De Díaz Canel, por Américo Martín
Américo Martín |@AmericoMartin
Desde el 19 de abril, fecha de las más importantes en la Historia de la emancipación Hispanoamericana y sin relación aparente con esa notable referencia salvo en su factura civil no militar, el Presidente del Consejo de Estado de Cuba es el ingeniero electrónico Miguel Díaz-Canel, quien vino a la vida en 1960, el año en que un grupo de ex militantes del partido de Rómulo Betancourt fundamos el MIR, partido de raigambre fidelista, cuya abnegación fue tan deslumbrante, como anacrónica y delirante su política.
Raúl Castro cargaba una contradicción en el alma. En el VI Congreso del comunismo cubano celebrado en 2011, presentó su primer informe en condición de máximo líder. Nadie podía imaginar que no fuera Fidel quien hablara en la importante ocasión y dijera lo que debía hacerse ¡Pero que lo sustituyera el inexpresivo Raúl! ¡Y con un mensaje tan distinto a los usuales del caudillo!
Raúl Castro cumplió su promesa de renunciar a la presidencia en 2018 al tiempo que obligó a seguir sus pasos a los octogenarios del Estado, gobierno y PCC. Se esperaba que lo hiciera en febrero de 2018, pero ciertas aspiraciones revueltas le impusieron dos meses de prórroga, no mucho en realidad. El viraje anunciado por el sucesor era largamente esperado. Marchaba en vía contraria a la fidelista.
El caudillo resistió ese inusitado viraje hasta que la enfermedad y las decepciones lo vencieron. Denunció el peligro de una perestroika en Cuba, en inocultable referencia a su hermano Raúl. En discurso pronunciado en la Universidad de La Habana clamó que el capitalismo podría regresar a la Isla. La multitud reaccionó con nervioso silencio, al punto que el canciller Pérez Roque, joven fidelista, repitió pocos días después el sagrado mensaje. Raúl no se dio por aludido.
No es que Fidel desestimara la conveniencia de ciertas reformas algo más que cosméticas. Poco antes de la caída del Muro emprendió la campaña por la rectificación y luego postuló medidas liberales “transitorias” en el V y último Congreso del PCC que alcanzó a dirigir. Eran cambios para que nada cambie. Ahora, desplazado Fidel, Raúl pretendió un viraje en serio, que no logró culminar. Quizá por su vieja formación comunista. Quizá por carecer de la feroz acometividad de Fidel.
Y de allí que me permita especular que su renuncia pudiera haber sido concebida para que alguien más jóven, más abierto, mejor preparado y totalmente fiel a su persona, desempeñe semejante papel. ¿Será Díaz-Canel el hombre indicado, el nuevo Deng Xiaoping de la partida cubana? Nadie podrá asegurarlo, pero observemos otros pormenores. Raúl pudo continuar la dinastía de los Castro y postular a su hijo, el coronel Alejandro Castro. O escoger al general de brigada Luis Alberto Rodríguez-Callejas, su yerno y artífice de GAESA o holding de empresas militares que le permitieron acumular una enorme fuerza material en la balanza del poder. Su hijo Alejandro fue su consejero en las negociaciones con Barak Obama de modo que fueron apartados por motivos políticos y no de eficiencia. Una decisión no improvisada como lo evidencia que no fueran postulados para la Asamblea Nacional. Para ocupar el cargo hay que ser miembro de ella. Fidel y Raúl llenaron siempre ese requisito.
Raúl pretende salvar a Cuba de su larga agonía de la cual la trágica Venezuela madurista nunca le permitiría escapar. Las conclusiones del VI Congreso de la reforma van a la caza de inversiones privadas, mercados y liberalización económica, sin renunciar formalmente al comunismo ni realmente a la dictadura. Ni más ni menos que China post maoísta.
Ese intento pide una liberalización económica y política convincente. La inició con Obama y no renuncia a continuarla con Trump, la Unión Europea o quienes vengan después. Pero debía dar muestras importantes del cambio que ofrece. Se insinúa el fin de la hora de los comandantes y la épica castrista para que los civiles conduzcan la política, aunque Raúl se mantenga por dos años más como máximo líder del PCC, no sea que la dura tradición reaccione contra jóvenes civiles carentes de poder real.
Es posible que la renuncia de Raúl y el bloqueo al acceso de su hijo a la presidencia del Consejo de Estado, sean un guiño a la Ley Helms-Burton de EEUU, a tenor de la cual ningún Castro sería aceptable para contribuir con el esperado viraje. También a ese fin serviría la civilización del mando y el repliegue militar. Digo, si eso fuere posible.
Un detalle más. Marino Murillo, el zar de la economía y alma de la reforma raulista, acaba de ser removido. Supongo que debido a su ataque frontal al modelo fidelista y su impaciencia por la falta de diligencia de Raúl en la aplicación de la reforma. ¿O será una compensación debida a la vieja política? ¿O asunto de definir responsabilidades para que Díaz-Canel y Murillo “no se pisen la manguera”?
El nuevo líder ha calmado inquietudes. Nada cambiará. Todo seguirá igual, etc., etc. ¿Entonces para qué lo han llevado al cargo? En su discurso al VI Congreso de 2011, Raúl postuló un eslogan terminal: “Cambiamos o todo se irá al abismo” Personalmente no tuvo éxito. ¿Para que su sucesor tampoco lo tenga se esmeró en entregarle el timón?
A Díaz-Canel, tan desconocido como Mijaíl Gorbachov antes de la histórica Perestroika, le haría bien tocar el piano con los diez dedos para aprovechar hasta la desenvoltura atractiva de su esposa, conforme al estilo de Jackie Kennedy, Hillary Clinton y Michelle Obama. En las fotos que resaltan su condición de primera dama se notan juveniles tatuajes, nada usuales en los usos de la Nomenklatura.
Pero semejantes esquinces no bastan. Debería impulsar la reforma, democratizar el país, respetar los DDHH y aprender el arte de las alianzas, que labró el liderazgo de su benefactor. Y, ¡caramba! sin los medios de que aquel dispuso para no sucumbir a las primeras.