El padrecito, por Teodoro Petkoff

Mucha gente mira las peripecias del partido “unido” como asunto al cual fuésemos ajenos los mortales que no estamos directamente involucrados en él. Craso error. Esto tiene que ver con las vidas de todos los venezolanos. Envuelta en esta polémica entre Chávez y Podemos-PPT-PCV está toda una concepción de la sociedad, de la política y hasta de la vida, que nos atañe a todos. El espíritu autocrático, autoritario y militarista de que está impregnado el régimen ha brillado con siniestra luz en todos estos episodios.
Desde el comienzo, Yo El Supremo planteó la conformación del tal partido “unido” como una decisión “que ya he tomado” y que “no voy a discutir con nadie”. Fueron sus palabras. Es decir, quienes lo han acompañado durante ocho años se encontraron, de pronto, colocados ante una disyuntiva sin apelación: o se meten en el partido… o se meten. No había allí espacio alguno para el debate, para el procesamiento democrático, nada que tuviera que ver con la supuesta condición “participativa” de la democracia, a no ser la mera “participación” a los otros de la decisión ya tomada por el caudillo, no discutida con nadie.
De raíz, el partido “unido” debía nacer, tal como lo quería Chávez, como un bloque obediente y sumiso, sin espacio alguno, en su interior, para la discusión política. Nacido, en la pretensión de su promotor, sin chistar, estaba condenado a la aceptación acrítica de cuanta ocurrencia saliera de la cabeza de aquel. Chávez quería llegar a “su” partido único desde una concepción puramente militar: en la institución castrense las órdenes no se discuten. Sin embargo, Chávez no quiere sólo un partido sumiso; va más allá. En verdad, lo que en el fondo nos está diciendo es que quiere un país sumiso, obsecuente, temeroso y adulante. Por eso es que el episodio no nos es ajeno.
Pero Yo El Supremo subestimó el peso de la cultura democrática que, en fin de fines, se desarrolló en este país desde la muerte de Gómez para acá. Los partidos aludidos comenzaron a mostrarse remolones.
Chávez, entonces, se enfureció y ese que ayer tronaba contra el clientelismo “que tanto daño nos ha hecho”, planteó el dilema clientelar por excelencia: “pueden hacer lo que quieran, pero se van del gobierno”.
Este domingo, pasó a las amenazas: “váyanse calladitos o aténganse a las consecuencias”. “Si se van no vuelven” —privilegio este, el de irse tirando piedras y luego volver, reservado hasta ahora solamente a Francisco Arias Cárdenas, previo pago de un elevadísimo peaje de humillación—, la frase revela la cerrazón sectaria y brutal de la mentalidad totalitaria: toda discusión crítica es una disidencia y toda disidencia es una traición. Dejá vu. El que se va no hace falta; el que se queda y acepta será recompensado; suyo será el reino de la chamba pública. Partido, Gobierno y Estado serán cada vez más uno solo. Ese es el país que quiere Chávez.
El partido “unido” será el preludio del partido “único”. El partido unido será la encarnación de la nación; todos los demás serán la antinación; luego, no tendrán derecho a existir.