El «amorismo», por Teodoro Petkoff
Entre las múltiples y desopilantes ocurrencias de Chacumbele, el domingo pasado, estuvo la de los refugios para damnificados como «incubadoras» del «hombre nuevo». En bajada y sin frenos, lanzado por esa cuesta, el Presidente estuvo largo rato fantaseando sobre las virtudes del «amor» como insumo fundamental del fulano «hombre nuevo». Hasta se permitió crear un nuevo concepto para definir su particular proyecto: «amorista», derivado de la palabra «amor»; la revolución, pues, es «amorista».
Mientras el gran fabulador gastaba millones de bolívares de la transmisión televisiva en semejantes babiecadas, centenares de damnificados salían huyendo de los refugios para devolverse a sus viejos barrios. Prefieren correr todos los riesgos, al de mantenerse en los inhumanos recintos donde los han amontonado, amenazados ahora, para colmo, de servir como conejillos de Indias de los experimentos de ingeniería social que Chacumbele quiere adelantar en los «refugios».
Todo eso, desde luego, es pura cháchara para rellenar su espacio dominical, disimulando la terrible falta de previsión, la enorme negligencia que ha significado el no haber construido, en doce años, los refugios necesarios para atender las catástrofes con las cuales nuestra volátil naturaleza tropical nos acecha continuamente.
La «emergencia» no puede ser entendida como una contingencia aislada, ni ser atendida metiendo a sus víctimas, del modo más improvisado posible, en cualquier local de ocasión, desde hoteles hasta escuelas, pasando por instalaciones ministeriales. Tal vez esa conducta produzca la impresión, pasajera, por cierto, de sensibilidad social, ejecutivismo y determinación de resolver el problema a toda costa. En realidad, sólo disimula, por un tiempo, la insensibilidad y la indiferencia ante el drama humano producido por las calamidades naturales. La Defensa Civil incluye, como componente fundamental, la previsión. Prevenir significa tener siempre presente la posibilidad de los desastres y, por tanto, tener siempre presta la capacidad de proporcionar cobijo y atención adecuada a quienes sean afectados por aquellos. Significa, en dos platos, entre otras cosas, construir y dotar los refugios necesarios, convenientemente descentralizados, de acuerdo con la ubicación de las zonas más vulnerables, manteniéndolos permanentemente en condiciones de ser utilizados de inmediato. Sin hablar, por supuesto, de las obras, y su mantenimiento, dirigidas a minimizar las consecuencias de las furias naturales. Si nunca hubiéramos pasado por catástrofes como la de Vargas, si no estuviéramos acostumbrados a los daños que cada año producen las lluvias, podría excusarse, muy relativamente, la negligencia oficial. Pero, a estas alturas del partido, los procedimientos de tapar huecos abriendo otros, creando problemas adicionales y «damnificando» a otros sectores, adobados ahora con la charlatanería sobre el «hombre nuevo» que debe surgir del «amorismo» revolucionario, son ya como demasiado.