El pez muere por la boca, por Simón Boccanegra
Alguien podría lograr un gran éxito editorial si recogiera en un libro, como hicieron los gringos con Reagan y con Bush y los mexicanos con Fox -los tres famosos por la cantidad de tonterías ignaras que solían emitir con toda seriedad-, las boutades involuntarias que produce Hugo Chávez cada vez que tiene un micrófono por delante. En estos días afirmaba, sin que pudiera percibirse ni una pizca de joda en su talante, que los venezolanos debíamos prepararnos para recibir la oleada de refugiados provenientes de Estados Unidos, que llegarían a nuestras costas huyendo de la crisis económica en aquel país.Ya se sabe que el sarampión, cuando da de adulto, es peligrosísimo. Igual es el sarampión político. Chávez es de los que ven en cada gripe en la economía gringa el fin del imperio, el derrumbe del capitalismo. Está igualito a aquellos dirigentes soviéticos que se la pasaban prediciendo el inminente colapso del imperialismo y lo que se les vino encima fue el desmoronamiento de su propia casa. Una vez Reagan no supo decir dónde quedaba Bulgaria. Chávez, sin duda, sabe dónde queda Estados Unidos pero tiene una vaga idea de sus dimensiones. Hace poco habló de «los 180 o 200 millones de habitantes» de ese país.Todavía no se ha enterado del ruido que hicieron los gringos cuando en 2006 anunciaron que habían alcanzado la cifra de 300 millones de habitantes.Y uno que se imaginaba que si alguien conocía bien a su archienemigo, el imperio, es Hugo Chávez. Pero, ¡qué va! Se la pasa anunciándonos que el imperio nos va a invadir y ni siquiera sabe cuánta gente va a enfrentar.