El poder endogámico, por Lidis Méndez
El colapso político en Venezuela es el resultado de una acumulación de errores históricos, económicos y sociales que ha sido exacerbada por una estructura de poder endogámica, es decir, una red de élites políticas que perpetúan su dominancia a través de vínculos internos, excluyendo la participación de sectores externos al círculo gobernante u opositor. Esta dinámica ha conducido a una erosión institucional profunda y ha debilitado las posibilidades de alcanzar un consenso democrático que permita superar la crisis prolongada que vive el país.
Más de dos décadas demuestran como el chavismo consolidó un sistema político basado en la lealtad interna, donde las posiciones claves del Estado fueron ocupadas por individuos alineados ideológicamente con la revolución bolivariana. Este modelo de poder endogámico se construyó a través de una concentración de poder en el Ejecutivo, la cooptación de las instituciones y el desmantelamiento de los contrapesos democráticos. A medida que el chavismo avanzaba, la idea de democracia representativa fue diluyéndose, sustituida por una visión del poder sustentada en una red de lealtades personales, familiares y políticas que excluía a la oposición y a voces disidentes incluso dentro del propio chavismo.
La endogamia política del chavismo/madurismo se ha caracterizado por el nepotismo, el clientelismo, la corrupción y la militarización de las instituciones, engendrando el ente que hoy día nos domina. Estos factores contribuyeron a la consolidación de un «Estado profundo» en el que los intereses del grupo gobernante prevalecen sobre los intereses nacionales, facilitando la permanencia de Nicolás Maduro en el poder, a pesar del descontento popular.
El impacto del debilitamiento institucional no solo ha generado una desconfianza generalizada en el sistema político, sino que también ha impedido el establecimiento de un marco de gobernanza que facilite el consenso y el diálogo entre los actores políticos. Las instancias para resolver pacíficamente las disputas políticas han desaparecido, llevando al país a una situación de conflicto permanente que ha resultado en un bloqueo de la vida política y social.
El colapso político actual en Venezuela es también el resultado de los continuos fracasos para alcanzar un consenso democrático. Desde la década de 1990, Venezuela ha sido incapaz de construir un acuerdo nacional que trascienda las divisiones políticas y sociales que fragmentan al país. El intento fallido de Chávez de reformar la Constitución en 2007 y el estancamiento del diálogo entre el gobierno y la oposición en múltiples ocasiones, son ejemplos de la incapacidad del sistema para generar espacios de consenso.
El poder endogámico que domina la estructura política venezolana ha obstaculizado cualquier posibilidad de consenso al excluir sistemáticamente a sectores que no comparten su visión del Estado y en consecuencia, las negociaciones con la oposición promovidas por la Comunidad Internacional, han sido utilizadas más como herramientas de control social y político que como un verdadero ejercicio de reconciliación. Las élites chavistas no han mostrado interés en ceder poder o abrir espacios reales de participación, lo cual ha perpetuado la polarización y dificultado el surgimiento de un sistema tripartito de representación política, lo cual es necesario para conformar un contrapeso efectivo.
Aunque pocos tengan la objetividad de reconocerlo, hasta el día de hoy, las tentativas de movilización popular y de presión internacional no han sido suficientes para generar un cambio estructural, lo que ha resultado en un desgaste político y social que complica aún más las posibilidades de alcanzar una solución negociada y la efectividad de una salida «electoral», todo esto como consecuencia de la cara de una misma moneda: los intentos fallidos de diálogo por parte de la oposición y las estrategias autoritarias de la élite gubernamental para mantenerse en el poder.
El poder endogámico reproducido en Venezuela durante el siglo XXI ha tenido un costo altísimo para la sociedad y el Estado. Si bien la Comunidad Internacional ha intentado mediar en diversas ocasiones, pero sin una transformación profunda de la estructura interna de los partidos políticos, las perspectivas de alcanzar un consenso democrático son escasas.
Dadas las actuales circunstancias, el reto a superar está en encontrar mecanismos que rompan con la lógica endogámica y permitan la participación de todas las fuerzas sociales y políticas en un proceso de reconstrucción nacional.
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En conclusión, considero que la concentración del poder (o influencia) en manos de un grupo cerrado, ha excluido a sectores más amplios de la sociedad, generando una crisis de legitimidad que ha sumido al país en una situación de colapso.
Los errores acumulados en el manejo de la política y la falta de voluntad para abrir espacios de diálogo real (alejado del protagonismo individual) han impedido una salida democrática y negociada. El futuro de Venezuela depende de la capacidad de la sociedad civil para romper con esta estructura endogámica y exigir su participación en la construcción de un nuevo pacto social que favorezca la reconstrucción de la República.
Lidis Méndez es politóloga.
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