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El nuevo cura del pueblo, por Marcial Fonseca



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Duaca
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Opinión TalCual | octubre 9, 2023

X: @marcialfonseca


Desde que el padre Alejandro Zaini fue informado de que se iría para América, a un país llamado Venezuela y a un pueblito de nombre Duaca, se dirigió a la biblioteca de la Diócesis de Milán para conseguir información sobre la iglesia asignada y que seria el lugar donde reposarían sus restos luego de una brillante trayectoria.

La travesía marítima fue larga y fastidiosa; partió de Génova, la tranquilidad del Mediterráneo lo sumergía en sus meditaciones, en italiano, sobre la nueva vida, mientras estudiaba gramática española.

El capitán anunció que pronto arribarían a la Guaira. Fue recibido por un representante de la iglesia católica; pasó la primera noche en el sofocante bochorno guaireño. Al día siguiente emprendió viaje hacia Caracas, luego Antímano, El Consejo, La Victoria; así, enredándose en nombres, llegó a Barquisimeto luego de varios días.

En un Ford T lo trasladaron a Duaca; lo impresionó lo pobre de las viviendas del lugar que contrastaba con la majestuosidad del templo de cinco naves y estilizados ambones. Dentro de la tradición del imperio español en su conquista del mundo, la iglesia estaba ubicada al norte la Plaza Mayor, ahora plaza Bolívar. Le agradó, y más la fiesta de bienvenida que le hicieron.

Al día siguiente inició su misión pastoral mediante reuniones con las autoridades locales, luego con la responsable de las Hijas de María y con los portadores del patrono del pueblo, San Juan Bautista.

Al día siguiente el malestar del padre era más fuerte. En su cena privada le comentaron que los cargadores decían que la alegría del patrono era tal que se sentía como más pesado cuando salía de las casas visitadas, donde los rezos se extendían por varias horas.

Se trasladó a los diferentes barrios, se integró a los grupos deportivos y en estos aprendió que gol gol gol no era la manera de aupar a los bateadores que la sacaban del estadio, le explicaron que se decía jonrón jonrón jonrón.

*Lea también: Así paga el diablo, por Beltrán Vallejo

La comunión con los barrios dio su fruto, era muy querido y aceptaban siempre sus consejos y alababan sus sermones; él siempre participaba en cualquier actividad donde necesitaran un par de manos o directrices para hacer las cosas. Sentía que conocía a su pueblo. Las misas de los domingos a la diez de la mañana eran esperadas con gran regocijo, palpaba la alegría en lo bullosa que eran.

En mayo se preparaban las festividades por el día del santo patrono. Serían dos procesiones por semana a diferentes barrios. Este año el paso, o andas, había sido remodelado, los soportes mejorados, e inclusive se le decoró con una tela que rodeaba todo el trono.

La cosa empezó en la misa de la segunda procesión de la semana. El sacerdote sintió cierto inconfort en la feligresía; algo no estaba bien; se lo manifestó a uno de sus allegados, pero este consideró que todo estaba normal, que la alegría era sana y contagiosa, le explicaron. Continuaron las procesiones, y el sacerdote seguía sintiendo cierta aprensión.

Un domingo, terminada la misa, un ayudante informó al cura de que la procesión del día seria mover el santo de la capilla de La Cuesta a la de la de Cachito e’ Venao’ y que habría tres paradas y visitas a tres familias que así lo habían solicitado.

Al día siguiente el malestar del padre era más fuerte. En su cena privada le comentaron que los cargadores decían que la alegría del patrono era tal que se sentía como más pesado cuando salía de las casas visitadas, donde los rezos se extendían por varias horas.

“Un momento, un momento”, interrumpió el prebístero, “¿dónde está ahora?”.

“Viene para acá porque mañana es la última procesión que será alrededor de la plaza Bolívar y así cerrar junio”.

“Vamos a esperarlos”.

Llegó la procesión, y en efecto, los cuatros lados estaban cubiertos con una tela y se veía que la base estaba compuesta de dos plataformas paralelas, superior e inferior, con una separación entre ellas de setenta y cinco centímetros.

“Creo saber por qué se pone más pesado”; y levantó la cortina que rodeaba la plataforma y detrás del cortinaje había dos radios, uno Philips, el otro Telefunken, tres LP, relojes despertadores y hasta una cartera de mujer, “estos profanos están robando a los anfitriones”.

Marcial Fonseca es ingeniero y escritor

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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