El lugar, por Mercedes Malavé
“No hay tal lugar”: así titula Alfonso Reyes su ensayo sobre las utopías, trayendo la etimología del griego que ha dado origen a una corriente literaria que nos remonta a la República de Platón. Esa añoranza del lugar-hogar ideal, cálido, ameno, acogedor y perfecto, donde las personas se tratan con respeto y justicia, donde somos bien atendidos y valorados, ha servido de inspiración a múltiples proyectos de sociedades ideales en las que las personas viven en armonía perfecta y donde todos comparten todo.
Pandemia y hogar
De pronto amanecimos encerrados en nuestros hogares. La pandemia no sabe de utopías ni respeta la libertad de promover mundos ideales. Para algunos la casa es un infierno; para otros, un lugar de paso, de donde salen corriendo un día y otro, huyéndole a la rutina, a la falta de experiencia en tareas domésticas, a los problemas de convivencia, al exceso de silencio… o de ruido.
Hogares fríos, abandonados; horarios laborales inhumanos. Vivimos un mundo a toda velocidad, hacia fuera del hogar y en su detrimento. Tanto trabajar, trajinar y viajar para acabar recluidos en el único lugar donde realmente podemos sobrevivir y estar protegidos: el hogar. Y quizás no estaba incluido en nuestro proyecto vital.
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Una enseñanza nos dejan estos tiempos: Por muy mal que esté el ambiente doméstico, en casa siempre estamos más resguardados y seguros que en la calle. Se trata de una realidad humana que convendrá asumir y cultivar de ahora en adelante.
Cuidar del hogar es cuidar de las personas, por eso, la primera obra de bien común que tenemos encomendada todos es hacer de nuestros hogares lugares habitables, cordiales, queribles.
Los venezolanos atravesamos endemias sociales que se yuxtaponen y agravan en estos tiempos de pandemia. Cuántas personas yacen encerradas en sus casas, preservándose de tanta hostilidad, temerosas de salir a la calle, sin compañía. Pero la amenaza entra por las tuberías (sin agua) por la cocina (sin gas) por el cableado eléctrico apagado. Personas que convalecen en soledad porque ya no le quedan ni hijos ni nietos en el país. Hogares sin medicinas, sin dinero, sin transporte, sin conectividad.
La indigencia prácticamente ya no hace distinciones sociales. Son millones de hogares en esta situación, y el gobierno se gloría en defensa de la soberanía porque liquida conspiraciones reducidas a un puño de mercenarios; últimos residuos de una estrategia opositora que ahogó a la clase política, a la fuerza popular-electoral y a la Asamblea Nacional en un mar de mentiras.
Hogares en José Félix Ribas
Así las cosas, aparece la distopía; esa “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana” (DRAE dixit). Si Venezuela sigue como va habrá Wilexis en cada barrio, en casa urbanización. Si nadie hace hogar alguien lo hará. Si la clase política no atiende el deseo natural, irrenunciable y ético de vivir en un país habitable, en paz, donde la vida y los bienes se respeten, alguno se ocupará de imponer esa ilusión a punta de inmoralidades, fusil y metralleta. Y las personas, sedientas de paz, le creerán y lo aplaudirán.
Venezuela se ha vuelto un país inhabitable y arruinado por el odio político. El vaticinio de Cecilio Acosta hoy es un hecho. La distopía que vivimos no favorece a ningún sistema o régimen; simplemente demuestra el fin de todo…y la necesidad de que más temprano o tarde surja algo nuevo.