Dios y revolución, por Teodoro Petkoff
Una de las aventuras más extrañas e incomprensibles, emprendidas vaya usted a saber si por el gobierno o sólo por algún sector de lunáticos que se ampara bajo el paraguas de Chávez, es esa del Parlamento Interreligioso Venezolano. Convocado desde el Ministerio de la Secretaría, por una ex funcionaria de este, quien, sin embargo, aduce que ni el recién eyectado Elías Jaua ni Chávez estuvieron enterados del proyecto, este aparece legitimado no sólo por el papel membreteado de ese ministerio sino por el lugar al que fueran convocadas todas las iglesias existentes en el país (desde la católica hasta los ritos lucumíes): el Palacio de Miraflores. La señora dice que los dos más importantes inquilinos de Miraflores no sabían lo que se tramaba, aunque más de diez reuniones tuvieron lugar en la vieja casona. Sin embargo, no habría que sorprenderse demasiado; en un gobierno como este pueden pasar cosas aún más raras. Después de la primera reunión, las iglesias tradicionales no volvieron más y, al parecer, los siguientes encuentros se redujeron a una suerte de «Congresillo», donde oficiaron toda clase de brujos y babalaos. (No hay juicio de valor en esto, ni ninguna intención despectiva hacia los ritos folclóricos de la religiosidad popular, que en definitiva atienden requerimientos del alma tan válidamente como las formas superiores y refinadas de las religiones.) Sin embargo, algunas dudas quedan flotando en el ambiente. ¿Es esto una iniciativa delirante, de gente sin conexión con la realidad o, ciertamente, el gobierno tanteó el terreno para crear algún mecanismo que le permita enfrentar a la jerarquía católica -porque de esto se trataría, en caso de ser así? Esta última hipótesis no es descabellada y si ella tuviera algún viso de verdad, la gente más responsable del régimen debería tomar cartas en el asunto.
No sería este el primer caso de un gobierno con pretensiones revolucionarias que trata de dividir o intervenir a la Iglesia católica y crear su propio instrumento de acción religiosa. Tal vez, la experiencia más antigua en esta materia fue la de Robespierre, durante la Revolución Francesa, con su culto al Ser Supremo. También AD, en el trienio 45-48, tuvo la ocurrencia de crear una Iglesia Católica Nacional, apoyándose en unos cuantos curas adecos muy beligerantes. El sandinismo, en Nicaragua, experimentó la misma tentación. (En cambio, Fidel, aunque ha limitado severamente el ámbito de acción de la Iglesia católica, nunca ha incurrido en el despropósito de dividirla o intervenirla.) Todas estas tentativas no fueron, en fin de cuentas, sino experimentos propios de la inmadurez y fracasaron estruendosamente. Resulta difícil de creer que el gobierno haya podido prohijar tamaño desatino, que sería una de las vías más directas para perforar el piso de su popularidad. Sin embargo, los hechos, aunque podrían ser engañosos, son los hechos: el reportaje en la página 3 evidencia claramente de dónde salió la convocatoria y dónde se montaron las reuniones