Docentes de la Universidad de Los Andes corren “otras carreras” para sobrevivir
Tortas por encargos, reparación de camiones en un taller mecánico, tarjetas de Navidad y para el Día de los Enamorados, programas de radio, clases de primaria… Las y los profesores de la ULA, todos con estudios de cuarto nivel, realizan cualquier tipo de oficios para compensar un sueldo que no supera los 15 dólares mensuales
“Estoy como cuando tenía 17 años: vivo en casa de mis padres y ellos me dan para pagar el pasaje y poder llegar hasta la universidad. La diferencia es que hace 20 años iba como estudiante y ahora voy como profesora”. Así resume Vanessa Castro la situación de precariedad que afrontan los y las docentes de la Universidad de Los Andes (ULA).
Quería estudiar Comunicación Social y convertirse en reportera de la National Geographic, la revista que coleccionaba desde niña. Sin embargo, optó por la literatura y un día la profesora Mirella Vivas, de la cátedra Pedagogía General, estimuló su vocación como docente.
“Mira, Vanessa, tú sales muy bien en los exámenes, ¿no te gustaría ser docente universitaria?”, le preguntó. Jamás se había planteado esa posibilidad, a pesar de que su infancia y adolescencia transcurrió entre aulas, pues su madre y su abuela fueron maestras.
Impulsada por la profesora Vivas, a quien identifica como su “mamá académica”, se adentró en el mundo de las letras. Se graduó de Licenciada en Educación mención Castellano y Literatura, luego se especializó en Promoción de la Lectura y Escritura y posteriormente hizo una maestría en Literatura Latinoamericana y del Caribe.
Desde 2014 y durante los siguientes seis años su carrera docente fue en ascenso, pero los sueldos de los y las docentes universitarios en Venezuela iban en picada.
En 2020, Vanessa Castro recibió una oferta laboral muy difícil de rechazar. Una reconocida organización humanitaria internacional le pagaría un sueldo mensual que solo podría obtener en la ULA si trabajara 13 años, donde percibe una remuneración de diez dólares al mes.
“Yo no quería renunciar a la universidad”, recuerda, y el recuerdo le quiebra la voz y la mueve al llanto, como podría llorar alguien sometido a un destierro.
La posibilidad de ayudar a personas con distintas necesidades la animaba, pero el trabajo administrativo en esa organización humanitaria internacional era muy distinto y distante de la pasión por la docencia que había cultivado.
Aún consciente de lo que significaba perder estabilidad económica, apostó por su estabilidad emocional. Antes de regresar a las aulas universitarias, tuvo que desempeñar diversos oficios: pasó por una empresa de software y por una pastelería, donde se involucró en todas las tareas, desde encargarse de cobrar hasta atender mesas y limpiar el local.
«Yo tenía un guayabo académico. Recordaba a la universidad, recordaba a los estudiantes. Yo creo que esto devino en una depresión, en unos sentimientos de soledad, de sentir que yo no valía nada. Eso lo sentí muchas veces», comparte.
Lejos de mejorar, la situación laboral de las y los docentes universitarios en Venezuela ha empeorado. Sin embargo, en mayo de 2023 Vanessa Castro encontró otro mentor que la devolvió a las aulas de la ULA. Caminando por las calles de San Cristóbal, se topó con el profesor José Francisco Velázquez, del departamento de Español y Literatura. «Va a haber concurso en la universidad, regresa», le dijo.
«Cuando escuché esas palabras, estaba tan contenta, tan alegre… En mi mundo idílico no importaba cuánto iba a ganar, solo quería regresar». En julio de 2023, Vanessa Castro concursó y ganó algo más que un cargo.
«Yo quiero estar en la universidad porque ese es mi lugar. Es el sitio donde más me siento a gusto, donde creo que puedo hacer una diferencia», expresa quien en la actualidad se desempeña como profesora de Lenguaje y Comunicación, Gramática del Español y Lingüística Aplicada a la Investigación.
