El discurso del odio, por Teodoro Petkoff
Yo-El-Supremo mantiene su discurso provocador, excluyente y polarizador. Las elecciones de noviembre lo tienen loco; siente que el piso se le mueve, que además de las gobernaciones y alcaldías que pueden ganar sus adversarios políticos, en once otras regiones astillas de su mismo palo amenazan con aguarle la fiesta. Por eso insiste en tratar de sacar dividendos de la polarización. En el Aló Presidente de ayer, aprovechando un diálogo con un joven liceísta, nuevamente se refirió a los estudiantes que le han metido las cabras en el corral como «hijos de papá y mamá», «machineados por el imperio». Se nota que se le está secando el cerebro. Es el discurso ya oxidado, la repetición de las mismas babiecadas olorosas a naftalina, sacadas del baúl de las antiguallas ideológicas, que pretenden continuar dividiendo a los venezolanos en buenos y malos; buenos los que están con él, malos los que lo adversan.
Eso, que le funcionó en sus primeros años de mandato, ya hoy se oye fané y descangallado. No hay ideas sino clichés. Otra vez Chávez con su ladilla de siempre. El típico discurso de quien quisiera ser visto como reencarnación de la Justicia, de la Verdad y hasta de la Historia, que quisiera sentar en el banquillo de los acusados a todo aquel que disienta de Él, pero calificado no como adversario político -con todo derecho democrático a estar en desacuerdo con el gobierno- sino nada menos que como enemigo de la Justicia, de la Verdad, de Simón Bolívar, de Ezequiel Zamora, de Sucre, de Marx, de Mao, de Fidel Castro, todos reencarnados en Él, el Supremo hablador de bolserías de la comarca. Es el mismo discurso
maniqueo de Bush y de todos los fundamentalistas, que se parecen entre sí como gotas de agua. Si no estás conmigo, estás contra mí. Si no me apoyas, vete del país, lárgate, como cantaba en un hip hop «revolucionario» una jovencita participante del mismo show. El que no esté de acuerdo con el gobierno, no es venezolano, no tiene derecho a vivir en esta tierra; mejor es que se largue. Esa jovencita repetía el discurso perverso de Yo-ElSupremo. Esa es la «formación revolucionaria» que ese discurso miserable proporciona a las naturalmente maleables mentes adolescentes e infantiles colocadas bajo el influjo de esa forma de pensamiento único.
Es un discurso canallesco y anti-venezolano; la negación de cualquier valor de solidaridad y humanismo que de la boca para afuera pregona Yo-El Supremo. Ese es su verdadero yo. El Otro, el de pensamiento distinto, es una no persona, no existe. Para colmo, Chávez se quejaba de que los jóvenes liceístas no proporcionan una «respuesta contundente» a los «títeres del imperio». ¿Qué es una «respuesta contundente»? ¿La de la metra que mató al estudiante merideño? ¿Se da cuenta este irresponsable de que los muchachos que lo escuchaban pueden entender eso como un llamado a zafarrancho de combate, al ataque físico contra los otros jóvenes? La verdad es que Chávez puede sacarle la piedra al mismísimo Job.