El monarca, por Teodoro Petkoff
La brutal perorata del lunes pasado, en el Teresa Carreño, al pie de una foto gigante de él mismo —signo claro de un “socialismo” con culto a la personalidad y todo— y bajo la consigna “Mande Comandante que nosotros obedeceremos” —evidencia no menos clara de la relación amo-vasallos que ese “socialismo” espera de los suyos—, mostró el autocratismo en todo su siniestro esplendor. En una situación que no es de emergencia, el Presidente, dentro de la más depurada concepción de su democracia participativa, participó al país un conjunto de medidas de inmediata implementación.
No las discutió ni siquiera con el Gabinete, porque éste apenas acababa de juramentarse. Tampoco fueron lanzadas para el debate parlamentario. Mucho menos las sometió a discusión en su propio partido, que no se sabe si existe todavía y cuyos dirigentes se enteraron al mismo tiempo que los demás venezolanos.
La única emergencia se vivía en el propio Presidente, ansioso por demostrar que en este país su voluntad es la ley y que esta se aplica cuando a él le sale del forro.
Este no es un debate sobre los medios, no señor. Tampoco sobre la calidad de la televisión venezolana ni sobre la pertinencia o no de nacionalizar empresas privadas ni sobre ninguna de las otras cosas que nos “participó”. El asunto no es legal ni económico sino político. Atañe al poder. Al poder puro y duro, ejercido en su forma más desnuda y arbitraria, aquella en la cual la razón última de todo el planteamiento es la voluntad de quien lo detenta y lo maneja a su antojo. El Presidente procede de este modo porque tiene la seguridad de que no habrá ningún debate parlamentario que cuestione las medidas. Tampoco le preocupa la reacción del tribunal supremo. Por el lado de la fiscalía y de la “defensoría del pueblo” nada le quita el sueño. Todos los poderes están en su puño, todos le obedecen sumisamente. Son los privilegios que concede la autocracia.
Pidió una Ley Habilitante. El ritmo de la Asamblea Nacional le molesta. La voluntad autocrática debe ejercerse rápidamente. Anunció la nacionalización de Cantv, de La Electricidad de Caracas y de las empresas petroleras de la Faja del Orinoco. Ya habrá tiempo para opinar sobre ello, pero, por ahora, preparémonos para volver a esperar diez minutos antes de obtener el tono de discar o un día entero para una llamada internacional, o a vivir entre apagón y apagón en Caracas (o alumbrón y alumbrón), tal como es hoy en el resto del país, donde la estatal Cadafe distribuye la electricidad. Vista su actuación en la Costa Oriental del Zulia, vaya a saberse si la actual Pdvsa podrá garantizar los 600 mil barriles de la Faja. ¿O es que todas las medidas anunciadas van a mejorar mágicamente la proverbial ineficiencia del Estado venezolano y, sobre todo, la de este gobierno incompetente y corrupto? Es para dudarlo.
El famoso “socialismo del siglo XXI” sólo ha mostrado, hasta ahora, los rasgos autocráticos, autoritarios y estatizantes de las experiencias que con el falso cognomento de socialistas fracasaron en el siglo XX. No debe haber, sin embargo, lugar para el pesimismo; de la propia enunciación de esas amenazas surgirá la fuerza para enfrentarlas.