El mundo de la idiotez, por Simón Boccanegra

Por esas cosas de la vida, dos de los que tumbaron la estatua de Colón tienen por nombres los de William y Freddy. En algún momento, movidos por esa santa ira antiimperialista que los llevó a emprenderla contra Don Cristóbal, seguramente acudirán al Registro Civil para sustituir esos apelativos, de claras resonancias imperiales (de las nuevas, obvio), por otros que sean puro cumanagoto o jirajara. El tercero de los tumbadores, que se llama Jorge, también debería considerar el cambio de nombre porque el suyo, qué duda cabe, nos llegó desde España en las carabelas de Colón; tiene también resonancias imperiales (de las viejas, claro está). ¿Cuál será el próximo paso? ¿Declarar persona non grataal embajador de España? ¿Manifestar ante la sede de esta embajada? ¿Solicitar la ruptura de relaciones diplomáticas con ese país? ¿Ponerse en campaña para cambiar los nombres de Barcelona, Mérida, San Cristóbal, San Felipe, impuestos por los conquistadores? ¿Adelantar una campaña continental para que Colombia descarte ese nombre que, horror de los horrores, honra nada menos que al tumbaíto del 12 de Octubre? ¿Y qué tal América? Vespucio no tendrá la fama del almirante genovés pero era también un italiano imperialista cuyo nombre terminó siendo el del continente entero. ¿No será bueno convocar en Caracas un “congreso de los pueblos” para considerar estos sesudos asuntos?