El copiloto de Teodoro, por Xabier Coscojuela
@xabiercosco
Durante muchos días Teodoro era mi chofer. Después de terminar la edición del periódico, me daba la cola hasta mi casa. El trayecto lo hacíamos en un tiempo variable, dependiendo del tráfico caraqueño. Era un espacio donde comentábamos los acontecimientos del día, las vicisitudes del diario y, también a veces, donde el fundador de TalCual contaba alguna anécdota personal o recordaba alguna de sus actuaciones políticas.
Estoy seguro de que quienes fueron pasajeros de Petkoff y ocuparon el puesto de copiloto pisaban el freno mucho más que el piloto, y mientras estaban alertas por la conducción intercambiaban opiniones.
El tema de la lucha armada de los años sesenta surgía de vez en cuando. Siempre Teodoro se “calentaba” recordando ese episodio. Era algo que le provocaba una profunda arrechera, lo consideraba un error político garrafal, hasta el punto de afirmar que “este país sería otro si en el Partido Comunista no hubiéramos abandonado la lucha legal”. Lo decía con total sinceridad, no era una pose, no le estaba declarando a ningún periodista. Era su convicción más profunda.
En otro de los viajes me sorprendí al enterarme que Teodoro había caído preso tres veces durante el período de la lucha armada. Mi reacción fue preguntarle por qué lo habían apresado esa tercera vez y la respuesta fue un contundente “por pendejo”.
Estaba enconchado, pero no sabía que la policía tenía intervenido el teléfono de uno de sus contactos. Se citaron en la Plaza Altamira. Mientras esperaba la llegada de la persona con la que se debía ver, alguien se le acercó y le pidió fósforos para prender el cigarro, luego de eso lo encañonó con un revolver, era la policía. “Fue el día que asumía Caldera su primera presidencia y pensé que los policías no estarían pendientes de mí. Me equivoqué”. Luego agregaba que fue la única vez que no se fugó, pues el propio Caldera lo indultó “y salí por la puerta del Cuartel San Carlos”.
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Una etapa que recordaba con especial cariño era la que vivió en Guayana, en San Félix para ser precisos. Se fue hasta allá a pocos meses de nacer el Movimiento al Socialismo con la tarea, encomendada por el partido, de fundar esa organización entre los trabajadores de esas tierras. “Viví momentos muy felices en Guayana, a pesar de que fueron momentos de mucha austeridad”.
Teodoro era un enamorado del pueblo venezolano al que calificaba como el “más gentil del mundo”. Además, y a pesar de ser hijo de extranjeros, se sentía muy venezolano y estaba orgulloso de que en una ocasión Juan Liscano lo hubiera calificado de esa manera. También aseguraba que los orientales eran los venezolanos más “jodedores” y sabía en carne propia porque lo decía.
Durante su primera campaña presidencial le tocó recorrer el estado Sucre desde Cumaná hasta Carúpano en un día. Llegaron a diferentes pueblos, caravanas, recorridos, saludos a la gente y un breve discurso. Así iban hasta que ya cerca de Carúpano, quienes dirigían la gira, le dijeron que no se detuviera en uno de los pueblos del recorrido porque había que llegar rápido a Carúpano, la segunda ciudad más importante del estado.
De regreso y cuando se acercaba al pueblo donde no se había detenido, se encontró con una “alcabala” hecha por los lugareños, quienes al identificarlo lo obligaron a bajarse del auto, recorrer el pueblo, saludar y abrazar a los vecinos y echar un breve discurso. Después de las elecciones comprobó que no sacó ni un voto en este pueblo, algo que reclamó en la siguiente campaña electoral, y la respuesta de sus pobladores fue una sonora carcajada colectiva y un “púyalo Teodoro”.
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A Chávez no lo escuchaba, si durante el viaje se inmiscuía alguna cadena, simplemente le bajaba el volumen y lo obviaba. Muy pocas veces le prestó atención. Le parecía un charlatán, ignorante e irresponsable, con un carisma envidiable y muy mal aprovechado. Un fraude total.
Del periódico nunca estaba conforme, siempre creía que se podía hacer mejor y lo intentaba. Buscaba y promovía la irreverencia, lo novedoso. Su oficina tenía las puertas abiertas para todos los trabajadores del diario, a quienes escuchaba, con quienes dialogaba de manera individual y, en muchas ocasiones, en asambleas en las que se discutía sobre la situación del periódico o del país.
Una de sus aspiraciones era que TalCual siguiera adelante aún cuando él ya no estuviera. Hoy se cumplen dos años de su ausencia física y seguimos haciendo TalCual, seguimos defendiendo la causa de la democracia y la libertad. Seguimos aportando nuestro grano de arena para lograr una Venezuela donde se pueda vivir con libertad y equidad social.