Deus ex machina, por Gustavo J. Villasmil-Prieto

“Oh, oh! ¿Qué se está moviendo? ¿A qué divinidad diviso? Muchachas, mirad, prestad atención. He aquí que un ser divino, cruzando por el éter brillante, avanza por encima de la llanura de Ptía, criadora de caballos”
Eurípides (c. 425 AC) Andrómaca, verso 1226 y sucs.
En las tragedias de Eurípides, acaso la más alta de las expresiones del teatro clásico griego, es frecuente asistir al desenlace de aquellos apretados dramas – el de Andrómaca, por ejemplo, mujer que fuera del malogrado Héctor- como consecuencia de la intervención providencial de alguna deidad especialmente conmovida por el patetismo de ciertos entramados propios del alma humana. En Andrómaca, la que viene a poner “los puntos sobre las íes” no es otra que la diosa Tetis, quien descendía magnífica sobre la escena para componer tan trágicos entuertos.
Para los “productores” teatrales de los tiempos de la civilización ática, el problema técnico de posar al actor (no habían actrices) que encarnaba a un personaje venido del cielo era resuelto mediante un sistema de cuerdas y poleas que lo izaban por los aires para después hacerlo descender lentamente en medio de la skené. Era “el dios” posado entre el corifeo y los actores a través de un elemental tinglado de cuerdas: deus ex machina lo llamaron después los romanos, el “dios salido de la máquina”.
Más allá de su origen en el teatro clásico, la expresión deus ex machina quedaría como denotativa de esas situaciones complejas en las que los involucrados esperan a que una especie de divinidad venida del cielo descienda sobre ellos trayendo consigo la solución al conflicto que no encuentran. Con las Tragedias de Eurípides en la mano, en magnífica edición de Gredos de 1977, me ha dado por recordar aquello de los dioses izados con cabuyas mientras leo las declaraciones del señor Mark Andrew Lowcock, Secretario General Adjunto de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, quien recientemente visitó Caracas.
Primero, porque de la actual tragedia venezolana – que no tiene nada de griega, por cierto– bien que se les dio parte a la totalidad de las entidades integradas en la singular sopa de letras de organismos internacionales que ahora vemos desplegarse por doquier en el país. A todas, sea que estuviesen asentadas en Venezuela o en el exterior, sin excepción.
Por los menos desde 2014, que yo recuerde, diversos actores del drama sanitario venezolano lo dijeron con cifras en la mano: que íbamos muy mal. Que la ya precaria capacidad sanitaria venezolana no daba más de sí. Que el subfinanciamiento la estaba matando. Que Barrio Adentro había sido una estafa. Que lo poco que quedaba en pie era porque estábamos “raspando la olla”.
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Hablaron sectores de la Iglesia Católica, ONG de larga y reconocida trayectoria en el medio sanitario, académicos, exministros, asociaciones de pacientes. Cada año, la Encuesta Nacional de Hospitales hizo públicas sus mediciones en medios nacionales e internacionales. La gran prensa médica del mundo, como la prestigiosa publicación británica The Lancet (que es a la medicina lo que The Economist para la economía o Foreign Policy para los temas de política internacional) dedicó editoriales enteros al tema venezolano. Pero aún así, nadie vio. O nadie quiso ver, que al fin y al cabo es lo mismo.
De las agencias basadas en Venezuela no se tuvo mejor respuesta. La comunidad médica venezolana habrá de recordar por largo tiempo la repulsa unánime que suscitó la publicación por la OPS/PAHO del informe denominado Barrio Adentro: Derecho a la salud e inclusión social en Venezuela en julio de 2006. Un auténtico bodrio cuyas inconsistencias técnicas solo fueron superadas por la abundancia de “jalagos” al régimen chavista de los que, para no fatigar al lector, me permito citar tan solo uno: “…un libro…producto y reflejo de una experiencia política y social diferente, alternativa a las corrientes actuales convencionales, explícitamente antagónica al fundamentalismo de mercado”.
Quien así se expresaba era nada menos que la señora Mirta Roses Periago, para entonces cómodamente instalada en el headquarter de OPS/PAHO en la calle 23 NW de Washington como Directora General de dicho organismo del cual se jubiló en enero de 2013.
