El candidato de la gallina de Stalin, por Beltrán Vallejo
Autor: Beltrán Vallejo
A propósito del estado de precariedad de un pueblo, que anda indigente por ahí detrás de un carnet de la patria y de un “clap”, quiero decirle a esa mendicidad nacional lo siguiente:
Hay un relato patético en torno a Josef Stalin, de veracidad histórica cuestionable, pero que está armonizado con una cifra aterradora de hambruna que sufrieron los pueblos que quedaron bajo su bota en aquellos tiempos de hierro. Me refiero a que, en cierto momento de su tiranía, la dirigencia del Partido Comunista de la URSS reflexionó preocupada sobre el lamento generalizado del pueblo, que ya parecía a punto de estallar en una rebelión popular. Sin embargo, el dictador apareció entre ellos con una gallina, que fue desplumada viva muy lentamente por el monstruo. A pesar de lo doloroso de la tortura, el animal no se escapó, quedó ahí tirado y sin pluma; hasta que Stalin regresó con un puñado de trigo, le dio un poquito que la gallina picoteó, y hasta siguió mansamente al tirano, arrastrándose para que le diera más porciones de alimento.
Los colaboradores de Stalin quedaron sorprendidos; habían esperado que la gallina huyera, pero sucedió lo contrario; y así, uno de los mayores genocidas de la historia, les dijo: “de esa forma se gobierna al pueblo”.
Con este referente, recordemos que Stalin fue el responsable de que siete millones de ucranianos murieran de hambre, siendo esto un exterminio deliberado como decisión política en aras de disciplinar a una nacionalidad individualista y orgullosa. A ese método de matar de hambre, el escritor Oleksa Musiemko le registró la denominación de “holodomor”. Cabe resaltar que dicho genocidio se implementó en una nación que a principios del siglo XX fue considerada el “granero de Europa”, una cualidad que fue pulverizada cuando Stalin ordenó la colectivización de la tierra y la prohibición del comercio entre las comunidades, generando así que millones perecieran por hambre, tifus, envenenamiento gastrointestinal, canibalismo y suicidio.
Pero lo que más cabe resaltar es que Stalin hizo todo esto sin enfrentar ningún tipo de resistencia del pueblo; y mientras más hambre pasaban, más entregados, más acobardados y más sumisos quedaron los ucranianos. No obstante de tanta crueldad, Stalin murió en su cama, aquejado por enfermedades, pero sin ser inquietado por nadie.
De la misma manera, en Venezuela Juan Vicente Gómez murió sereno ante un pueblo hambreado y aterrorizado, que no osó protestarle jamás como populacho, a excepción de un grupito de estudiantes vanguardistas, que fueron reprimidos y vejados, mientras ese pueblo pobre miraba para otro lado, o los escupía, o aplaudía al dictador.
Les digo entonces a los sectores populares que están diezmados en su dignidad por las necesidades básicas, y que hoy sucumbe su conciencia ante el carnet de la patria y el clap, que su entrega total (con escasos momentos de rebeldía, como aquella “épica” del pernil de cochino en diciembre y los saqueos esporádicos) significa la victoria de sus hambreadores. Un pueblo que pasado mañana vaya a votar por Maduro debido a una dádiva, es un pueblo que no vale la pena; es como el pueblo que dejó morir tranquilo en su cama a un Stalin y a un Gómez.
Quizás la excusa para esa pérdida masiva de dignidad la plantea otro genocida llamado Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de un demonio apellidado Hitler, quien dijo: “obligar a la población a luchar por la supervivencia permite un control severo de la libertad personal. Cuando la gente se ve obligada a buscar cómo sobrevivir se animaliza y pierde la capacidad de pensar”.
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