Pero está claro que su sueldo como profesora de la ULA no le alcanza para vivir, por lo cual procura ingresos adicionales (que generalmente son superiores) con la elaboración de tarjetas hechas a mano con mensajes inspiradores. Lo hizo en Navidad y lo está haciendo para el próximo Día de los Enamorados.
“Creo que lo que estoy haciendo en la universidad le da mucho sentido a mi vida. Mientras esto me haga sentir bien, lo demás lo voy resolviendo”, dice Vanessa Castro.
“Si destruyen a los docentes, destruyen al país”
El 9 de enero de 2024 el profesor Omar Contreras se sumó a la caminata de docentes tachirenses por las principales avenidas de San Cristóbal en demanda de sueldos justos. Para él, caminar es un desafío pues usa zapatos ortopédicos: “Cuestan 315 dólares y con el salario que gano en la ULA jamás podré comprar unos nuevos”. Para él, protestar por el deterioro de la educación universitaria en Venezuela es una muestra de resistencia y dignidad.
Después de 35 años de carrera en la ULA y próximo a jubilarse, Contreras habla con sobrada legitimidad: «Es triste que un profesor universitario con maestrías y doctorados tenga que estar mendigando o pidiendo préstamos para poder cubrir cualquier enfermedad o cualquier emergencia que ocurra». Cuando ingresó a la ULA, tenía un sueldo mensual equivalente a 1.200 dólares; hoy apenas llega a 25 dólares.
“La decadencia se manifiesta en cada rincón de la institución”, dice Contreras al referirse a bibliotecas desactualizadas, desaparición del transporte universitario y de los comedores estudiantiles.
Todo esto sucede en la segunda universidad más antigua de Venezuela y de mayor prestigio nacional e internacional. La ULA ocupa el puesto 1001-1200 en el QS World University Rankings 2024, que evalúa las mejores universidades del mundo. En América Latina y el Caribe está en el puesto 61. Tiene 20.302 estudiantes y 2009 docentes.
«El profesor está subsidiando la educación superior en Venezuela. Los salarios de los profesores universitarios no se compensan con el grado de responsabilidad que tenemos: formar la generación del presente y construir la generación del futuro», agrega Contreras.
Contreras también es un rostro visible de las y los docentes universitarios jubilados, que adicionalmente deben afrontar las desventajas de la edad para competir en el mercado de trabajo: “He tenido que buscar en colegios donde pueda asesorar. He tenido que dictar talleres sobre formación de familia. Anteriormente yo ayudaba a mis familiares, ahora son ellos los que me tienden la mano”.
Para Omar Contreras, cada protesta de los docentes venezolanos es un recordatorio de que la calidad de la educación es directamente proporcional a la calidad de vida de una nación. En sus propias palabras: «si destruyen a los docentes, destruyen al país».
Entre las aulas y un taller mecánico
No está en las aulas de la ULA impartiendo clases de Física y Matemática; está en un taller mecánico ubicado en el sector La Ermita de San Cristóbal, reparando camiones. Es Jonathan Rivero, jefe del Departamento de Física Aplicada de la ULA. Ha dedicado 14 años a la universidad ULA y antes trabajó 11 años como docente de bachillerato.
De cinco rangos del escalafón que tiene la carrera docente universitaria, Jonathan, ocupa el tercero; es profesor agregado. Rememora lo que sintió cuando cobró su sueldo quincenal a principios de enero de 2024: “Eso para mí es una ofensa. Fueron 272 bolívares; o sea, estamos hablando de 27 mil pesos colombianos, unos 6 dólares al cambio del día, con lo que apenas pude comprar un cartón de huevos y un litro de leche”.
“Mi proyecto de vida no era estar trabajando en un taller de mecánica, mi proyecto de vida era estar investigando y formando profesores para enseñar física y matemática en los liceos e instituciones públicas del país”, afirma.
