El día en el que el Rey y el Pobre se dieron la mano (V)
Hace 20 años la tragedia de Vargas acrecentó la solidaridad entre los venezolanos. Una de las historias que dejó la tragedia es la de los dueños de dos emblemáticos restaurantes en el estado, los cuales dejaron a un lado su rivalidad para ofrecer una carta de compañerismo
«En julio del año 2000 aún había tierra y se podía circular, si llovía aunque fuera un poco, el río en Carmen de Uria se volvía a desbordar. Había algo de turismo, pero durante los meses siguientes a la tragedia solo venían curiosos para ver cómo había quedado Camurí, Los Caracas y Naiguatá», cuenta Juan Manuel Esteves, dueño del restaurante el Pobre Juan y, a quien todos llaman Manolito.
Este restaurante ubicado entre Tanaguarena y Naiguatá abrió nuevamente sus puertas el cuatro de agosto del 2000, nueve meses después del deslave ocurrido en el estado Vargas el 15 de diciembre de 1999, que dejó miles de muertos, desaparecidos y damnificados. Pero antes, fue arduo el trabajo de los dueños y trabajadores para sacar el lodo que lo cubrió por un poco más de un metro y así poder operar nuevamente.
Todo lo que trajo el deslave tapió a los cinco restaurantes que se encontraban cerca de la costa en Carmen de Uria: Pobre Juan, El Rey del Pescado Frito, Todo Hernán, Pollito Rey y Marbella, pero solo quedaron en pie los dos primeros, mientras que los otros tres fueron arrasados por las grandes piedras que bajaban a toda velocidad de la montaña.
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Antes de la tragedia, el Rey del Pescado Frito era el más visitado por los temporadistas dada la calidad de la comida y sus precios asequibles. Su fama comenzó cuando se filmó una de las más recordadas escenas de la telenovela Ligia Elena, que se transmitió entre los años 1982 y 1983. Los venezolanos disfrutaron cómo su protagonista, Nacho (interpretado por el cantante y actor Guillermo Dávila, El ídolo de la generación), dio de comer un ojo de pescado frito a la protagonista, una chica de buena familia acostumbrada a degustar comida de finas recetas, interpretada por la actriz Alba Roversi.
Cuentan los trabajadores de este restaurante que durante la tragedia de Vargas, un sobreviviente del sector Carmen de Uria, luego de ser arrastrado al mar entre lodo, piedras y troncos, nadó hacia la costa y logró ubicarse por el llamativo pescado del cartel. Así supo dónde estaba.
Tras el deslave, la zona en la cual se encontraban ambos restaurantes no tuvo luz ni agua, y así pasaron varios meses. Aún hoy no hay línea telefónica fija.
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El día
Juan Manuel Esteves, a quien llamaban Manolo, fue el fundador del Pobre Juan. Oriundo de Galicia, España, tenía 14 años cuando llegó a Venezuela de mano de su tío paterno.
«Mi padre y mi tío abuelo eran los dueños del restaurante, la tragedia de Vargas sucedió cuando tenía 19 años, vivíamos en Carmen de Uria y estudiaba en la Universidad Simón Bolívar, en la sede del Litoral, y ya trabajaba con mi padre en el restaurante. Mi madre y mi hermano estaban en España», dice su hijo Manolito.
Estaba en el propedéutico y tenía como meta estudiar electrónica, pero la universidad también sucumbió al deslave. «No dio chance», señala con pesar.
Horas antes del momento crítico de la tragedia, padre e hijo habían decidido no ir al Pobre Juan debido a las fuertes lluvias, pero luego cambiaron de opinión. Sin embargo, una vecina los alertó de que ya no había paso y que era mejor quedarse en el lugar en el cual se encontraban. «Esa fue la mejor decisión que tomamos porque al ver que no había paso hacia el restaurante, nos íbamos a regresar y en ese regreso nos hubiera agarrado la gran ola del río. Fue suerte o no nos tocaba«.
Manolito y su padre vieron desde el techo de una casa cómo esa gran ola arrastraba de todo: bombonas de gas, postes, carros y paredes de viviendas. «Nos quedamos en una casa de tres pisos y mientras pasaba la ola, sentimos como temblaba la casa».
Luego de varias horas, pasaron de casa en casa por los techos hasta llegar a la montaña donde estaba la escuela en Carmen de Uria y de allí tomaron la vía principal hasta llegar al restaurante. Caminando, ni motos ni mucho menos carros podían pasar. «Cuando llegamos al Pobre Juan aún no tenía lodo. Ya habían unas 45 a 50 personas refugiadas pidiendo que le diéramos alguna bolsa negra de basura para taparse de la lluvia, agua para tomar, aspirinas e insumos que teníamos en el botiquín de primeros auxilios. Mi padre decidió abrir las cavas donde había comida y mercancía para quien quisiera se lo llevara».
Hasta ese momento solo estaban presentes funcionarios del Plan República, que habían sido desplegados en todo el país por el referendo para aprobar la nueva Constitución venezolana impulsada por el entonces presidente Hugo Chávez. Pero venía la parte más difícil de la tragedia.
La montaña frente al Pobre Juan comenzó a desprenderse y explotó un chorro de agua desde una pequeña quebrada, Manolo y su padre tomaron conciencia de que corrían peligro, de que no estaban a salvo, por lo que decidieron irse. Tomaron rumbo hacia el pueblo de El Tigrillo, el cual queda a 10 minutos del restaurante. Se quedaron tres días y dos noches en casa de un tío.
