El hipismo y la República, por Simón Boccanegra

La actividad hípica funciona con una eficiencia y una precisión de relojería que ya quisieran para sí todas las demás instituciones del país. Aquí los escrutinios electorales se demoran interminablemente y están plagados de irregularidades. Los del 5 y 6 están listos una hora después de la terminación de las carreras. Jamás hay denuncias sobre irregularidades. Alguna que otra vez, apenas, se ha hablado de cuadros chimbos. Cuando en el hipódromo anuncian “dos minutos” para el cierre de las apuestas, son dos minutos y no hay nada de “un momentico”.
No ha terminado una carrera y ya se sabe cuánto paga cada apuesta. Las carreras empiezan con puntualidad británica y cada una tiene lugar a la hora señalada. No hay retrasos.
Cuando los comisarios toman una decisión como, por ejemplo, la de distanciar a un caballo ganador, no hay gritos ni reclamos. No hay revire ni nadie amenaza con “tomar” el recinto donde operan esos jueces. Todo el mundo acata disciplinadamente. En el juego siempre se intuye la comisión de camuninas, pero los mecanismos de prevención de ellas son tales (por ejemplo los de antidoping) que raras veces se sabe de casos. ¿Por qué, Dios mío, no podrá ser así la República?