El sapeo (parte II), por Teodoro Petkoff
El lunes 13 de octubre nuestro editorial, titulado El Sapeo, se refirió al caso de una estudiante que denunció ante el presidente, en su programa dominical, a dos de sus profesores, en el Iutirla (Instituto Universitario Tecnológico “Rodolfo Loero Arismendi” ) de Punto Fijo. Ese día Chávez hizo el “elogio del sapeo”; alabó a la joven por su “valentía”, amenazo con el fuego del infierno a los profesores y ordenó que desde el ministro Navarro hasta el comandante de la Guarnición intervinieran en el caso para sancionar a esos peligrosos “enemigos de la patria y de la revolución”. Toda una cátedra de intimidación y de contribución a la creación de un clima generalizado de espionaje y sapeo mutuo entre los venezolanos. Ese episodio tal vez inauguraba, decíamos en el editorial, la “hora del sapeo” en el maratónico programa, de la misma estirpe de aquella que Chávez llamaba “la hora del plomo”.
Pues bien, aquí está la respuesta del Iutirla. Resulta que no existe ninguna alumna en ese instituto con el nombre de la “sapa”, resulta que en ninguno de los salones de clase se han producido episodios como el que relató la delatora. ¿Fue sorprendido en su buena fe el presidente? Es posible, aunque es de suponer que el programa filtra cuidadosamente las poquísimas preguntas que admite Chávez y es bien poco probable que sus celosos productores se hayan dejado engañar por la supuesta alumna del Iutirla. Pero como este gobierno es tan chambón y se le caen hasta los flaicitos a las manos, no sería de extrañar. Porque lo otro sería imaginar que todo fue montado para que Chávez pudiera hacer lo que hizo: sentar las pautas para una atmósfera generalizada de condecoraciones para los “sapos”. Lo cual también es posible.
Pero el objetivo intimidatorio no fue logrado. Aquí está la respuesta de la dirección del Iutirla. Pero hay en ella un detalle que no puede dejarse pasar por alto. El instituto fue “visitado” por la Guarnición Militar del estado Falcón, tal como Chávez pidió para verificar si efectivamente la seguridad de la patria había sido puesta en peligro por los deslenguados profesores; por la Oficina de Planificación del Sector Universitario (OPSU), como prometió el obsecuente ministro Navarro; por el Centro de Estudiantes Bolivarianos del Estado Falcón, que seguramente fueron a identificarse con la heroica compañera denunciante y, en un alarde de adulancia y servilismo, nada menos que por el Indecu, que vaya usted a saber qué carajos tenía que ver con el caso.
Como en la época de Torquemada y la Inquisición, no había brujas pero el ejército de inquisidores si que torturaba y quemaba a las acusadas de tales. Sin embargo, podemos imaginar la cara de pena del oficial de la guarnición a quien se ordenó librar la batalla del Iutirla, o la de los infelices empleados de la OPSU y del Indecu, obligados a satisfacer el ridículo capricho de Yo, El Supremo.
Ojalá que este incidente le sirva de lección a Chávez y averigüe antes de disparar.