Empleados públicos en la marcha, por Simón Boccanegra
Un detallazo no hay otra manera de decirlo de la marcha del domingo, fue el de la relativamente alta presencia de empleados públicos en ella. Algunos lo proclamaban de manera desafiante, como limpiándose el cuerpo de tantos años de humillación, de franela roja a juro, de imposición a asistir a los actos del Líder Máximo, controlada casi que policialmente. Otros tuvieron la chusca ocurrencia de disfrazarse y de decirlo en el cartel que portaban: «Estoy disfrazada porque soy empleada pública». Es la primera vez que se da un fenómeno como este, lo cual es un magnífico signo de que muchos empleados públicos dejaron, como pedía Bolívar, el miedo a la espalda y le echaron pichón a arriesgarse. Es un signo de los tiempos. Hay un país que está harto y quiere salir de esto para volver a vivir con relativa tranquilidad. Esos empleados públicos que marcharon el domingo son la punta de un iceberg.
Muchos más que no salieron tienen su decisión ya tomada. El gobierno se engaña si cree que el bozal de arepas es garantía de un voto por Chacumbele. La gente es pragmática y práctica. Acepta, en el trabajo, las reglas del juego chavista pero se reserva la palabra final. Esa que no le pueden controlar. Se nota que hay un clima de resteo. Ya está bueno ya. Las amenazas de violencia, las advertencias de despido, los insultos, los agravios, nada detiene ya la avalancha que se insinúa en el horizonte tras cada acto de Henrique Capriles. Mucho susto con la coba de que el voto no es secreto, pero si estos venezolanos van hasta a marchar, imagínense si no van a ir a votar por el candidato de la Unidad.