El secuestro del 19A, por Teodoro Petkoff
El principal acto de celebración oficial -y oficialista- del 19 de Abril lo constituyó el desfile militar de Los Próceres. Confiscada la fecha patria por el gobierno de Chávez, no fue, como suelen serlo tales efemérides, una celebración de unidad de la nación, de encuentro de los herederos de una gesta que, al final, pudo triunfar sólo porque bajo sus banderas se juntaron todos los venezolanos de entonces, sino una conmemoración sectaria, en un país cuyo presidente lo ha dividido y polarizado y quiere mantenerlo así.
Desde la solicitud de permiso para el inicio de la parada militar, hasta la suprema ridiculez de vestir con guayucos rojos a un grupo de indígenas que participó, quedó marcada la condición excluyente, sectaria y partidista del evento. Desde Los Próceres no se le habló a todo el país sino a una parte de él. Más de la otra mitad de los venezolanos tiene que haber sentido que el mensaje transmitido era el del grito de guerra de los indios caribes, «ana karina rote«: «sólo nosotros somos gente». Si el ejercicio de los derechos civiles, políticos y sociales ha venido siendo coartado, se nos dijo que así es y que así se pretende que siga siendo. Si la República está regida por un poder autoritario, cuasi dictatorial, autocrático, con todos los poderes en el puño del presidente, se nos ratificó que así es y que así se pretende que siga siendo.
Que la conmemoración del 19 de Abril haya tenido como eje un desfile militar, con toda su peculiar estética, tuvo también un sentido. Fecha civil por excelencia, la militarización de su recuerdo sirve para continuar afirmando la idea de la fuerza armada como viga maestra del poder «revolucionario» y «socialista».
Si alguna duda puede caber acerca del rampante militarismo que constituye rasgo definitorio de este régimen, así como de la intención de militarizar la sociedad, no hay sino que observar los fastos militares del 19 de Abril de 2010.
Chávez reescribe nuestra historia, afanándose en hacer ver en ella tan sólo una interminable sucesión de hechos militares, un proceso cuyos protagonistas exclusivos habrían sido sólo hombres de armas y cuyos eventos fundamentales fueron tan sólo las batallas que estos libraron. La complejidad del proceso independentista, sus motivaciones y desenvolvimientos económicos, sociales y políticos, son reducidos a una simplificación que reduce aquél proceso a la ecuación de Ceresole, «Pueblo, Ejército, Líder», transmutada en este novísimo misterio de la Santísima Trinidad, que se nos repite incesantemente: Bolívar, Chávez, Pueblo. Tres «divinas» personas y un solo líder verdadero. Todo sea para la mayor gloria de Hugo Chávez.
El 19 de Abril de 1810, cuando los mantuanos caraqueños -no podían ser otros- dieron el primer paso hacia la independencia de esta provincia, el capitán general español Vicente de Emparan dimitió.
Cuando en diciembre de 2012, la determinación del pueblo venezolano derrote las pretensiones continuistas de Chávez, es de esperar que él, democráticamente, repita la frase del capitán general: «Yo tampoco quiero mando».