De Hugo a Yugo, por Teodoro Petkoff
Al bajarte del camello, pisa tierra, comandante
Ponemos comillas: «Gobernar exige prudencia, discreción. No se puede gobernar para estar creando roces innecesarios. Para estar chocando con diversos sectores. Gobernar en situaciones de crisis exige mayor ponderación… Pero lamentablemente en nuestro país no es así. Por lo general nuestros gobernantes son pendencieros. No les basta con los problemas que el país tiene… sino que suscitan nuevos problemas… Se especializan en ser, en lugar de factores de estabilización, factores de desestabilización». ¿De quién son estas palabras? Pues nada menos y nada más que de José Vicente Rangel, en noviembre de 1986, en su columna de El Universal. Muchos años antes, el general Gómez, con su estilo de montañés taimado, había dicho lo mismo: «Gobierno no busca pleito». Porque conocemos a Rangel, podemos estar seguros de que no se desdice ni en una coma de sus afirmaciones de hace tantos años. Por lo mismo, queremos creer que las palabras conciliatorias, los puentes que tanto él mismo, como Luis Miquilena, han tendido en los últimos días, no son pura retórica ni humo en los ojos, para entretener al país durante unos días, mientras regresa Hugo y con él el estilo «pendenciero» y «desestabilizador». No quisiéramos tener que coincidir de nuevo con José Vicente cuando apuntaba, hace años también, que «contrasta esa actitud de provocación permanente, con las invocaciones que formal, retóricamente, se suelen hacer al diálogo». Sería malísimo para el país que la amplitud con que hizo Miquilena su segundo debut termine siendo pura retórica, es decir, pura paja. No por él mismo, quien, en fin de cuentas, está abierto al diálogo y tiene mano zurda, sino por su jefe, quien no puede ver un micrófono y cuatro gatos reunidos porque se suelta a disparar plomo hirviente, venga o no a cuento.
La situación del país exige del gobernante «ponderación», como recomendaba José Vicente en 1986. La masa no está para bollos. El soberano se encrespa. Hay paros por todas partes y quienes se acercan a los actos presidenciales lo hacen ahora en un tono de reclamo colérico, pidiendo trabajo. En la Fuerza Armada rastrillaron los sables y Eliézer Otaiza duerme con un ojo abierto y el otro también. La clase media profesional ya no quiere saber nada del gobierno. La economía, que para el 2001 lucía auspiciosa, se volvió a estancar en este primer bimestre porque el discurso presidencial se la pasa «creando roces innecesarios», «chocando con diversos sectores». El discurso político «pendenciero» contrae la inversión y el esfuerzo productivo. Es increíble que Chávez no pueda lograr internamente una distensión como la que poco a poco ha ido alcanzando con los inversionistas extranjeros, entre los cuales existe hoy menos aprensión que hace uno o dos años. Pero es que su discurso ya no sólo irrita innecesariamente a quienes desde siempre lo han adversado, sino que Chávez está comenzando a sacarle la piedra a quienes confiaron en él, entre los cuales el entusiasmo comienza a ser sustituido por el fastidio. Hugo comienza a ser Yugo.