El mito argentino, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
«Diego nos está mirando desde arriba» (Lionel Messi)
Después de la ya legendaria victoria de Argentina frente a Francia -la madre de todos los partidos de fútbol- y de la obtención de la copa mundial, la figura de Messi ha adquirido nuevos relieves. Messi ha derrocado a Maradona, es la frase que circula en periódicos y revistas. “Del mito de Maradona al mito de Messi”, escribió un semanario deportivo en la primera página.
Sin dudas, Messi es el héroe del momento. Y probablemente lo será en el curso de la historia universal del popular deporte. No obstante, hay que tener cuidado con el uso de las palabras. Messi es un héroe futbolístico, pero por ahora no es un mito. O por lo menos, todavía no lo es. Eso nos remitiría, claro está, a la definición de un mito. El problema es que, como el mito no es una cosa sino un fenómeno, hay cientos de definiciones de la palabra mito, y como un fenómeno no se deja nunca definir, siempre habrá un “resto” indefinible. De ahí que, en vez de indagar por la vía tortuosa de las definiciones, prefiero caminar por sobre las caracterizaciones. Y ya he hecho una, el mito es un fenómeno.
¿Y qué es un fenómeno? En los términos de la filosofía de Husserl, dedicada casi completamente a estudiar el fenómeno del fenómeno, el fenómeno es algo que irrumpe de repente, sin previsión ni causalidad. En términos no filosóficos sino teológicos, es un milagro, o en el uso popular, una aparición. Maradona y Messi son en ese sentido dos fenómenos. No porque sean -para decirlo como los argentinos, fenomenales– sino porque es imposible precisar las razones que llevan al aparecimiento de “el pelusa” y de “la pulga». Visto de ese modo, todo mito es un fenómeno. Sin embargo, no todo fenómeno es un mito. Un tsunami, por ejemplo, es un fenómeno de la naturaleza, pero no es un mito.
El mito, lo podemos comprobar desde los primeros mitos, los de los griegos, tiene una centralidad humana. Y como tal dispone de un o unos personajes en torno a los que circula una narrativa. ¿Es el mito entonces una leyenda? Puede serlo, pero no es condición necesaria. Una leyenda puede ser inventada, o basada en hechos inexistentes, pero el mito no. El mito corresponde a un hecho originario real que gira en torno a una persona o unas personas mitológicas (valga en este caso la tautología) las que han llegado a ser mitológicas, porque además de fenomenales, se han convertido en símbolos de una unidad humana, en el caso argentino, de una nación.
Si la caracterización del mito llegara hasta ahí, Maradona y Messi serían dos mitos. Pero tampoco es cierto. Los dos son y serán símbolos futbolísticos (iba a escribir deportivos, pero no estoy muy seguro de que el fútbol sea solo un deporte). Este justamente es el punto nodal: si todo mito es un símbolo, no todo símbolo es un mito.
Para expresarnos de modo lacaniano, «nuestro» mundo es simbólico.
La realidad que vivimos, de acuerdo a Lacan, es solo una fracción de la realidad, una que hemos estructurado a través de símbolos, sobre todo los del lenguaje, para soportarla de acuerdo a la medición de nuestros sentidos. Así entendemos la versión lacaniana de la santísima trinidad: la realidad es todo (el Padre), la realidad simbólica es la que habitamos (como hijos) y la realidad imaginaria es la que elaboramos en el tiempo, a partir de la realidad simbólica. Ahora, en la versión subteológica argentina, Messi y Maradona son símbolos del fútbol, pero, además, Maradona forma parte de un imaginario colectivo, nacional y –nunca olvidemos– popular.
Messi, en toda su grandeza, es siempre Messi. Pero Maradona es más que Maradona: es parte de un imaginario, de un personaje mítico nacido en una nación, como pocas, mitómana. O, dicho de otro modo: Messi, por ahora, es un símbolo futbolístico, el más grande de todos, si se quiere. Maradona en cambio es un símbolo convertido en mito en el marco de una mitología que no solo es futbolística.
