El imperio contrataca, por Teodoro Petkoff
Reduciendo la controversia Exxon Pdvsa a su esencia tenemos lo siguiente. El gobierno venezolano decidió modificar la correlación accionaria en los cuatro «convenios estratégicos» de la Faja del Orinoco para que Pdvsa pase a controlar el 60% de cada uno de ellos. Cómo es natural, el precio de las acciones a adquirir y pagar por Pdvsa pasó a ser objeto de disputa. Cuatro de las transnacionales (Total, Statoil, BP y Chevron), lograron acuerdos con Pdvsa sobre el precio y las modalidades de pago. Dos, (Conoco y Exxon), reviraron, reclamando un precio superior al que Pdvsa estima. Con Conoco continúan las conversaciones «amigables». Exxon llevó el caso a la Comisión Internacional de Arbitraje, tal como establecen los contratos para esas asociaciones en el caso de tranca. Ahora, Exxon ha logrado de un tribunal inglés y de otro norteamericano medidas cautelares que embargan hasta por 12.300 millones de dólares activos de Pdvsa en el exterior, para, aduce Exxon, asegurarse el pago, una vez que los árbitros decidan, alegando que albergan temores de que Pdvsa no acataría el dictamen arbitral. Estos son los hechos.
Analistas internacionales han considerado desmesurada la decisión judicial, teniendo en cuenta la desproporción entre el valor de los activos embargados y la cantidad en disputa, que la propia Exxon estima en alrededor de 1.500 millones de dólares. Luis Herrera Marcano, experto en estos asuntos, califica de «inusual» la decisión judicial, la cual, según él, «no tiene antecedentes en el mundo».
¿No podía Exxon esperar la decisión arbitral, que, en definitiva, se producirá a instancias de ella misma? Habida cuenta de que Pdvsa no se está negando a pagar (ya lo ha hecho) sino que cuestiona el monto demandado por Exxon y que la empresa venezolana ha aceptado la jurisdicción de la Comisión de Arbitraje, ¿puede aceptarse la validez de un argumento que parte de un proceso de intención («no estamos seguros que Pdvsa pagará»)? ¿Por qué, pues, Exxon pide el embargo?
Porque si tiene pico, plumas y patas de pato es un pato. Porque Exxon, en verdad, es lo que Chávez dice que es, pero él no saca la conclusión adecuada. Porque Exxon es una transnacional, heredera de la Standard Oil, la más famosa de las no menos famosas «Siete Hermanas» petroleras, matriz de nuestra vieja conocida, Creole Petroleum, y cuya historia, contada hoy por Hollywood en película para el Oscar (Petróleo sangriento), está abundantemente regada con sangre. Quien se mete con Exxon debe saber que no lo está haciendo con una organización filantrópica sino con una empresa asociada en otros tiempos a las peores prácticas del imperialismo, ese de la época en que un presidente gringo dijera que detrás de cada dólar norteamericano iba una lancha cañonera. O sea, cabía esperar de Exxon una reacción como la que se ha producido, a tono, ahora, con tiempos en los cuales ya no son las cañoneras las que protegen a los dólares yanquis sino una madeja de instituciones globales, tipo juntas de arbitraje montadas por el Banco Mundial, cuyo presidente, como se sabe, lo pone el presidente de los Estados Unidos. Chávez tenía que haber calculado esto. Conclusión: al perro que no se conoce no hay que jorungarle el rabo. Quien lo haga, sepa que el can lo puede morder. El «imperio», como lo denomina Chávez, existe…y contrataca. Sobre todo cuando se la ponen bombita. Porque si usted se la pasa denunciando al «imperio» tiene que saber que lo que le puede venir es candanga y usted no puede tener una conducta que le haga las cosas fáciles a ese superpoder.
Es lo que ha hecho Chacumbele. ¿Por qué Exxon llevó a cabo su trastada? Porque encuentra a una Venezuela y a una Pdvsa extremadamente vulnerables. Porque Chacumbele tiene al país en el punto más bajo de su prestigio internacional, si no aislado bien cerca de ello. Chacumbele metió la pata hasta la ingle con su proposición sobre el status de beligerancia para las Farc y con los incontenibles insultos a Uribe y continuó perforando el subsuelo con su idea del «ejército del Alba». En ambos casos lo más significativo es el estruendoso silencio de su único aliado relativamente serio, Cuba, roto sólo por la relancina afirmación de Fidel acerca de las «buenas relaciones internacionales de Cuba con gobiernos de izquierda y de derecha», en obvia alusión a Uribe. Ya antes de todo esto, Chacumbele había venido agrietando las relaciones de Venezuela con buena parte de los gobiernos del continente y perdió toda indulgencia en Europa. Por este lado, pues, Exxon actúa contra un gobierno gravemente desprestigiado, con muy pocos fiadores en el mundo.
Pero, como si fuera poco, el gobierno de Chacumbele tiene boqueando a Pdvsa. Descapitalizada en lo profesional y técnico por la absurda e innecesaria hecatombe de 20 mil de sus trabajadores; devorada por la corrupción; en caída libre su producción y su capacidad de refinación; con estrecheces de caja que la han llevado a la insólita medida de exigir el pago de sus embarques a treinta días (en lugar de los acostumbrados noventa) y a colocar en el mercado 300 mil barriles de fuel oil pagaderos en ¡ocho días!, Pdvsa no está en su mejor momento.
Exxon le ha puesto un revolver en el pecho a Pdvsa pero todavía hay tiempo para hacer lo que se está haciendo con Conoco: sentarse a hablar. En fin de cuentas, lo que una compañía y otra plantean es negociable. La arrogancia de Chacumbele («Queremos que las compañías se queden pero la que no quiera puede irse» o la amenaza de «no vender más petróleo a Estados Unidos»), debe ceder lugar a una disposición a buscar una solución práctica a corto plazo. Porque si es cierto lo que ha dicho Rafael Ramírez, que el juicio en la Comisión de Arbitraje puede durar cinco años, lo que Pdvsa perderá en intereses más altos que ahora debe pagar por sus papeles de deuda y la dificultad con la que ahora tropezará para conseguir el financiamiento que desesperadamente necesita para sus demorados programas de inversión, configurarán pérdidas mucho mayores que la plata que tendría que pagarle a Exxon –incluso si no la decisión arbitral fuere desfavorable para el país. El discurso patriotero, en este caso, sirve de muy poco. La irresponsabilidad de Chacumbele tiene a todo país en un brete difícil. Porque Pdvsa nos concierne a todos. No es la Gran Reserva (como la denominó Laureano) la que nos va sacar las patas del barro en «la guerra de los cien años contra el imperio», sino, además de un buen bufete de abogados, una conducta sensata y responsable del gobierno para alcanzar un buen arreglo antes que prolongar un mal pleito.