El beneficio del interino, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Dice la Real Lengua Española, que el Interino es un adjetivo empleado para calificar a aquel o aquello que, durante algún tiempo, sustituye a otro individuo, incluso cosa, cubriendo su ausencia. Por ejemplo, en el plano laboral se encuentra vinculado al trabajador que, por la falta del otro, asume las funciones de quien ha dejado el trabajo, en el entendido de que será por un lapso determinado y conocido.
Pero es en el deporte, en donde se ha usado y aplicado este adjetivo con mucha más frecuencia. El entrenado titular que cesa sus funciones ante una emergencia o una decisión del órgano superior que regenta o administra al equipo, es, de inmediato, sustituido por otro que será llamado interino.
Y hay más en el deporte; por ejemplo, en el boxeo, cuando el campeón titular de un determinado peso se encuentra incapacitado para defender, ese se encuentra vacante o declarado interino, hasta que dos púgiles se midan en batalla por la titularidad interina en el peso que corresponda. Así va ocurriendo con otros deportes, el interinato es mucho más común y beneficioso, que el que se vive desde las diferentes Constituciones del mundo.
Como no es mi fuerte, puesto que no soy un jurisconsulto, no haré, ni de cerca, un estudio de cómo se debe nombrar a un presidente interino y si las legalidades nacionales o internacionales, amparan su nombramiento. El asunto que abordo es el beneficio de ese interinato. Para dónde va y a quienes –o a quién– beneficiaría. No obstante, la realidad me abre el camino para hacer una breve interpretación de las ausencias y sus sustitutos en los gobiernos.
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Esa realidad está enmarcada en las Constituciones, desde donde buscaré explicar el caso del interinato ante las faltas de los funcionarios de gobiernos. La más notoria es la del presidente o jefe de Estado. En su ausencia, será la Constitución del país la que indique cual sería el camino por seguir para cubrir la separación, muy excepcional, de este.
En ese sentido, los legisladores o constituyentes han cuidado el orden o línea de mando en cada uno de sus países ante una ausencia. Todo con el propósito de dejar claro quién será el encargado, provisional, de la administración del Estado y por cuanto tiempo.
Para el caso de Venezuela, el asunto de la existencia de un gobierno interino, incluso de un presidente provisional, es lo que mayor ruido ha generado en el desarrollo de la política interna y externa. Un jefe de Estado que surge de un Estatuto elaborado por una Asamblea Nacional que había terminado su periodo Constitucional, comienza a construir el beneficio para alguien o más. Veamos.
Transcurría enero de 2019 y ocurre una juramentación –criticada y alabada– de un presidente interino. Se habló de una usurpación, no una separación, de la presidencia; por lo tanto, el presidente de la Asamblea Nacional, con un periodo constitucional vencido, asumía la jefatura de un Estado ubicado en las líneas de textos, pero que no se hacía bajo la efectividad de un ejercicio concreto.
Este hecho animó a la mayoría opositora, elevando, como siempre, la apuesta o expectativas para encontrar una salida ajustada a la realidad. Un intento más, de los tantos que la oposición ha ejecutado, como iniciativa colectiva y otras veces desde lo individual. Vale destacar, que ese entusiasmo era más notable entre todos aquellos que habitan en el exterior, mientras que en lo interno se veían ciertas reacciones positivas, pero que a la larga terminaron en esos números que ahora muestran algunas encuestas.
Dentro del ejercicio como gobierno transitorio, aunque Nicolas Maduro mantenía –como lo mantiene– todo el poder ejecutivo dentro del país, comenzó el debate entre nombramientos de integrantes de «gobierno» que a la larga terminaría funcionando en el mundo virtual, como una versión de las monedas virtuales. Una especie de gabinete de papel, porque insisto, el dictador se estaba allí, empoderado de todo lo correspondiente a la estructura del Estado Venezolano.
Ese trance de estar en un gobierno (¿?), para la oposición venezolana, ha resultado la experiencia menos necesaria en su plan para llegar a la solución. Esto ha significado el descuidar, aún más, la construcción o generación del verdadero capital político que se requiere en país, de cara a convertirse en opción real de gobierno. No un gobierno transitorio, sino un gobierno que contribuya con la recuperación de la democracia y que permita la consolidación de un nuevo proyecto de democracia venezolana.
El beneficio del gobierno interino comenzó a perderse entre ejercicios retóricos y la ilusión de un gobierno que protegía bienes en el exterior y no en el ejercicio de la política para abrir caminos que conduzcan a la solución que espera el pueblo venezolano.
La lucha por posiciones, las ofensas y los absurdos reclamos por dejar sin efecto lo innecesario –quizás con sus dividendos– estaba obligando al descuido de lo cotidiano y local. La estrategia –de haberla– se estaba centrando en la obtención de algo que no beneficiaba a los venezolanos en general y que, a ellos, como políticos en oposición, les aleja de lograr el real objetivo político. Por el contrario, Nicolas Maduro y sus secuaces comienzan a recoger la cosecha de lo que otros han cultivado.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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