Messi es parte, quizás la principal, de la historia del fútbol argentino. Maradona es un personaje de la (tortuosa) historia argentina. De modo que Messi no ha desplazado a Maradona. No puede, pues ambos están situados en un lugar distinto de la historia y del tiempo. No se trata de cual ha sido mejor que el otro (personalmente creo que Messi es mejor que Maradona, pero eso no tiene aquí ninguna importancia) o si alguno de los dos fue mejor que Pelé, sino de quien es un mito y quien no lo es. Puede suceder incluso que en el futuro aparezca otro futbolista argentino mejor dotado que Messi o Maradona. Eso no importa. El mito de Maradona no desaparecerá porque simplemente los mitos no desaparecen. Vinieron para quedarse. Como se quedó Gardel, como se quedó Evita, como se quedó Che Guevara.
Al nombrar a esos tres premaradonianos argentinos, creo que estoy diciendo algo decisivo. Los tres tuvieron una muerte prematura. Maradona no murió muy joven pero tampoco llegó a viejo. Si revisamos ahora la cantidad de mitos que se han dado en los espectáculos de masas no argentinos, como son los de la música popular y los del cine, veremos que ninguno murió viejo. Marilyn Monroe, James Dean, Elvis Presley, Michael Jackson, John Lennon, entre otros. En otras palabras, fueron vidas trágicamente truncadas. Y aquí topamos con un elemento consustancial a todo mito: las vidas de los mitos, trátese de los antiguos (Edipo, Sísifo, Electra) o de los modernos, ha sido muy trágica.
Los mitos griegos originarios fueron casi todas tragedias teatrales. Ningún héroe mitológico fue en su vida feliz. Parece haber incluso una contradicción insalvable entre mito y felicidad. Los héroes mitológicos han buscado con delirio a la felicidad, mas nunca la han encontrado. Puede que por eso sean mitos: reflejos de la condición humana: de ese “animal enfermo” que lleva consigo la imagen de la muerte, para decirlo con Freud. Messi, desde ese punto de vista, no reúne las condiciones para ser un candidato mitológico. Si bien su fútbol es condenadamente anormal, él, como persona, es muy, quizás demasiado, normal. Simpático, correcto en el trato, profesional ciento, por cierto, no consume drogas ni alcohol, no anda mujereando por ahí, es un esposo solícito y un excelente padre de familia, en fin, es el hombre que toda suegra quisiera como yerno. Todo lo contrario, a Maradona: un endemoniado.
A Messi puede que no todos lo quieran, pero nadie lo odia. A Maradona, o lo aman con pasión, o lo odian sin tregua. Estos últimos lo odian tanto que, al odiarlo, terminan siendo más maradonistas que los que lo aman. Y precisamente eso explica que Maradona sea un mito y que Messi no tenga madera de mito. El mito para ser mito, tiene que ser un ente transgresor.
Casi no hay mito que en vida no haya transgredido los valores, las normas, las convenciones, la moral establecida. Quienes serán mitos viven en el infierno o en el cielo. A uno, el gran mito de todos los tiempos habidos, lo crucificaron. Su reino no era de este mundo. Por eso, precisamente, hay muchos mitos fundadores. La fundación precisa de una ruptura, aunque no toda ruptura lleva a una fundación. Esas son, entre otras, las razones por las cuales, como mito, Messi nunca podrá sustituir a Maradona. Y ojalá ni lo intente. Hemos dicho que los mitos mueren jóvenes y a Messi le deseamos desde aquí, una buena y larga vida.
Por cierto, no todo ser sufriente y famoso llega a ser un mito. Para que lo sea, se requieren de condiciones de lugar y de tiempo. Si alguien quiere ser alguna vez un mito, tiene que ser un “nosótrico”.
