El peligroso juego del “algo pasará”, por Luis Ernesto Aparicio M.
En la política moderna, hemos sido testigos de cómo el populismo se ha consolidado como una herramienta clave para conquistar votos. Sin embargo, algo igual de preocupante ha empezado a surgir: el reemplazo del ejercicio estratégico de la política por una actitud que podríamos llamar «el juego de algo pasará». Cada vez más líderes y movimientos políticos parecen confiar en el azar, dejando que los acontecimientos sigan su curso sin diseñar planes sólidos ni anticipar posibles escenarios.
El azar, en su esencia, es la ocurrencia de eventos impredecibles que no siguen un patrón predecible ni están bajo el control de una voluntad específica. En ciencias como la estadística, se usa para describir fenómenos que siguen distribuciones probabilísticas. Aunque, en teoría, cualquier fenómeno tiene causas, muchas veces estas son desconocidas o irrelevantes para el análisis. En la política, el azar puede ser un factor para considerar, pero confiar exclusivamente en este es una apuesta que rara vez beneficia.
Como ya vimos, si bien el azar juega un papel en cualquier actividad humana, los planes y estrategias bien diseñados pueden inclinar la balanza a favor de un interés, o en el caso que nos ocupa, un proyecto político. La preparación, la anticipación de escenarios y la capacidad de adaptación maximizan las probabilidades de éxito, incluso en situaciones inciertas. Sin embargo, lo que hemos observado en nuestro hemisferio, y en otros lugares del mundo, es una preocupante tendencia a dejarlo todo en manos del azar, lo que ha conducido a fracasos políticos de gran envergadura.
Un ejemplo claro de esta falta de estrategia fue la llamada «Operación Libertad» en Venezuela durante 2019. Aunque en un principio se presentó como un plan bien diseñado para movilizar a las fuerzas armadas y a la ciudadanía en contra del régimen de Nicolás Maduro, pronto se evidenció que dependía en gran medida de que «algo sucediera». Se subestimaron las capacidades del régimen y se careció de un plan alternativo. El resultado fue un fracaso que debilitó aún más la posición de la oposición venezolana, demostrando que la improvisación no es un sustituto para una estrategia sólida.
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Aunque de muchos años, otro caso ilustrativo fue el intento de invasión de Bahía de Cochinos en 1961. El gobierno de John F. Kennedy apoyó a un grupo de exiliados cubanos en un esfuerzo por derrocar a Fidel Castro, confiando en que la población se levantaría espontáneamente contra el régimen una vez iniciada la operación. Esta suposición, basada más en deseos que en realidades concretas, resultó desastrosa. La falta de preparación y la dependencia en suposiciones vagas no solo llevaron al fracaso de la misión, sino que también fortalecieron a Castro y debilitaron la credibilidad de Estados Unidos en la región.
Estos ejemplos, entre muchos otros, nos dejan una lección clave: depender de eventos fortuitos o suposiciones vagas sin respaldo estratégico es un camino directo al fracaso. La política, como cualquier otra disciplina, requiere de planificación, análisis y capacidad de adaptación para navegar en un entorno incierto. Si bien no se puede eliminar el azar, sí es posible trabajar para que las probabilidades jueguen a favor, diseñando estrategias que aprovechen las oportunidades inesperadas cuando se presenten.
En última instancia, el éxito político no depende de la suerte, sino de la preparación. Los líderes que confían en que «algo pasará» -o al que alguna fuerza obligue a ello- y se entregan al azar sin un plan concreto no solo se arriesgan a fracasar, sino que también comprometen a quienes depositaron su confianza en ellos. La historia está llena de lecciones para quienes prefieren aprenderlas.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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