Henos aquí entonces con el señor Lowcock, un recatado aristócrata inglés, llevándose las manos en la cabeza al constatar la profundidad de esta, la euripidiana tragedia sanitaria venezolana: ¡la cosa es mucho peor de lo que él y su team imaginaban! ¡Y que conste que lo llevaron a Los Magallanes de Catia, centro que figura en la lista de “lo mejorcito” de Venezuela en materia hospitalaria al día de hoy! Tragedia muy nuestra que se viene saldando, entre otras, con una crisis humanitaria de alcance regional que amenaza con salírsele de las manos a gobiernos enteros casi superando en magnitud a la de la dolorida Siria.
Pero no por eso dejamos los médicos venezolanos de agradecer la ayuda que se está recibiendo a través de numerosas agencias y organizaciones internacionales presentes sobre el terreno; al fin y al cabo, nada más cierto que aquello que reza el conocido refrán: “nunca es tarde cuando la dicha llega”.
En segundo lugar debo llamar la atención de quienes genuinamente piensan que en el arribo de la ansiada ayuda reside la palanca mágica que moverá las grandes rocas que pesan, incluso desde mucho antes de 1998, sobre nuestra hoy devastada sanidad pública. No ha de ser, como en el teatro del gran Eurípides, ningún deus ex machina el que baje del Olimpo a enmendarnos la plana a los venezolanos, ni en materia sanitaria ni en ninguna otra. Como tampoco serán tecnócratas metidos a demiurgos quienes con presentaciones en Power Point saldrán a enfrentar al perro bravo de los nada santos intereses que toda la vida – lo subrayo- han colonizado a una sanidad pública que hace mucho perdió el foco de su misión.
Para reconstituirnos como sanidad pública eficaz e inclusiva necesitamos antes que nada de un gran acuerdo político nacional que al día de hoy no se ve, quizás porque muchos de quienes lo buscan parecieran estar al mismo tiempo rogando al Cielo no encontrarlo. Un acuerdo al que adhieran tirios y troyanos, so pena de vernos convertidos en la Somalia de América del Sur; acuerdo alrededor del cual tendrán que verse las caras, así requieran de premedicación con ondansetrón, los factores políticos que hoy se adversan[i].
Porque solo a partir de un acuerdo así concebido será posible “entrar en materia” en lo que a la sanidad pública respecta, no antes. La ejemplar transición española así nos lo enseñó: los pactos de Toledo en materia de seguridad social solo fueron posibles porque años antes se firmaron los de Moncloa, en los que los actores que 40 años antes habían protagonizado la guerra más cruel del siglo XX – la guerra civil española- tuvieron que ponerse de acuerdo a riesgo de que la sociedad toda les pasara por encima.
Mucho es lo que nos queda por hacer a los venezolanos más allá del importante despliegue de las numerosas organizaciones internacionales que –ahora sí– parecieron entender lo que aquí está pasando. Pero no creamos que “el mandado está hecho” cada vez que nos pase por el lado alguna blanca y lujosa camioneta 4×4 con placas e insignias del CICR o cuando a nuestros hospitales se nos aparezca algún bien intencionado burócrata de acento sureño con su IPad de última versión en la mano para dejarnos un “kit” de suministros médicos o una valiosa planta eléctrica.
Porque a Venezuela no la salvaremos sino los venezolanos a partir de un reencuentro en el que a sueños y expectativas le harán contrapeso culpas y rencores. No la tenemos fácil. Sobre todo porque no habrán dioses encabuyados descendiendo entre nosotros abordo de aquellas ingeniosas maquinarias de polea y guaral con las que el gran Eurípides asombrara a la Atenas de su tiempo.
Referencias:
Eurípides (ed. 1977) Andrómaca, verso 1226. En: Tragedias, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, p.432.
OPS/PAHO (2006) Barrio Adentro: Derecho a la salud e inclusión social en Venezuela (con presentación de Mirta Roses Periago, Directora General). Centro de Documentación e Información, OPS Venezuela, 154p.
[i] Fármaco perteneciente al grupo de los antagonistas de los receptores de serotonina. De potente efecto antiemético, se emplea en el control de náuseas y vómitos.