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Esperaron a que los helicópteros los sacaran de donde se encontraban. Al tercer día decidieron caminar y llegar a Naiguatá, ni siquiera las motos podían transitar porque se enterraban en el fango. «Luego fuimos hasta el Club Puerto Azul, allí nos trasladaron en una fragata hasta el puerto de La Guaira, luego un convoy nos trasladó hacia Caracas, nos dejaron en la estación del metro Gato Negro y fuimos para La Candelaria a casa de un amigo donde nos quedamos tres días. Luego nos fuimos al aeropuerto internacional de Valencia y a España llegamos el 24 de diciembre».
La familia Esteves perdió todo en Carmen de Uria, la casa, carros, no tenían donde quedarse. Solo les quedaba el restaurante, que pese a estar inundado de lodo, se mantuvo en pie. Pero lo que no hizo la fuerza devastadora de la naturaleza lo destruyó el vandalismo y el saqueo que vino después. Esa misma noche se llevaron equipos, reventaron las tuberías de cobre para luego venderlas. «Lo que no podían llevar lo rompían, como las puertas de las neveras», cuenta Manolito.
Solidarios
En abril del 2000, Juan Manuel Esteves «Manolo», el entonces dueño del Pobre Juan, decide regresar a Venezuela para evaluar qué hacer con el negocio y vio que aún había oportunidad. Comenzó a reconstruir el restaurante, primero con la limpieza para quitar los escombros, lo fue equipando pero había problemas con el suministro del agua y luz. Se abastecían con camiones cisternas y con plantas eléctricas. El suministro del pescado era muy irregular y había que buscarlo en persona.
«Regreso de España en julio y junto a mi padre y los muchachos que en esa época ayudaron a la reconstrucción, se abrió el negocio en agosto», dice Manolito.
Ninguno de los trabajadores perdió la vida durante el deslave. Aún trabajan en el restaurante dos de ellos en el área de la cocina: Alfredo y Pedro, y tres mesoneros: Piñero, Freddy y Nelson.
«De la montaña bajó todo y tapó casi todo el restaurante, quedó como si fuera una isla, éstos restaurantes se salvaron, pero otros que quedaban más lejos se los llevó el agua. Todo era tierra, arena, polvo. Estuve cuando vimos llegar la ola gigantesca, no se cómo me salvé, lo único que hice fue cerrar los ojos. Luego nos evacuaron en helicóptero», cuenta Freddy Nicolás de 67 años y con 27 años trabajando en el Pobre Juan.
El rey quedó desnudo
El canario Manuel Rodrígues llegó a Venezuela en barco justo el 23 de enero de 1958, el día que cayó Marcos Pérez Jiménez. Cuentan los que lo conocieron que La Guaira lo enamoró y decidió quedarse, por lo que inmediatamente fundó El Rey del Pescado Frito. Su anuncio resulta ser uno de los iconos más emblemáticos y de mayor reconocimiento en todo el estado Vargas.
Como su vecino Pobre Juan, el establecimiento quedó en pie pero devastado tras los aludes de lodo y piedras que cambaron buen parte de la geografía litoralense.
«El restaurante abrió en octubre del 2000. Nosotros los ayudamos con la electricidad y pasaron un cable de aquí hasta allá, porque la planta eléctrica que mi padre compró era muy potente», señala Manolito.
A ambos negocios los separa unos 50 metros de terreno y durante la reconstrucción acordaron planes y estrategias para la limpieza y traslado de nuevos equipos. Tras abrir los restaurantes, ambos se ayudaban mutuamente para comprar y trasladar los pescados y mariscos que vendían a sus clientes.
«Nos ayudamos mucho mientras duró la emergencia, y estuvimos sin servicio de electricidad por dos años, aún no tenemos línea telefónica solo inalámbrico y en aquella época solo agua por cisterna», explicó Manolito.
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Tiempo después, los dueños de El Rey del Pescado Frito vendieron el negocio y se fueron del país, por lo que la familia Esteves decidió alquilarlo por un tiempo y operaron ambos restaurantes por cuatro años y medio. «Después a mi abuelo le detectaron cáncer y mi padre se quiso ir a España. Nosotros le recomendamos que cerrara momentáneamente el Rey del Pescado Frito y se quedara con el Pobre Juan, sin embargo, él no quiso porque recordó que cuando se encargó del Rey le prometió a Cheo (la persona que se encargaba del restaurante en ese momento) que sacaría adelante el negocio, no tumbarlo. Por lo que el restaurante se vendió a los hermanos Orlando y Daniel Ferreira que son los que se mantienen hasta ahora».
Me quedo
Juan Manuel Esteves «Manolo» falleció en 2014 y el tío abuelo de Manolito en 2015. El legado sigue de la mano de los tres hijos de Manolo.
Después del deslave, el estado sufrió de dos vaguadas y se cayó el viaducto Caracas-La Guaira. «Comparado con lo que fue la tragedia, el estado se ha recuperado muchísimo, estamos hablando un desastre que no tenía precedentes».
Manolito estudio finalmente Ingeniería Técnica en Electrónica en la Universidad de Vigo, en Galicia y afirma que su deseo es seguir viviendo en Venezuela a pesar de todas las circunstancias por las que ha pasado no solo Vargas sino todo el país. «Yo nací en España, pero a mi me llama mucho esto, la verdad no se cómo describirlo, la mayoría quiere sacar sus papeles e irse, soy esa parte que decidió regresar y quedarse aquí«.