Identifica 2017 como un año “brutal” para la ULA y todas las universidades de Venezuela: “Formamos un equipo para trabajar en colegios, ofrecíamos clases privadas para enseñar física y matemáticas. Esos ingresos nos ayudaron bastante, pero llegó la pandemia y todas las clases se suspendieron”.
Rivero añora tiempos de mayores oportunidades educativas, de las cuales se benefició, por ejemplo, como becario de Fundayacucho. “Ser docente universitario te daba la posibilidad de desarrollarte profesionalmente y vivir dignamente”, asegura.
Rivero recuerda que hace 25 años todo el personal de la ULA ganaba un buen sueldo: “El primer día de clases entrando a la universidad casi me atropellan. Era una camioneta Blazer del año, era de uno de los jardineros de la ULA”
Su esposa también es docente de la ULA y ni siquiera sumando los sueldos de ambos pueden pagar el colegio de sus dos hijas. Advierte que la depauperación es generalizada: “Tengo una colega, excelente profesora, doctora de educación, y tiene una venta de postres. Y no es que se haga millonaria con la venta de postres, es que tampoco quiere dejar la universidad y vende para poder subsidiar las clases, para poder ayudar”.
A pesar de todo, sigue invirtiendo en su fortalecimiento como docente: “Estoy haciendo un doctorado y la investigación que me permitirá obtener el título la estoy costeando yo. Años atrás, la universidad financiaba la investigación. Eso ha provocado que muchos docentes talentosos se vayan, migren para no regresar. Pero no porque no quisieran; cuando uno habla con ellos, dicen ‘yo quisiera regresarme, pero ¿cómo lo hago? ¿cómo vivo?’”.
Rivero rechaza que el gobierno venezolano promueva la investigación “mediocre” que se hace desde las universidades alineadas con el oficialismo en un plan para destruir las universidades autónomas e impedir la producción libre de conocimiento: “Desde la Universidad Bolivariana hacen cualquier cantidad de publicaciones, pero los invito a leerlas. Verá que tienen hasta errores ortográficos y no tienen el más mínimo rigor académico”.
Para Jonathan Rivero, continuar dando clases en la ULA es continuar aportando para la construcción de un mejor país: “Creo que no hay mayor acto de amor. Para mí sería muy fácil quedarme aquí (en el taller mecánico) y olvidarme de la universidad, pero no estaría dando lo mejor de mí para que Venezuela mejore”.
Tortas, familia y docencia
Después de diez años como docente de la ULA, Geny Chacón se vio forzada a hacer y vender tortas para preservar dos grandes intereses: sostener su familia económica y emocionalmente y seguir siendo profesora universitaria.
“El momento más difícil de esta situación fue la pandemia. Tomé la decisión de poner en práctica lo que aprendí en unos cursos de repostería. Actualmente estoy viviendo de hacer tortas. ¿Me va bien? Hay semanas que sí y otras que no”, dice esta profesora con rango de agregada. Es Licenciada en Administración y tiene una Maestría en Gerencia.
Precisa que su sueldo mensual apenas llega a 400 bolívares y que con los bonos que otorga el gobierno a los empleados públicos suma aproximadamente 60 dólares.
“Realmente el sueldo se me va solamente en pagar el teléfono de Cantv y los celulares de mis hijos; no me queda ni para el condominio. Cuando los sueldos de los docentes universitarios eran justos, pude comprar una casa que me costó 300.000 dólares e, incluso, podía invertir hasta 10.000 dólares en unas vacaciones con mis hijos”. Ahora, prosigue la profesora, su hijo mayor, que es entrenador deportivo, gana más en una semana que ella en un mes.
“¿Cómo incentivo a mis hijos a estudiar y obtener un título universitario si en este país tener una profesión no significa tener un sueldo digno?”, se pregunta Geny Chacón con temor a la respuesta obvia.
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Los apremios económicos la han obligado a realizar oficios que nunca imaginó: “He sido hasta obrera, una amiga me ofreció la oportunidad de remodelar una casa y acepté para poder ganar algo más. En esas semanas que trabajé con ella desde las tres de la tarde hasta las once de la noche, pinté paredes, martillé, taladré, hice todo lo que se requería. Todo eso dejó marcas en mis manos, porque era un trabajo fuerte al que no estaba acostumbrada”.
