Del 18 de octubre al 18 de brumario en Chile, por Pablo Policzer
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En el reciente plebiscito los chilenos rechazaron masivamente la Constitución propuesta por la Convención Constitucional. El resultado no solo es una derrota para la Convención, sino también para Gabriel Boric. Si bien el Gobierno trató de mantener la neutralidad y de asegurar un proceso justo, Boric y muchos de sus partidarios emergieron como fuerza política a través de los movimientos estudiantiles desde las protestas de 2011 hasta el estallido social del 18 de octubre de 2019, y exigieron una nueva Constitución. Esta exigencia fue apoyada por casi el 80% de los chilenos en el plebiscito de 2020 y por el mismo Boric en su campaña presidencial. Entonces, ¿cómo se explica la disyuntiva entre el gran respaldo a favor de una nueva Constitución hace dos años y el amplio rechazo a la Constitución propuesta?
Más allá de las críticas a la nueva Constitución o al proceso constituyente (quizás fue muy maximalista o no conectó bien con las verdaderas prioridades de la gente), un argumento que ha surgido en algunos sectores de la izquierda se refiere a la ignorancia del pueblo chileno. La idea es que muchos votaron supuestamente en contra de sus propios intereses, especialmente en un contexto de propaganda sofisticada a través de redes sociales. Según esta teoría, la gente fue manipulada con mucha desinformación y “fake news” y terminó rechazando una Constitución que les hubiese favorecido.
Es posible reconocer la sofisticación de la campaña del rechazo, tanto como los posibles desaciertos de la campaña del apruebo, que algunos trataron de advertir desde un comienzo. Pero como explicación, la ignorancia o manipulación del pueblo chileno simplemente no convence. ¿Por qué hablar de ignorancia ahora y no tras el plebiscito de entrada cuando casi el 80% aprobó el proceso constituyente, o en la elección que llevó a Boric al poder? En ambos casos también hubo «fake news», pero entonces se habló de un proceso claramente democrático.
Aparte de las posibles inconsistencias de esta explicación, este tipo de argumento tiene una larga trayectoria en el pensamiento de la izquierda, especialmente la marxista. En una de sus obras maestras, El 18 de Brumario de Louis Bonaparte, Marx analiza un proceso comparable a lo que acaba de ocurrir en Chile y también lo que ocurrió entre 1970 y 1973.
En Francia, la revolución de 1848 acabó con un régimen liberal liderado por la burguesía y abrió un período de grandes ideales revolucionarios y de un agudo conflicto político. Pero esos ideales se derrumbaron en 1851 con el golpe de Estado de Louis Bonaparte, el Trump, Bolsonaro o Pinochet de su época. Bonaparte era un “outsider” político que llegó al poder apoyado no solamente por la burguesía, sino también por una gran mayoría del pueblo francés, especialmente los campesinos y parte del proletariado. ¿Cómo explicar ese rotundo fracaso solo tres años después de la revolución?
Parte de la explicación que ofrece Marx en uno de sus más acertados y famosos argumentos es que cuando la burguesía no puede tener todo el poder, está dispuesta a sacrificar su poder político (se lo entrega a un «outsider» como Louis Bonaparte) a cambio de mantener su poder económico. Ese argumento también explica mucho de lo que pasó en Chile en 1973 a través del golpe militar que le permitió a la burguesía mantener y consolidar su poder económico, en ese caso apoyando la dictadura militar de Pinochet, otro «outsider» político.
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Pero una cosa es explicar por qué la burguesía apoyó a Louis Bonaparte y otra por qué lo hicieron las clases más explotadas, los campesinos y parte del proletariado. Aquí Marx plantea otro argumento, mucho más problemático. Sin entrar en las complejidades de la política francesa y de la dura lucha de clases que analiza Marx, parte de la explicación que ofrece es que la «conciencia de clase» del proletariado —la clase revolucionaria ideal— estaba todavía insuficientemente desarrollada.
En vez de entender sus «verdaderos» intereses de clase, Marx plantea que buena parte del proletariado sufría de una «falsa conciencia». No había llegado todavía a lo que su posición en el sistema de producción determina como su verdadera conciencia de clase. Y, peor aún, nada se podía esperar de la clase más numerosa, empobrecida y explotada: los campesinos, cuyo lugar en el modo de producción no les permite siquiera desarrollar una posible conciencia de clase. Por apoyar masivamente a Louis Bonaparte, en contra de sus supuestos intereses de clase, Marx se refiere a ellos como «sacos de papas», una masa que puede comprarse barato.
Se puede leer en esas líneas un desprecio hacia la masa popular que rehúsa a comportarse, como lo determina Marx, de acuerdo a su ideario. Es una manera sofisticada de decir que el pueblo es ignorante y que puede ser fácilmente manipulado. Esa brecha entre cómo se supone que el pueblo debe actuar —a favor de sus supuestos intereses— y cómo realmente actúa, históricamente le ha causado grandes frustraciones políticas a la izquierda.
Es una frustración anterior a Marx y en su obra alude a cómo se repite a lo largo de la historia. El golpe de Estado de Louis Bonaparte en 1851 es comparable al golpe anterior de su tío Napoleón Bonaparte el 18 de brumario (9 de noviembre) de 1799, que derrumbó los ideales maximalistas de la Revolución francesa de 1789. La primera vez, como tragedia, y la segunda, como farsa, según una de las frases más famosas del libro, a través de la cual Marx hace alusión a su maestro Hegel.
Esa brecha ha sido parte de muchos desaciertos de la izquierda desde entonces, aún en sus versiones más centristas como en la despectiva expresión de Hillary Clinton en 2016 al referirse a los votantes de Donald Trump como «deplorables». Son los «sacos de papas» del siglo XXI que no le otorgaron la victoria en estados claves y le hicieron perder la elección. Y son los mismos que en 2016 votaron en el Reino Unido a favor del «brexit» para salir de la Unión Europea, y en contra de lo que la élite urbana les indicaba.
La victoria del rechazo es el «brexit» chileno. Pero si el Brexit puede entenderse como una rebelión en contra de la integración neoliberal, los resultados del plebiscito en Chile son una rebelión en contra de la rebelión original, de 2019. La desconexión entre los ideales y los resultados del plebiscito es una de las grandes lecciones del fracaso del proyecto constituyente. En contra de todas las predicciones y de lo que les pedía la izquierda progresista, los sectores más pobres votaron masivamente por el rechazo.
Es irónico que pocos días después, en las conmemoraciones a las víctimas de la dictadura que llegó al poder a través del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, se escucharan las habituales entonaciones de «El pueblo unido, jamás será vencido». La paliza en el plebiscito debería llevar a una seria reflexión en el interior de la izquierda. Para no seguir repitiendo la historia, se debería empezar a entender el pueblo tal cual es, en vez de insistir en verlo como se quisiera que fuese con explicaciones despectivas y poco convincentes cuando este no acompaña lo que presupone la ideología política.
Pablo Policzer es profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad de Calgary (Canadá). Doctor en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Especializado en política comparada.
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