El efecto Ingrid, por Teodoro Petkoff
Con el rescate de Ingrid Betancourt y los otros 14 secuestrados, Colombia parece haber entrado en un circulo virtuoso, que rompe ese círculo vicioso, una suerte de «empate catastrófico», entre el Estado colombiano y las FARC.
La localización y la muerte de «Raúl Reyes», seguida del asesinato del comandante «Iván Ríos» a manos de uno de sus lugartenientes, de la entrega de la comandante «Karina» y del propio fallecimiento de Manuel Marulanda -ya de por sí fuertes reveses para la guerrilla-, son rematados ahora por la impresionante operación militar que devolvió la libertad a quince secuestrados. El Estado colombiano y su gobierno tienen hoy total iniciativa tanto en lo político como en lo militar. En Colombia, la percepción generalizada es la de que un desenlace militar (si es que no hubiere uno político previamente), sería cuestión de dos o tres años más pero que ya puede darse por descontado que la guerrilla, aculada en las profundidades de la selva amazónica, ya está no sólo política sino militarme derrotada. El propio plazo que se conceden a si mismos los colombianos revela que cincuenta años de guerra los han curado de ilusiones y saben perfectamente que, pese a lo tan golpeada y aislada como está, la organización guerrillera todavía cuenta con alrededor de una decena de miles de hombres y recursos financieros casi ilimitados gracias a sus nexos con el narcotráfico y eso le da todavía, aunque sus posibilidades de victoria sean prácticamente nulas, una real capacidad de continuar perturbando la vida colombiana. No en balde la operación militar del rescate fue denominada «Jaque», no «Jaque Mate».
Los efectos internacionales del operativo son enormes. No hay duda que esto favorecerá un replanteamiento en la política latinoamericana. Lo resumió atinadamente Ingrid Betancourt en una frase soberbia: «A nuestros amigos del exterior (en obvia referencia a Chávez y Correa) queremos recordarles que el presidente electo de Colombia es Álvaro Uribe y no las Farc». O sea, hay que dejar el jueguito, estratégica y políticamente no sólo equivocado sino aberrante, de patrocinar a las Farc. Por lo pronto, es obvio que a estas alturas del juego los dos liderazgos que lucen como los más importantes del continente son los de Lula y Uribe. Lula, porque su exitoso gobierno refuerza a la izquierda democrática, fortalece la postura de avance social con democracia y no muestra ninguna ambigüedad ante las Farc. Uribe, porque demuestra la inanidad de la izquierda borbónica uno de cuyos gonfaloneros, nuestro presidente, se ha visto obligado a admitir tardía pero, para su suerte, oportunamente, la inactualidad histórica y política de la lucha armada hoy en América Latina y la inhumanidad del secuestro y el narcotráfico como métodos de lucha dizque «revolucionaria».
Chávez debería admitir que no se puede comer más arriba de la boca, olvidarse de su delirante aspiración a un liderazgo continental sostenido a punta de petrodólares y dedicarse prestarle atención a su estropeado país.