Embusteros: ¿Quieren que les contemos el cuento del gallo pelón?
Anda, José Vicente, vuélvenos a contar el cuento del gallo pelón; y tú, Pedro Carreño, explícanos cómo fue que a Montesinos lo mataron en una base militar en Perú; otra vez, José Vicente, repítenos aquello de que lo de Montesinos aquí era «pura fantasía, realismo mágico y ciencia ficción»; y tú, Dávila, ¿por qué no nos recitas de nuevo tu chistecito sobre aquello de que «si utilizaba otra identidad no es el señor Montesinos»? ¿Podría, por favor, aclarar alguien cómo fue lo de aquella rueda de prensa en la Disip con un gordito peruano de nombre parecido al del pasaporte falso de Montesinos?
No, esta historia, este cuento del gallo pelón no termina aquí. Hay demasiadas cosas que explicar y mientras ellas no sean perfectamente esclarecidas, nadie le quitará a la gente la idea de que Montesinos estuvo todo este tiempo en Venezuela protegido por alguna autoridad de nuestro país. El propio Presidente se anticipó al reconocer ayer que «ya habrá quien diga que yo entregué a Montesinos». Eso se llama mala conciencia.
Aun el más ingenuo de nuestros compatriotas tiene que ponerse cabezón con este desenlace del caso Montesinos. Es difícil tragarse la historieta de la «investigación policial que culminó exitosamente». Aquí todo el mundo cree (y hasta que no se nos demuestre lo contrario, nosotros también) que a Montesinos lo tenía oculto el gobierno y que ante la inminencia de alguna denuncia muy precisa por parte del gobierno peruano, se optó por entregarlo, simulando toda esta patraña del «éxito policial», para no correr el riesgo de un escándalo internacional de enormes proporciones. Eso es lo que cree todo el mundo (amigos y adversarios del gobierno, incluyéndonos a nosotros), y así lo confirmó el asesor de seguridad de Toledo, Gustavo Gorriti. Si el gobierno quiere disipar esta percepción está obligado a presentar una información muy exhaustiva de todo el proceso que culminó con la aparición (aparición, sí, porque es difícil creer lo de «detención») del criminal y ladrón peruano.
Montesinos habría podido refugiarse casi en cualquier país del mundo. ¿Por qué escogió Venezuela? Porque pensó que aquí, a diferencia de cualquier otro país, podía contar con algún grado de protección oficial. ¿Y por qué pensó eso Montesinos? Porque el presidente no ocultó nunca su simpatía por Fujimori, llegando, incluso, a «lamentar» su caída. Cuando todo el universo democrático celebraba la defenestración del «Chino», el presidente la lamentaba. Desde el principio de su huida Montesinos venía para nuestro país. Su primera tentativa, desde las Islas Galápagos, fracasó y se fue entonces a Costa Rica, desde donde, con la ayuda de un tal doctor Mora (¿por qué la policía nunca le pidió declaración sobre su complicidad con el siniestro peruano?), llegó a Venezuela pasando por Aruba. Aquí se hospedó en el Hotel Avila, se operó en el Instituto Diagnóstico y finalmente desapareció hasta el sol de hoy. Durante todo este tiempo, no hubo jefe gubernamental que no negara su presencia en nuestro territorio. Como escribió alguna vez José Vicente: «Es relativamente fácil mentir desde el poder. Sobre todo desde un poder tan inescrupuloso como el venezolano». Sí, es evidente. Nunca ha habido mentirosos tan redomados como los que hoy nos gobiernan. Finalmente, Dios nos perdone el mal pensamiento, pero ahora hay que cuidar que Montesinos siga vivo. Más de uno, allá, pero también aquí, no debe tener mucho interés en oírlo contar historias