El hermanazo, por Teodoro Petkoff
¿En cuál recoveco neuronal, en cuál meandro de sus circunvoluciones cerebrales se ocultará esa pasión del Hiperlíder por identificarse con cuanto tirano –mientras más longevo mejor– queda por el mundo? Fallece recientemente un déspota en Gabón, que llevaba 42 años en el mando, y se desmoña el Hiperlíder enviando un pésame. La cosa, ya es sabido, comenzó con el decano de todos, Fidel Castro, pero en su galería personal de amigos impresentables figuran el eterno Kaddafi; el sobreviviente dictador soviético Lukashenko; Mugabe, el de Zimbabue; aunque, curiosamente, por alguna razón desconocida, se ha abstenido de asumir parentesco fraternal con Kim Jong Il, el regordete dictador dinástico de Corea del Norte. Pero el más cercano, el hermano del alma, el «hermanazo», es el iraní Ajmadineyad. Con éste la identificación parece absoluta. No habían terminado de cerrarse las urnas electorales en Irán y ya estaba el Hiperlíder felicitando al hermano.
Pero al hermano, el pescado se le está volviendo cabeza, como dicen en Persépolis y también en Sabaneta. Millones de iraníes han cogido las calles protestando unos resultados electorales que consideran fraudulentos. Nadie sabe qué va a pasar, pero evidentemente, al revés de la interpretación que se permitió el Hiperlíder en cuanto a que eran los medios internacionales los que estaban fabricando el clima adverso al hermanazo, ya el propio Consejo de Ayatolas, máxima autoridad en esa teocracia reaccionaria y anacrónica, del siglo IX después de Mahoma, decidió «revisar» los resultados electorales y emitir dentro de diez días su veredicto.
Se han producido las primeras víctimas fatales, pero con ello las protestas y manifestaciones no hacen sino arreciar. La reacción del hermanazo ha sido la previsible. Palo y plomo.
La policía y un grupo de matones denominado Basij, que, coincidencialmente, en persa quiere decir Piedrita, han embestido contra los manifestantes, matando a siete de ellos, hasta ayer. El gobierno del hermanazo ha bloqueado los servicios de Internet y de mensajes telefónicos y ha expulsado del país a corresponsales extranjeros y a camarógrafos de televisión, en un vano intento de aislar comunicacionalmente al país.
¿Qué pasa en Irán, donde cualquiera hubiera podido imaginar que un tipo como Majmud Ajmadineyad, quien con sus programas atómicos, sus misiles de largo alcance y sus ejercicios bélicos, podría alimentar el orgullo nacional, ha generado, sin embargo, una reacción contraria tan masiva? Probablemente pasa que la gente no entiende cómo es que no pueden compatibilizar la industria nuclear con comida barata; no entiende cómo una de las más antiguas civilizaciones del planeta tiene que aceptar que maten a pedradas a la mujer acusada de adulterio ni entiende por qué tiene que calarse las reglas impuestas por un puñado de sacerdotes que deciden sobre la vida y la muerte en un país de 80 millones de habitantes y empeñado en mantener en el poder a un tipo que es la encarnación misma del atraso y la reacción.