cada uno mi paternal bendición.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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