La culpa no fue del deslave: Colonia Psiquiátrica de Anare sucumbió a la desidia (II)
De lo que alguna vez fue el segundo psiquiátrico más grande de Venezuela solo quedan tres estructuras en pie: la antigua cocina, que se convirtió en un Mercal que nunca funcionó; la residencia de médicos devenida en hogar improvisado para damnificados; y la morgue transformada en taller mecánico,
El 15 de diciembre de 1999 una tragedia enlutó al país. La intensidad de una tormenta tropical hizo que las quebradas que bajan del cerro Ávila provocaran el más grande deslave del que se tenga registro en el costero estado Vargas.
Aunque no existen cifras oficiales, se cree que entre 15.000 y 50.000 personas murieron durante este desastre natural, entre los cuales se contarían todos los pacientes de la Colonia Psiquiátrica de Anare, un poblado ubicado a unos 60 minutos de Caracas conformado por cuatro calles, una escuela, un ambulatorio y dos barriadas, todo ello colindante con el sanatorio mental.
El rumor de que los pacientes de este lugar habían sido amarrados unos con otros por el personal del hospital justo cuando comenzó la tragedia y que la corriente del río los había arrastrado a todos hasta desaparecerlos se corrió como pólvora, volviéndose un leyenda urbana entre pobladores y extraños.
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Incluso hoy, al cumplirse 20 años de esta tragedia, habitantes de Anare aseguraron a TalCual que la corriente se había llevado los terrenos que conformaban aquella Colonia Psiquiátrica fundada en 1945 por el médico Alberto Mateo Alonso. Muchos aseguraban que a raíz del deslave, de aquel lugar no había quedado nada pues todo el hospital había desaparecido a consecuencia de este fenómeno.
Pero aunque el centro de salud en realidad ya no existe, un extrabajador del recinto rompió con el mito y narró que el siquiátrico desapareció no por el deslave sino por el olvido al que fue sometido por el gobierno de Hugo Chávez.
Antonio Medina, que por años fue el chófer de la ambulancia de la segunda ciudad psiquiátrica más grande de Venezuela luego de extinto psiquiátrico de Bárbula, explicó que la desaparición del centro de salud mental se dio de manera paulatina: la desidia fue tomando terreno hasta que finalmente en 2005 sus puertas se cerraron para siempre.
«No, el deslave gracias a Dios no se llevó nada, solo algunas paredes pero eso no afectó a ningún paciente ni al personal, más bien eso se resolvió en pocos días», dijo para aclarar aquella historia según la cual la desaparición se dio desde 1999.
El exempleado explicó que para el momento de su cierre el hospital estaba conformado por cinco pabellones, varios para pacientes críticos, hombre y mujeres; otro edificio pequeño en el que se atendían y se internaba a pacientes con algún tipo de adicción; una cocina, la emergencia y hasta una morgue.
El hospital fue demolido por orden del Ministerio de Salud luego de que los más de 300 pacientes del sitio fueron abandonados por el personal y, lo que es peor, por el Estado.
«Aquí eramos 150 trabajadores pero todos poco a poco se fueron yendo, ya no querían trabajar aquí, querían irse a Caracas o cuando mucho a trabajar en La Guaira», dijo Medina al explicar el cierre del hospital.
«Hubo un momento en el que habían muchos pacientes y poco personal, además por lo lejos que es esto los familiares se olvidaban de los internos. Esto fue agravando la situación», detalló el hombre al recorrer con nostalgia cada espacio del terreno que antiguamente conformaba el centro de salud.
De toda la construcción de la Colonia Psiquiátrica de Anare solo tres edificios siguen en pie. La antigua cocina del psiquiátrico hoy muestra las señales de la transformación que sufrió: tras la desaparición del hospital se condicionó para ser el Mercal del pueblo, pero solo abrió sus puertas en una oportunidad.
El edificio donde se hospitalizaba a los pacientes con adicciones hoy es la vivienda de varias familias, todas ellas damnificadas tras la vaguada de 2005. Aquí llegaron con la promesa de que sería un refugio temporal mientras se les reasignaba una vivienda, hogar que 14 años después sigue siendo palabra incumplida.
Por último queda la estructura de la antigua morgue del hospital, donde actualmente funciona el taller mecánico de Antonio Medina, quien sobrevive haciendo algunos trabajitos para ganar algo de dinero que le permita alimentar a su familia, la misma que antiguamente se beneficiaba de su sueldo como empleado del sanatorio.
Medina cuenta que aunque para el momento del deslave aquel diciembre de 1999 el río de Anare no estaba embaulado, el agua corrió sin causar mayores desastres, algo que también ocurrió durante la vaguada de 2005, hasta que al fin decidieron comenzar un proyecto para canalizar el cauce de agua.
Pero como muchas otras cosas esto quedó a media, solo se hicieron las paredes del embaulamiento y únicamente en la cabecera del río, el piso no se hizo, por lo que hoy este espacio está lleno de vegetación y deshechos que los mismos habitantes del pueblo lanzan en el lugar.
A la buena de «Dios»
Con el cierre del hospital psiquiátrico la salud de los habitantes de Anare quedó a la deriva, pues mientras el centro estuvo en pie cualquiera que se enfermara o requiriera atención médica iba sin problemas a la emergencia del psiquiátrico, donde se atendía a niños y adultos, se diagnosticaba e incluso se prestaban los primeros auxilios y, de ser necesario, eran trasladados en la ambulancia. Pero la historia cambió con el cierre del hospital.
Improvisadamente, en 2005 se construyó el ambulatorio del pueblo sobre las bases de lo que era el dormitorio de los residentes, médicos y personal que laboraba en el psiquiátrico. En este nuevo centro solo trabajan dos enfermeras y un médico en un espacio dividido en dos consultorios, un dormitorio, una cocina y una sala de nebulización con equipos totalmente oxidados. De hecho, la sensación al entrar es la de haber llegado a un espacio abandonado, dejado atrás.
Gran parte del lugar no cuenta con luz eléctrica, por lo que el personal debe aprovechar al máximo la luz solar. Cuando cae la noche la oscuridad dificulta la atención. Tampoco se cuenta con suministro de agua potable. Tuberías existen, pero el agua provine del río, el mismo donde los pobladores lavan la ropa y se bañan a diario, por lo que la calidad del agua está más que comprometida.
Antonio Medina, quien ahora es jefe del transporte del ambulatorio, dijo que ahí «trabajan con las uñas. Realmente no tienen mucho que ofrecer a los pacientes, si te enfermas tienes que correr a Naiguatá, que es lo más cercano».
Eso sí, cada paciente tendrá que proporcionarse su transporte pues la ambulancia asignada al pueblo está dañada desde hace varios meses, y aunque Nicolás Maduro hijo prometió repararla, la promesa ha tenido el mismo destino de la Colonia Psiquiátrica de Anare.