Después de mí el diluvio, por Teodoro Petkoff
Autor: Teodoro Petkoff
No nos engañemos, Chávez aspira a ganar el round del millardito en el plano de la opinión popular, no en el del debate sobre economía. Que no tenga razón y que si alcanza sus propósitos va a producir un descalabro económico de cuatro pares de riñones, es cosa que no lo desvela. Chávez hace rato que no mira ni el mediano ni el largo plazo. Su mirada está concentrada en la posibilidad de que haya un RR. Chávez habla de “megafraude” y presiona al CNE para obtener un veredicto que le quite de encima esa perspectiva, pero se prepara para ella. Porsia. Está en campaña electoral. Sus pasos de hoy están dirigidos a reforzar su base social y electoral e incluso a ensancharla. Lo del millardito forma parte de esta táctica. Frente a las que sabía habrían de ser respuestas basadas en la Constitución, en la ley y en enrevesadas explicaciones económicas, levanta un discurso de devastadora sencillez, ante el cual confía en que se estrellarán aquellas explicaciones.
De un lado está Chávez, hablando de financiar la agricultura, la producción de alimentos, el desarrollo del país; del otro, los serios señores del BCV (designados por él, dicho sea de paso) a los que por arte de birlibirloque presenta como “tecnócratas neoliberales”, que se niegan a darle el dinero para tales nobles y elevados fines. ¿Qué puede pensar un agricultor de Calabozo o un campesino de Yaritagua oyendo a Maza Zavala o a Armando León hablar de respaldo de la moneda, de dinero inorgánico, del artículo tal de la Constitución o de la Ley del BCV, en tanto que Chávez no hace sino repetir el argumento desarmante de que habiendo 21 mil millones de dólares “nuestros” en las reservas todo lo que él quiere es que le den apenas mil millones de ese realero para producir caraotas, arroz y quinchonchos, que son precisamente ese agricultor y ese campesino quienes producen?
Sin embargo, los señores del BCV tienen razón, pero aquí, nos lo enseña la historia, cualquier demagogo, manejando ideas simples, puede hacer lo que quiera con la opinión popular y dejar como unos “enemigos del pueblo” a quienes, por pura responsabilidad para con el país, enfrentan esos desatinos. Cuando Pérez Alfonso bautizó como “Plan de Destrucción Nacional” el fantasioso “Plan de la Nación” de CAP I, tenía razón, como lo demostró el desarrollo posterior de los acontecimientos, pero nadie le hizo caso. Peor aún, CAP fue reelegido con base en el recuerdo de aquellos cinco años de populismo desorbitado, de derroche y manirrotismo que fueron los de la “Gran Venezuela”. Chávez, a quien CAP podría cantarle aquello de “te pareces tanto a mí”, conoce esa historia y actúa en consecuencia.
Lo que pueda pasar con la economía en general y con la inflación y, por tanto, con la vida de la gente, no está entre sus preocupaciones del momento. En definitiva, se dirá a sí mismo, si perdiera un RR, ¿qué puede importarle lo que pase después de este con la economía? Después de mí el diluvio.
Este táctico que es Chávez, quien va de coyuntura en coyuntura, apunta hoy a reforzar el vínculo afectivo y emocional con su base social, cuyas carencias y esperanzas manipula perversamente, y a debilitar la oposición buscando ensanchar el universo de los ni-ni, base potencial de la abstención y por tanto portadores de la llave del desenlace. De allí ese operativo balurdo del millardito, cuya eficacia, sin embargo, no podría desconocerse en este país de acendradas tradiciones populistas. Habría que confiar, no obstante, en que el país no tropiece dos veces con la misma piedra y no pague con su propia ruina el mantenimiento de Chávez en el poder.