Según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, entre enero y agosto de 2023, se registraron 5.151 protestas, de las cuales, 2.367 fueron protagonizadas por trabajadores y trabajadoras del sector educación en demanda de un salario digno.
La desesperación por obtener más ingresos la llevó a traspasar algunos límites; por ejemplo, asumió empleos que le restaban horas a la crianza de sus hijos: “Estuve de cajera en un horario de dos de la tarde a tres de la madrugada. Acepté el trabajo, pero lo tuve que dejar al poco tiempo porque me di cuenta que estaba sacrificando el tiempo que debía dedicar a mis hijos, quienes me necesitaban, sobre todo mi niña que para entonces sufría episodios epilépticos”.
“Toda esta situación ha sido terrible para mí. Uno intenta ser fuerte, pero es inevitable no venirse en llanto (a escondidas, claro), o arrodillarse a suplicar a Dios ayuda para poder continuar. A veces, me veo obligada a decidir entre comer o comprarle los cauchos a la camioneta a los que ya se le ve la lona”, cuenta.
Pese a lo difícil de su situación, está dispuesta a seguir al lado de sus estudiantes de la ULA. “Actualmente estoy en la materia de Pasantía y Tesis de Grado, que se dan de manera virtual. Sigo en este trabajo porque tengo la fe de que haya un cambio de gobierno. Además, tengo la gratificación de los estudiantes que dan las gracias por las clases. Eso es algo que me llena demasiado”.
Deterioro indetenible
“Desde que era estudiante de esta misma universidad, mi sueño fue ser docente de la ULA, pese a que la situación de los salarios de los profesores venía en detrimento, algo que, por supuesto, se aceleró y agravó en el 2012”. Así lo recuerda Álvaro Mendoza, Licenciado en Matemáticas y docente de la ULA desde 2008.
16 años después, Mendoza explica que “actualmente es imposible dedicar todo el tiempo a la universidad, porque es necesario buscar otros trabajos para poder sustentar la familia”. El profesor universitario habla sobre estrategias de supervivencia desde el salón de una “escuelita” donde imparte clases particulares a niños, niñas y adolescentes. Es un salón más acogedor si se le compara con los de la ULA, cuya infraestructura física sufre un deterioro indetenible.
Mendoza ofrece más detalles: “Hoy en día los estudiantes no cuentan con un comedor, ni con transporte… Todo eso desapareció. Los estudiantes también deben combinar sus clases con cualquier tipo de oficio que les permita cubrir sus necesidades básicas, como alimentación y transporte. Nosotros mismos, los docentes, tenemos que aportar lo que la universidad no tiene. Hemos llevado marcadores, borradores para la pizarra, detergentes… Ahora daremos una colaboración para arreglar el techo de la oficina del Departamento de Matemática.
“La universidad no me da ni siquiera para llegar a fin de mes. Es muy duro llegar un día y ver que lo que uno cobra en la universidad no da ni para pagar el nacimiento de un hijo”, dice Mendoza, mientras escribe en la pizarra algunas ecuaciones que le enseña a los estudiantes en la pequeña escuela que se convirtió en su segundo lugar de trabajo.
A Álvaro Mendoza le preocupa que las carreras vinculadas a la educación no sean atractivas para la juventud venezolana. “En la ULA, algunas de estas carreras no tienen ningún estudiante inscrito. Eso te obliga a preguntarte quién dará clases en un futuro próximo”, comentó.
“Particularmente, me mantengo en la universidad porque es mi vocación. Ese interactuar con los estudiantes, la libertad al momento de dar la clase, la necesidad de investigar para conocer más sobre los temas es algo que realmente me satisface mucho. A su vez, también siento un compromiso con el país que me impide abandonar la casa de estudio, pues allí es donde se formará el futuro en el que va a vivir mi hija, mis familiares, mis vecinos”, dice con convicción Álvaro Mendoza.
