El sainete, por Teodoro Petkoff
La semana pasada Chacumbele mostró su estrategia electoral con vista al 23N. Es la estrategia de un perdedor, del que sabe que los números no le cuadran. Crear un marco de crispación política, de tensión e incertidumbre, del cual espera que favorezca su propósito de reagrupar en torno suyo a un electorado que siente escapársele entre los dedos, obviando para ello a los candidatos regionales y locales y tratando de crear un falso dilema: Chacumbele o Bush. Su campaña va a ser así. Agresiva, violenta, truculenta, mentirosa, corrupta y, sobre todo, centrada en torno suyo. Diosdado lo confesó hace poco: «Si me lanzo solo no saco más de 3%. Los votos son de Chávez». Chávez lo sabe. Sabe que sus candidatos, con poquísimas excepciones, son un hatajo de bolsas, sin vida propia y que si él no se mete en el torneo, aquellos infelices saldrían trasquilados.
Esta vez, adicionalmente, pretende tocar la tecla nacionalista. Se presenta como encarnación de la Patria y, mediante un silogismo necio quisiera hacer creer que todo el que vote contra alguno de sus candidatos no sólo estaría votando contra el hijo de doña Elena sino contra la mismísima Patria.
¿Puede algún carabobeño, por ejemplo, creer que votar contra Mario Silva es votar contra la Patria? ¡Por favor! Chacumbele se vio obligado a subirle el volumen a su estrategia porque le sobrevino el juicio de Miami, donde varios de sus empresarios (de los suyos, Hugo Chávez, de los suyos, de esos que se han hecho ricos en negocios sucios con su gobierno), están echando para afuera todas las tracalerías de la maleta de Antonini. Chacumbele trató de diluir el efecto de ese bombazo.
En vano. Los hechos son demasiado contundentes. El avioncito no era del FBI. Lo habían alquilado los compinches argentinos. En el aparato, con el gordo, no iba un policía gringo sino el hijo del vicepresidente de Pdvsa y un hampón argentino llamado Uberti, amén de unas altas empleadas de Pdvsa. La plata no salió de Miami sino de Maiquetía y no hay denuncia alguna de conspiraciones y magnicidios que pueda borrar estos hechos. En esa vagabundería está empatucada mucha gente del entorno presidencial y, por lo que se ve y oye, hasta «el propio».
Aquí se han hecho tantas denuncias chimbas de magnicidio y de golpes que nunca se sabe cuando son verdad y cuando no. Pero, ¡qué casualidad que esta conspiración es descubierta justo cuando los niños cantores de Miami entonan el do de pecho! Tampoco lo del embajador gringo sirvió como pote de humo. Expulsar a un embajador por «solidaridad» con otro país, para el caso, Bolivia, y no por razones de nuestra propia política interna, es tan traído por lo cabellos que no puede provocar ninguna emoción patriótica.
Pero no hay que alarmarse. Esto no pasa de aquí.
Chacumbele no va a dejar de venderle petróleo a los gringos y en cuanto a su desopilante bravata de «acciones armadas en Bolivia» ya el comandante de las Fuerzas Armadas de aquel país, obviamente con pleno conocimiento de Evo Morales, le dio su «tatequieto». Flaco servicio le hizo Chacumbele a Evo.
Satisface mucho la reacción de la oposición y del país mismo. Sobria, ponderada. Nadie perdió la calma ni la serenidad, nadie gastó pólvora en zamuros. Lo que hubo fue una sensación de hastío. Así como Chacumbele gusta decir que él no es el mismo del 2002, debería darse cuenta de que la oposición de hoy tampoco es la misma de aquel año. Y que todos sus aguajes no van a salvarlo el 23N.