El que se fue no hace falta, por Simón Boccanegra
No quiero hacer leña del árbol caído pero una de las poquísimas cosas que no se puede dejar de comentar en el cambio de Gabinete es la salida de José Vicente Rangel. No propiamente ésta sino el modo como se produjo. Este hombre estuvo ocho años en el gobierno. Una despedida más considerada habría sido pensable, pero, en verdad, le dieron la que merecía. De nada le valieron su cinismo, sus provocaciones, el lenguaje grosero y brutal, la canallesca columna de “Marciano”. Fue tratado como lo que es. Desde que lo mandó a callar (“No necesito traductor”), y el tipo no reviró, El Supremo comprendió que JVR era pura bulla.
Que las denuncias de antes las hacía no porque fuera valiente sino porque jugaba sobre seguro, sabía que no le iba a pasar nada, pero que apenas tropezó con un poder del cual sí podía esperar represalias, se achicopaló, y que de ahí en adelante sería su alfombra. Hasta el fin, JVR vivió en el desprecio. El penúltimo trago amargo fue el del Panteón. El último, la salida por la ventana de la cocina. Sin fanfarria ni redoblantes. Sólo lo acompañó, sarcásticamente, el versito de una vieja guaracha: “el que se fue no hace falta”.