El dilema de Hugo, por Simón Boccanegra
Este minicronista imagina que en cualquier país medianamente serio un affaire como el de la cedulación hubiera provocado la renuncia o la destitución de un ministro a quien se le hace lo que Miqui le hizo a Dávila. No es concha de ajo lo ocurrido. No se puede echar atrás una licitación de centenares de millones de dólares, con lo que ello implica en lesiones al prestigio de la República y hasta en posibilidades de demandas judiciales, sin que el responsable de ella no sea obligado a explicar qué fue lo que pasó. Dávila está emplazado. Si calla, otorga y queda condenado ante la opinión pública como corrupto. Si habla y acepta la decisión de Miqui, admite implícitamente que una licitación dirigida por él estuvo llena de errores e irregularidades y también queda como corrupto. Si rechaza las razones para la impugnación de la licitación, pone a Miqui en un aprieto porque el balón de la corrupción pasa a la cancha del octogenario ministro: este tendría que explicar por qué echó atrás un proceso que al decir de Dávila había sido impecable. Pero, en cualquier caso, es Hugo quien tendría que ver qué hace con esa papa caliente en la mano. ¿A quién va a sacrificar?