El reino de Quito, por Américo Martín
“Es malo ser crédulo pero peor es no serlo”
Alfredo Pareja Diezcanseco
¿A pesimistas, incrédulos y derrotistas?
La Declaración que 11 países hemisféricos acaban de firmar en Quito me ha parecido una mezcla de prudencia en la forma y consistencia en el contenido que de alguna manera refleja la histórica y precolombina manera “quiteña” de afirmar su especial y a veces inesperada personalidad. Sé que son once los autores de la indicada declaración, entre los cuales se incluyen los países de mayor desarrollo de Latinoamérica y mayor densidad demográfica, pero como estudioso de la historia y cultura de Ecuador creo entrever –si no es que me esté arrastrando la fiebre especulativa- la marca quiteña y por fuerza la de Guayaquil en el documento suscrito en la capital de Ecuador.
Lo cierto es que la espeluznante tragedia encarnada en la despiadada diáspora de millones de venezolanos, es una bola de fuego, un cáncer terminal que condena al régimen madurista y no permite a nadie lavarse las manos o refugiarse en ambigüedades.
“Reino” llamaron los cronistas a Quito, cuyos complicados accidentes orográficos le confirieron una sólida personalidad. Quito se expandió por fuerza y astucia hacia otras comunidades. De ese “reino” habló su extraordinario primer historiador, el padre jesuita Juan de Velasco, en 1789. Es una obra extraordinariamente documentada en la que se describen la pasión, los prejuicios, la habilidad y la ingenuidad de los Incas (Cusco) y de los Scyris (Quito) de parecido linaje que sin embargo no se dejarse absorber por aquellos, como lo reflejó el poderoso Inca Huaina Capac quien si a ver vamos fue seducido por el reino de Quito, al punto de mostrar claro favoritismo por su hijo quiteño Atahualpa por sobre su primogénito del Cusco, Atoco llamado Huascar.
Pero vuelvo a la Declaración elaborada en septiembre del año en curso. El tema no alienta diferencias entre moderados y radicales ni da armas al gobierno de Maduro para proclamar con puños alzados que se le esté agrediendo, aunque Cabello, por puro trámite, haya condenado a los firmantes.
La explosiva diáspora venezolana pone a prueba la estructura de los Derechos Humanos. En Quito se tuvo conciencia de eso al reconocer la importancia de la cooperación técnica y financiera de los Estados y de los organismos internacionales y exhortar a incrementarla.
Lo cierto es que la espeluznante tragedia encarnada en la despiadada diáspora de millones de venezolanos, es una bola de fuego, un cáncer terminal que condena al régimen madurista y no permite a nadie lavarse las manos o refugiarse en ambigüedades. México estampó su firma al lado de Colombia de Iván Duque, y el socialista Frente Amplio de Uruguay al lado de las de Brasil de Temer y Argentina de Macri. Se entiende que la solución del drama venezolano pasa por el cambio de gobierno. La comunidad internacional insiste en exigir elecciones libres mundialmente supervisadas. La maldición que cayó sobre nuestro agobiado país, convertida en maldición para la Humanidad, no dejará que se pierda esa lucidez.
La explosiva diáspora venezolana pone a prueba la estructura de los Derechos Humanos. En Quito se tuvo conciencia de eso al reconocer la importancia de la cooperación técnica y financiera de los Estados y de los organismos internacionales y exhortar a incrementarla. Prueba práctica de buena voluntad es el programa regional de apoyo de la ONU y el esfuerzo de la OEA a través de la Organización de las Migraciones. Los 18 puntos de la Declaración de Quito configuran un programa completo.
¿Cómo agradecer debidamente esta robusta solidaridad planetaria articulándose como engranaje harto difícil de burlar?