El Gran Manipulador, por Teodoro Petkoff

¿Por qué la gestión de Hugo Chávez es tanta “muela”, tanto discurso? ¿Por qué, mientras menos obra concreta, más duro es el lenguaje? Porque se trata de un mecanismo psicológico de carácter compensatorio, tanto para sí mismo como para sus seguidores. Por ejemplo, para Chávez significa una gran frustración que la industria petrolera haya sido nacionalizada en 1976. Como no puede presentar ese trofeo, entonces lo sustituye con toda la cháchara sobre la Pdvsa “del pueblo” o transforma en una epopeya el acto administrativo, perfectamente lógico y previsto en la legislación petrolera, de elevar las regalías que pagan las empresas explotadoras de crudo pesado. La pregunta, más bien, sería por qué tardó tanto, puesto que los precios petroleros, altos desde hace varios años, daban margen suficiente para subir ese impuesto. De igual manera, puesto que la industria petrolera ya es nacional, el gran manipulador se las ha ingeniado para jactarse de haberla salvado de una imaginaria “privatización” —que, por lo demás, nadie políticamente serio planteado jamás. Pura habladuría.
En materia agraria le ocurre lo mismo. Quien lo oye imaginar que Venezuela es todavía un país semifeudal, de señores de la tierra y siervos de la gleba. Eso vende mucho entre la romántica izquierda grupuscular del primer mundo. Chávez sería así un gallardo Robin Hood enfrentado a una oligarquía terrateniente que tiene pisados a millones de campesinos sin tierra. Si bien en el campo subsisten todavía bolsones de injusticia que es necesario erradicar, lo que pinta Chávez tiene poco que ver con la realidad. Entre 1961 y mediados de los 70, se adelantó una Reforma Agraria, que con todas sus deficiencias, antes de quedarse pasmada, entregó unos 3 millones de hectáreas de tierra a 250 mil familias campesinas y le partió el espinazo al latifundismo. Adicionalmente, el campo venezolano ha conocido un significativo desarrollo capitalista que, junto a la reforma agraria y a la naturaleza petrolera de nuestra economía, modificó sustancialmente su estructura socioeconómica. Nada extraño, pues, que las ciudades se hayan tragado a la mayor parte del campesinado. El 86% de la población es urbana y apenas un 14% es rural. Las relaciones de propiedad y producción propias del latifundismo constituyen hoy un fenómeno más bien marginal. Su eliminación (si es que Chávez logra superar el cortocircuito que existe entre su boca y sus manos), que seguramente no tendría muchos dolientes, hasta a un vividor como Ramonet le costaría trabajo equipararla con la épica de Emiliano Zapata en México. Para lo que queda por hacer en materia agraria, la Ley de 1961 era suficiente, pero Chávez quería una ley con su sello. Inventó, entonces, otra, pesadamente burocrática, que no por casualidad ha resultado hasta ahora prácticamente inaplicable. Eso sí, su lengua le permite sentirse Zamora redivivo. Le encanta vivir de esa mitología, con la cual se entretiene y entretiene a la gente en las largas tardes dominicales