Descongelamiento mayor en Quinta Crespo
Si su aspiración es salir del mercado de Quinta Crespo con una pesca fresca, buena y barata sería bueno que en esta temporada no deseche de antemano la ayuda del milagroso Nazareno de San Pablo
En el preámbulo de Jueves y Viernes Santo, cuando la tradición religiosa ya devenida en cultura popular obliga apartarse de la carne de todo tipo, la pecaminosa y la cara, las neveras de las pescaderías del popular mercado de Quinta Crespo parecían abastecidas por especies salidas del más reciente deshielamiento de un glaciar de otra era.
Pero no son cosas del cambio climático. Más bien indican un oportunista y gran vaciamiento de las cavas repletas de mercancía que no tuvo salida en tiempos de mayor pandemia.
Lo decimos, entre otras razones, por la piel reseca y los rabos torcidos de las lisas ($2) y los lánguidos ojos de las carrachanas o bonitos ($3,5) a los que los clientes, sin muchos verdes en los bolsillos, le devolvían tan triste y melancólica mirada.
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Tras el cristal de muchas neveras, esas pieles que un día fueron plateadas, la del carite ($7,5), la de la curvina ($8) o la de las lamparosas ($2,80) lucían blanquecinas, como embadurnadas con leche de magnesia. Un buen remedio, por cierto, para los temporadistas playeros insolados en temporadas de antaño. Pero los peces no son bañistas ocasionales que gusten de agarrar sol.
La oscuridad amoratada de las ruedas de jurel ($3) delataba los tiempos remotos en que cayó en la red. Un tanto mejor lucían el lebranche ($4) y el roncador ($3). Ojalá pudiéramos decir lo mismo del siempre solidario cataco ($2,80) -gracias por los favores concedidos- y la cojinúa ($3,5).
Como toda pescadería tiene su aristocracia, y eso destaca en los precios, vimos el filet de robalo a $9, el dorado a $7, el lomo de atún a $9, el de atún blanco volando a $11, a los parguitos, ya no tan rojos sino en proceso acelerado hacia un rosa pálido, a $7 y la curvina a $8.
Pase todo lo anterior. Ahora bien, la tremenda duda con la que dejamos las bulliciosas instalaciones crespistas, es ¿qué hace el kilo de cazón ($ 7), esa especie de tanta demanda para el mojito con arroz y las empanadas, pero que de allí no pasa, codeándose con la cotización del mero, especie refinada y materia prima que desata la exótica imaginación de cualquier chef criollo o internacional?
Nada, que así lo de más demanda por el precio accesible lo vuelve caro el exceso de aprovechamiento mercantil, reduciendo las opciones que antes socorrían a la humilde plebe. Allí es cuando usted, rumbo hacia la avenida Baralt y con el saco vacío, eleva la mirada al cielo y exclama: ¡Ampáranos, Nazareno de San Pablo!