El salvador del mundo, por Teodoro Petkoff

Los venezolanos somos un pueblo generoso. Tal vez ese rasgo idiosincrático nos viene de la historia: sangre venezolana fue regando las alturas andinas hasta terminar en la planicie de Ayacucho. Nunca nos negaríamos a ayudar a quienes pudieran estar en dificultades. Pero recientemente se han producido ciertos comportamientos gubernamentales que no dejan de generar perplejidad y hasta irritación y desagrado. Santo y bueno que el país envíe cinco millones de dólares para ayudar a los damnificados de Nueva Orleans, al igual que se contribuyó con un millón para las víctimas del tsunami en Asia, pero lo que es más difícil de entender es que a casi seis años de la tragedia de Vargas la desolación siga campeando en las áreas de la región destruidas por el deslave. Aparte de la recuperación de la vía central, ninguno de los planes de construcción de viviendas ha sido llevado a cabo y las inundaciones de febrero pasado pusieron al descubierto no sólo el inmenso retraso en los trabajos sobre las torrenteras sino los gruesos errores de concepción que marcan lo poco que se ha hecho. En febrero de este año, el pequeño pueblo de Camurí Grande fue barrido por las aguas desbordadas del río y su sistema de cloacas quedó completamente destruido. Este pueblito no será Nueva Orleans, pero apenas con una minúscula fracción de los dólares enviados a Estados Unidos se habría podido reconstruir sus ruinas fantasmales y restablecer el servicio de aguas negras.
Oscuridad en la casa, candil pa’ la calle, dicen los venezolanos de antes. Otro ejemplo. Hace poco vimos a Chávez reclamándole a su antiguo ministro de Vivienda, Julio Montes, el fracaso de los programas habitacionales. “En vivienda estamos raspados, Montes”, regañó el Presidente al funcionario, a quien destituyó pocos días después.
Sin embargo, dos o tres semanas más tarde pudimos ver a Chávez junto a Fidel, entregando 150 casas en Pinar del Río, al occidente de La Habana, y días después el gesto se repitió en Jamaica, donde fue construido un centenar de casitas, para las víctimas del último ciclón. No es que ese número de casas sea una gran vaina, pero los venezolanos entenderíamos mejor ese gesto solidario si no supiéramos que en casi siete años este gobierno no ha construido más de 140 mil “soluciones habitacionales” cuando el peor de los gobiernos anteriores entregaba cada año entre 60 y 90 mil viviendas. Preocuparse por los damnificados en otros países puede lucir muy generoso, pero, Ącarajo!, żqué pasa con los miles de damnificados venezolanos que todavía siguen hacinados en los distintos refugios del país? Hace poco, varios grupos de ellos vinieron de distintas regiones de Venezuela para reclamar ante Miraflores el cumplimiento de las ofertas que les fueran hechas cuando los desastres naturales los dejaron sin techo. żCómo cree Chávez que les cayó a esos compatriotas la escena de donación de casas en Cuba y Jamaica?
A cualquiera le queda un mal sabor en la boca cuando se da cuenta de que no es solidaridad con otros pueblos lo que mueve a Chávez, sino puro cálculo político.