El fin de la ilusión, por Jesús Armas
Twitter: @jesusarmasccs
Luego de la muerte de Stalin había una ilusión reformadora y democratizadora en los socialistas de todo el planeta, en especial tras el llamado “discurso secreto” de Krushev nuevo líder de la Unión Soviética, en donde condenaba los excesos de Stalin contra las libertades y los derechos del pueblo soviético. Esta situación llenó de valor a políticos reformadores, estudiantes y trabajadores en Hungría, motivándolos a organizar una serie de protestas para exigir cambios en el sistema.
Tras varios días de protestas, las exigencias de los ciudadanos fueron parcialmente escuchadas, Imre Nagy un político socialista pero reformador, muy aceptado entre los protestantes, asumió la conducción del país con la venia de Moscú. Al muy poco tiempo de su ascenso al poder, Nagy empezó a promover reformas, entre ellas plantar cara a la Unión Soviética y exigirles mantener a sus fuerzas militares fuera de Hungría. Como ya se imaginarán, esto no sucedió.
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En respuesta a la situación húngara y con un gran temor de que este espíritu de lucha se expandiera a otras naciones, Krushev se reunió con los líderes del partido comunista y con los jefes de estado de los países vecinos para planear y efectuar una invasión. El 4 de noviembre de 1956 los tanques rojos llegaron a Budapest y depusieron el gobierno, colocaron al frente del país a un liderazgo fiel a Krushev y adverso a las reformas. Imre Nagy se asiló unos días en la embajada de Yugoslavia, pero fue capturado y llevado a Rumanía, luego fue sometido a un juicio injusto y fue ejecutado en 1958.
Esta invasión representó el fin de la ilusión para muchos. Los húngaros perdieron la ilusión en tener soberanía y democracia al menos en el corto plazo, en el resto del mundo los socialistas más consientes perdieron la ilusión en la posibilidad de una democratización dentro de la URSS y buena parte de occidente dejó de creer en la posibilidad del fin de la Guerra Fría. La ilusión murió, pero la esperanza en el corazón de millones oprimidos por la pobreza y la represión del comunismo soviético siguió intacta.
Como todos sabemos, la democracia llegó a Hungría un poco más de 30 años después de esos acontecimientos. Hechos impensables sucedieron, una mesa de negociación entre diversas fuerzas políticas y el partido comunista acordaron un proceso de liberalización económica y democratización política, los restos de Nagy fueron honrados por todo lo alto y los tanques soviéticos no aparecieron esta vez.
Hungría llegó al ciclo XXI con crecimiento económico y libertades políticas, sin embargo, hoy nuevamente ve su democracia amenazada. La política es dinámica, no se detiene y hay que preservar las libertades cada día.
En este momento en Venezuela muchas ilusiones se desvanecieron, los ciudadanos dejaron de creer en la oposición y en la posibilidad de una transición a la democracia en el corto plazo, decidieron dedicarse a sobrevivir. De la misma forma, parte del liderazgo opositor se rindió, prefirió dedicarse a fingir que podían ser alcaldes, concejales o hasta gobernadores, sin necesidad de luchar por la democracia, asumieron que es mejor convivir y callar. Además, a los socialistas la avasallante realidad económica les destruyó la ilusión marxista, prefirieron acabar controles de precio, de cambio y relajar las importaciones para asumir una postura ya no Stalinista sino más bien emulando a la Rusia de Putin, ser autoritarios, pero tener a una élite empresarial utilizando las libertades y los privilegios del Estado para producir dinero.
Los venezolanos sabemos que, aunque hoy se vea lejos, quienes están en el poder no se podrán sostener ahí para siempre, la democracia eventualmente regresará a nuestra nación y podremos tener un país con libertades económicas, con justicia y con democracia, pero aprendiendo de Hungría tenemos que entender que nunca se puede desmayar en la defensa de la libertad. El liderazgo opositor (el realmente comprometido) atraviesa un desierto, con cuestionamientos duros y justos por parte de la población, con pocos recursos económicos y sin muchas opciones, pero son estás pruebas de fuego las que construyen hombres de estado y liderazgos transformadores. El fin de las ilusiones no representa el fin de la esperanza.
Jesús Armas es Ingeniero Industrial (UCAB). Master en Políticas Públicas, Universidad de Bristol, Reino Unido. Concejal del Municipio Libertador 2013-2018. Activista del partido Primero Justicia.
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