Nadie es profeta en su tierra, pero nadie es mito fuera de su tierra. Maradona, en ese sentido, es un mito argentino, muy argentino. Nacido en una villa miseria, fue un hijo de esa Argentina empobrecida por el populismo peronista. Desde allí saltó a los olimpos de la fama, a conquistar el mundo. Su juego, aún después de comenzar su vida profesional, fue siempre arrabalero. Cuando jugaba por la selección, exponía todo. Messi, de Rosario, su provincia natal, fue en cambio formado, como jugador y persona, en las canteras de Barcelona F. C.
Para los fanáticos del Barca, Messi sigue siendo su hijo adoptivo. Mientras Maradona llegó desde Argentina al mundo, Messi volvió como jugador hecho y formado desde Europa a Argentina. Quizás por eso mismo Maradona no brilló con todas sus luces en el Barca, pero sí en Nápoles, tierra de sus ancestros, donde todavía lo sienten como a uno de los suyos.
Maradona necesitaba al pueblo y ese pueblo, caído en desgracia, herido en su falso orgullo nacional después de la locura de las Malvinas, necesitaba a alguien en quien creer. Alguien que ridiculizara a los ingleses con su juego imprevisible, alguien que les dijera a los romanos, hijos de putas con sus labios, cuando estos pifiaban el son del himno nacional argentino. Sí, Maradona sin ser político, era populista. Solo así se explica que ese otro populista alucinado, Chávez, se enamorara a primera vista de Maradona. Fue un amor correspondido entre dos mitómanos que después de muertos se convertirían en mitos. Hasta ahora, que yo sepa, ningún político se ha enamorado de Messi.
Las condiciones de lugar también juegan un papel muy importante en la formación del mito histórico. Argentina, no es un misterio para nadie, lo dicen los propios intelectuales argentinos, es una nación con inclinaciones mitómanas. Hay razones que en cierto modo lo explican. Como pocos países, Argentina llegó a ser un crisol de culturas, de diversas tradiciones, de emigrantes de todas las tierras, una síntesis de las Europas, y, además, en su diversidad social, una nación radicalmente latinoamericana.
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¿Cómo unir a todos esos grupos, sectores, culturas, bajo un mismo techo? En algunos países ese lazo unitario ha sido una monarquía, en otros, una carta magna frente a la cual todos los ciudadanos se reconocen como tales, y cuando todo falta, una religión común. Pero nada de eso hay en Argentina. Un nombre, el de Perón, pareció unirlos políticamente a través de la figura de Eva, quien como Maradona venía del bajo pueblo, y al estilo de la Magdalena era una mujer redimida y, sobre todo, una populista de corazón. Pero ese nombre-hombre, Perón, que nunca sin su esposa fue un mito, sucumbió al paso del tiempo. Solo quedó el sagrado nombre de Eva, pero sin peronismo, vacío. O vaciado.
Hay momentos en los que ni siquiera una práctica política populista logra cumplir esa función integradora que cada nación necesita para ser. Puede entonces que haya que buscarla en otras partes. No fue, visto desde esa perspectiva, ninguna casualidad que el maradonismo haya emergido con fuerza en tiempos de crisis del peronismo.
He mencionado solo a algunas razones que explican por qué en Argentina no habrá «messismo», como tampoco en Brasil habrá «peleísmo». Messi, seguro, será recordado con admiración y respeto. Maradona, por su lado, será añorado con pasión. A su tumba seguirán llegando fieles, practicantes de una religión pagana sustituta de lo que anquilosadas iglesias nunca supieron crear. Ahí encenderán velas, y derramarán una u otra lágrima, sin saber que cuando así lo hacen, lloran por sus propias vidas. Maradona fue y será una creación del pueblo argentino y por eso, quienes tanto lo aman, le perdonan todo. Puede que esos fieles intuyan que Maradona no es solo Maradona. Y que Messi es solo Messi.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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