El caos de la expropiación, por Teodoro Petkoff
El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Por ejemplo, durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez la población saludó con alborozo la decisión de regular el precio de las arepas en cinco bolívares. Al año no quedaba una arepera en Caracas. Los cinco bolívares no cubrían los costos en aquellos tiempos tempranamente inflacionarios y se acabó el negocio. Años antes, en 1959, fue promulgada la Ley de Alquileres.
El país vitoreó una ley que pretendía acabar con los abusos en materia de alquileres. Al poco tiempo se había acabado la construcción de viviendas para alquilar y se abrió la larga era de las elevadas primas para poder alquilar. Remedios peores que la enfermedad.
Todo este caos que está creando el gobierno con la expropiación de conjuntos habitacionales comenzó con una típica medida «bienintencionada»: prohibir la escalación de los precios de las viviendas en construcción a tenor del incremento del Índice de Precios al Consumidor (IPC), es decir, de la inflación.
Todos los compradores de viviendas saltaron jubilosos, tal como los que disfrutaban las arepas en tiempos de CAP. Pero luego asomó su fea trompa la realidad económica y el gozo se fue al pozo. En un país tan inflacionario como este, donde el gobierno mismo tiene que ajustar cada cierto tiempo los precios en Mercal y Pdval al ritmo de la inflación, donde la Unidad Tributaria es subida cada año en el porcentaje en que lo hizo la inflación en el lapso anterior, en un país, en fin, donde todo sube de precio velozmente, los únicos precios que no podían ser ajustados a la inflación fueron los de la vivienda en construcción. Resultado: decenas de constructores paralizaron sus proyectos y se salieron del negocio.
Viviendas que pudieron haber sido ofertadas, nunca fueron construidas. Proyectos ya comenzados fueron paralizados o el ritmo de trabajo se hizo mucho más lento y, además, empezaron las negociaciones por debajo de la mesa, para ajustar los precios con cada comprador, en trámites no siempre limpios ni transparentes ni exentos de abusos y vivezas, pero tan inevitables como la bilis que segrega el hígado.
Ahora, para remediar el problema que él mismo provocó, el gobierno opta por el disparate de expropiar los conjuntos residenciales en construcción pero también las viviendas que en ellos han sido pagadas e incluso ya están habitadas. SuperChacumbele asegura que su gobierno terminará esas viviendas.
Es para dudarlo. Es precisamente en la construcción de viviendas donde se nota el más estruendoso de los fracasos del chacumbelato. Un gobierno que en doce años ha construido menos viviendas que las que el peor de los gobiernos anteriores entregaba en cinco años, no tiene capacidad ni técnica ni gerencia para manejar la cantidad de complejos residenciales a los que les ha puesto la mano. El gobierno ha abierto una caja de Pandora.
Si no rectifica pronto este disparate no hará otra cosa que continuar sembrando vientos.