Expresión de resistencia
Para Claudia Pernía, la universidad es tan sagrada como la familia. “Meterse con la universidad es meterse con la familia”, expresa con firme disposición a luchar por defender ambas cosas.
Egresó de la Universidad Católica del Táchira como Licenciada en Ciencias Biológicas y allí mismo cursó una Especialización en Gerencia de Empresas y, simultáneamente, la carrera de Educación. Luego hizo otro postgrado en Procesos de Aprendizaje, en la Universidad Católica Andrés Bello; una Maestría en Filosofía, en la Universidad del País Vasco; y actualmente es tesista del Doctorado en Pedagogía, en la Universidad Experimental Libertador.
A partir de 2005, cayeron las asignaciones presupuestarias para las universidades autónomas de Venezuela. Ese mismo año, Pernía se incorporó a la ULA. Poco tiempo después sobrevino lo que ella denomina ruptura: “Se intensificó la falta de reconocimiento de la labor docente y quedamos en un limbo. Pasamos de ser los ejemplos a seguir a que los muchachos nos vieran como el pobre profesor que hay que ayudar”.
Los sueldos se estancaron en 2008 y se profundizó la asfixia económica. En 2020 las universidades autónomas funcionaban con apenas 10% del presupuesto anual requerido. En 2021 hubo situaciones extremas, como la de la Universidad Central de Venezuela, que sólo recibió 2,27% del presupuesto solicitado; o la Universidad Simón Bolívar, que obtuvo apenas 0,4%, según los registros del Observatorio de Universidades.
Sobre su permanencia en la ULA, Pernía señala: “Creo que nosotros, los docentes, somos una expresión de resistencia. Estoy trabajando en la educación desde los 17 años y tengo 48. Amo lo que hago y por eso resisto”.
Recuerda con alegría que el pasado mes de octubre de 2023, cuando inició el nuevo periodo de clases, llegó a la universidad y vio las aulas llenas con estudiantes. Ante el riesgo de deserción, confiesa que les ha rogado a los estudiantes que no se retiren y les ha ofrecido oportunidades de continuar y aprobar los cursos a los que deciden emigrar a otros países.
Como la mayoría de los docentes venezolanos, Claudia Pernía ha tenido que buscar otras opciones de ingresos, porque su sueldo como profesora ni siquiera alcanza para llenar de gasolina el tanque de su vehículo.
Descubrió en la locución una actividad que, a su juicio, va de la mano con la educación. Y para ello volvió a las aulas y obtuvo un certificado de locución de la Universidad del Zulia.
Desde 2021 conduce un programa denominado “Aquí y ahora”, que se transmite en la emisora Clásicos 101.3 FM. En la radio gana seis veces más que en la ULA y explica que un solo patrocinador le genera más dinero que su sueldo mensual en la universidad.
El pluriempleo como estrategia de supervivencia es una realidad que esta profesora de la ULA devenida en locutora ha podido constatar por experiencia propia y ajena: “Una vez me encontré a una ex alumna y me dijo: ‘profe, lo que yo gano en un mes como administradora, me lo hago en una semana trabajando mañana y tarde haciendo uñas semipermanentes’”.
Claudia Pernía dice que ya no le abruma que alguna de sus alumnas llegué a clases con un bebé en brazos; muchas veces ha tenido que cargar a ese niño para que la mamá pueda presentar un examen. “Siento que es parte de mi trabajo educativo: como docente, como persona y como mujer. Si el universo nos puso allí es porque debemos hacerlo y debemos hacerlo bien. Si me tengo que apalancar en hacer otra cosa para poder continuar con la universidad, lo seguiré haciendo”.
Reporteria: Rosalinda Hernández, José Capacho, Diego Mendoza y Ernesto Cáceres
Redacción: Rosalinda Hernández, José Capacho, Diego Mendoza
Ilustraciones: Ernesto Cáceres
Acompañamiento editorial: Edgar López