Ella llegó en barco, por Marcos Negrón
En la edición del pasado 4 de febrero, en esta columna se planteaba la necesidad de dar respuesta a los dilemas que encaran las ciudades en esta tercera década del siglo, signada por la inusitada rapidez con que están concentrando la población mundial y la de sus propios países, su tamaño sin precedentes y su responsabilidad en la generación de gases de efecto invernadero y en el incremento sostenido de la temperatura del planeta.
En relación a Venezuela, se señalaba que un primer, urgente dilema, está asociado al tema de la autonomía de los gobiernos locales, la gobernabilidad metropolitana, el rol de la sociedad civil y las relaciones entre los gobiernos locales y el nacional, un complejo y delicado entramado cuyo análisis había ido adquiriendo importancia creciente a partir de la década de 1970. Y es que se entendía que de su adecuado tratamiento dependía la resolución de cuestiones cruciales para el futuro de nuestras principales ciudades y, por ende, de una nación que registra uno de los más altos índices de urbanización de la región, pero también un enorme atraso institucional en la materia; lamentablemente, durante las últimas dos décadas, bajo la égida de un régimen caracterizado por el autoritarismo y un afán centralizador desaforado, lo que ha ocurrido es una profunda involución que llega al extremo de amenazar la existencia misma de los poderes locales ahogando los valores ciudadanos, la savia del progreso y de la vida en democracia.
En semejante contexto, caracterizado por la ruptura de la continuidad tanto en la reflexión teórica como en las actuaciones sobre el terreno, no parece que puedan ser de mucha utilidad los análisis convencionales sino que se requerirá de mucha creatividad para replantear la cuestión desde sus fundamentos.
Desgraciadamente, ocurrió el fallecimiento de Marta Vallmitjana, una de las personas que con más autoridad e imaginación que habían abordado el tema sobre todo en la década de 1980 en la COPRE y, en la década siguiente, en la Fundación Plan Estratégico Caracas Metrópoli 2010.
Aunque solo pisó suelo venezolano cuando ya tenía cuatro años y todavía hoy pocos que atinan a escribir correctamente su catalanísimo apellido, Marta dio a este país bastante más que muchos de los que se jactan de ser venezolanos de varias generaciones: desde su temprana incorporación al equipo de urbanistas que, bajo la dirección de Juan Andrés Vegas, redactó el plan urbano de Ciudad Guayana, hasta la fundación del Instituto de Urbanismo de la UCV, en el cual no solo ocupó la dirección en dos ocasiones sino que ejerció un liderazgo ético e intelectual indiscutible. Un liderazgo fundamentado, desde luego, en la solidez y actualización permanente de su formación profesional, pero que contaba con un añadido menos común: el calor humano de su trato hacia los demás, incluidos aquellos que diferían de sus puntos de vista, sazonado de un auténtico sentido del humor que también le permitía, cuando era el caso, reírse de sí misma.
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Sus padres la trajeron al país, que rápidamente haría suyo, en medio de la catástrofe de la Guerra Civil española y en los albores de la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en otra de las muchas familias inmigrantes que, buscando la paz, contribuyeron a sentar los fundamentos de esa Venezuela moderna que hoy padece los embates de una barbarie que, en estos mismos días, insiste en su empeño de destruir la universidad autónoma, la institución desde la que Marta desplegó sus mejores aportes al país.