De la injusticia a la exclusión, por Alejandro Oropeza G.
Twitter: @oropezag
“…la movilización de la sociedad… <es> esencial
para el fortalecimiento del Estado de Derecho”.
VenAmerica: “Sobre los sucesos a propósito de la muerte de
George Floyd”, Comunicado de junio 2, de 2020.
Toda reflexión ética se centra en el ser humano y es indisoluble de la dimensión social que la define y condiciona. Reflexiones que, al poseer fundamento ético, se focalizan en valores que persiguen justificar acciones específicas, ejecutadas en los espacios de aparición pública de los hombres interactuando con los “otros”, sus “otros”. Dos de los valores sobre los que se asienta la razón de ser de los hombres y mujeres son: la libertad y la justicia.
Mismos, tan indispensables para la dignidad humana, que son los primeros quebrantados cuando se persigue fracturar la condición del ser social y los cuales emergen manifiestos en sus contravalores: la injusticia y la opresión. Y, Ciertamente, en oportunidades es más viable definir valores tan complejos a partir de sus contrarios, pues su carencia traduce búsquedas en el plano de las relaciones sociales y de estas, con las estructuras de dominio.
La injusticia está siempre presente en nuestras sociedades. Es más potencial su ascendente en aquellas no democráticas, en las que el índice de los excluidos de beneficios y protecciones sociales es alto.
Se halla una correlación negativa: a menor democracia mayor injusticia. En este sentido, yendo a nuestros espacios, se advierte muy ocasionalmente en muchas de las sociedades de América Latina, conductas consensuadas basadas en principios de justicia incluyente.
Es evidente la marginalidad y la exclusión, mas cabe preguntar: ¿es esto exclusivo en América Latina o en países no desarrollados y/o no industrializados? Esta condición, la marginalidad y la exclusión, es resultado de un contravalor: la injusticia. Es válido, entonces, el planteamiento de John Rawls, que entiende que una injusticia es la carencia de un valor objetivo que se proyecta en una realidad adversa, pero que es posible imaginarla en una situación ideal en donde tal valor esté presente. Es pertinente y necesaria la concreción de anhelos y acciones para alcanzar la realización parcial de dichos valores, los cuales se ejecutan en atención a dos dimensiones estratégicas: las violentas y las pacíficas.
Es necesario reconocer que son muy pocas las resistencias violentas que han logrado tales fines; y varias las pacíficas que lo han conseguido, valga recordar las lideradas por Mahatma Gandhi, Martin Luther King Jr., en los propios Estados Unidos de América, y Nelson Mandela.
Estas reflexiones vienen a propósito de las acciones violentas que acaecieron precisamente en los Estados Unidos de América, en el transcurso de las últimas semanas, con motivo de la muerte de George Floyd; y que aún tienen lugar en ya contados espacios públicos de este y otros países. Mismas que generaron el comunicado citado en el epígrafe por parte de VenAmerica, organización domiciliada en el Sur de la Florida, entre otros.
No cabe duda de los “excesos” en la acción policial que lleva a la muerte de Floyd, que traduce o es expresión de la existencia real de una injusticia que, como antivalor, lleva a un consenso en parte de la sociedad: la imposibilidad de ejercer acciones ciudadanas en un marco de inclusión igualitaria y que esa inclusión exprese la existencia de un valor: la justicia.
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Identificado el valor, su opuesto y las consecuencias: justicia/injusticia = inclusión/exclusión, cabe preguntarse por la pertinencia y utilidad de la respuesta de la “masa” (término asumido con base a las reflexiones de Ortega Y Gasset y Le Bon), articulada a través de una racionalidad colectiva/grupal divorciada de la de sus integrantes individuales. Lo cierto es que, recordando a M. Luther King Jr., no puede combatirse a la oscuridad con más oscuridad ni la violencia con más violencia.
Las acciones deberían estar orientadas a la recuperación y/o conquista del valor afectado (la justicia), a la superación de las consecuencias (la exclusión); y, finalmente, al resarcimiento de la violación que motiva la pertinente movilización, el justo reclamo. Pero, ello con miras a que, en el futuro más inmediato posible, se supere la injusticia y se atienda la exclusión; y no que la respuesta/acción sea la generalización del antivalor como réplica colectivizante, en donde se homogenice la carencia. Si es así, ese futuro posible no será de vigencia de justicia sino de injusticia horizontalmente extendida.
El punto de partida debería ser lo que la filósofa americana Martha Nussbaum define como “ira de transición”, entendida como acción colectiva que persigue colectivamente viabilizar un futuro en donde las acciones que impactan negativamente los valores (provenientes de diversas fuentes) sean confrontadas por acciones para su resarcimiento y recuperación y no para la extensión ad infinitum de la venganza siempre inútil y el afianzamiento en las sociedades de la violencia continua.
Parafraseando al Dr. Martin Luther King Jr., sería asumir responsablemente, como colectivo social, enfrentar la oscuridad con luz y a la violencia con paz y acuerdos sociales.
Miami, FL.