En el este de Caracas la cuarentena es más estricta
Durante el período de cuarentena en La Lagunita, uno de los sectores más exclusivos de Caracas, los únicos que transitan son los choferes y escoltas al servicio de las familias acaudaladas. Mientras que en otras urbanizaciones del municipio El Hatillo y Baruta cumplen al pie de la letra las medidas para evitar el contagio del coronavirus
Texto: Catherine Medina Marys
En La Lagunita prela el hermetismo. Los vecinos de la zona hablan con miedo sobre su rutina, sus gastos, sus maneras de darle la vuelta a la escasez de gasolina y las dificultades que impone la cuarentena por covid-19. Igual sucede en otras urbanizaciones de clase media de los municipios Baruta y El Hatillo.
En la zona, contar dólares en efectivo (o en una cuenta extranjera) facilita la compra de alimentos en bodegones y restaurantes, que ofrecen desde productos de higiene hasta piezas de carne importada. En la cadena Fresh Fish, por ejemplo, una pieza de carne de Kobe puede costar $1.200, aproximadamente lo mismo que podría costar un vehículo usado.
Pierina (nombre ficticio para proteger la identidad de la entrevistada), vecina de La Lagunita, dice que dispone de esa suma, pero considera un derroche gastarla en un artículo como ese. Sus días en cuarentena transcurren en compañía de quienes la ayudan con las labores del hogar, y de dos galgos afganos que miden, parados en sus cuatro patas, lo mismo que un niño de diez años.
Durante las primeras semanas de la cuarentena, la cocinera y el chofer de Pierina salían personalmente a comprar la carne, verduras, hortalizas y otros alimentos. Ahora piden los alimentos con servicios de delivery. “Estoy en la obligación de proteger a quienes trabajan conmigo”, dice Pierina para justificar la medida.
En La Lagunita, quienes pueden mantener al servicio dentro del hogar y hacer que se expongan lo menos posible, lo hacen.
La cuarentena implica disciplina
¿Se cumple la cuarentena en La Lagunita? Sí. Desde su residencia, Pierina siente el sonido del silencio que antes era roto por vehículos que entraban y salían. Ahora lo rompen las guacamayas que vuelan felices y a sus anchas, los pajaritos pequeños y el rumor de los árboles cuando los mueve la brisa. Claro que se ven carros blindados que entran y salen de La Lagunita o del Alto Hatillo.
La disciplina se mantiene no solo en La Lagunita, sino en las áreas circundantes de clase media. El automercado La Muralla, ubicado en la redoma que da entrada el casco histórico de El Hatillo, ha implementado el uso de guantes, tapabocas y visores para todo el personal del establecimiento, que es uno de los más concurridos del municipio y donde se encuentra también la primera y única tienda Johnnie Walker en Venezuela.
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Para entrar, un vigilante pide a los consumidores que se organicen en filas y que respeten el metro y medio de separación que recomienda la Organización Mundial de la Salud para minimizar el riesgo de contagio del virus. Antes de entrar, un trabajador rocía con antibacterial las manos de quien llega. El metro y medio de separación se respeta también dentro del establecimiento, donde aceptan bolívares, dólares y euros como métodos de pago.
Las mismas medidas se repiten en establecimientos como Farmatodo y Excelsior Gama, con colas organizadas y separadas cuidadosamente por los mismos consumidores y, en ocasiones, custodiadas por algún efectivo de la Guardia Nacional Bolivariana.
En El Cafetal también decretaron el uso obligatorio de guantes, además de tapabocas, para entrar en los negocios que expenden alimentos.
La organización vecinal también ha hecho posible que proveedores de pollo o carne puedan vender sus productos en determinadas urbanizaciones, cumpliendo con una serie de condiciones previamente acordadas.
En El Cigarral, por ejemplo, la junta vecinal coordina estos eventos conjuntamente con la dirección general de gestión social de la Alcaldía de El Hatillo y PoliHatillo. Al vendedor se le asigna la responsabilidad de organizar la entrega de pedidos y organizar su presencia a los vecinos, quienes deben hacer sus respectivos encargos con anticipación y pagar vía transferencia bancaria.
La presencia del vendedor en la avenida de salida de El Cigarral no puede superar la hora y media de duración, período en el que funcionarios de PoliHatillo permanecen en la zona para asegurarse de que se cumplan a cabalidad con las normas preestablecidas.
Los vigilantes no han faltado un solo día a sus labores. Algunos viven en El Calvario, frente al casco histórico de El Hatillo, y trasladarse se les hace menos complicado.
Otros viven en Minas de Baruta, donde el transporte público funciona con cierta regularidad entre las 6:00 am y las 12:00 pm.
La vida anterior a la cuarentena
Actualmente, Pierina vive sola con su equipo de servicio. Está casada, pero su esposo no logró regresarse a tiempo de Madrid, España, y cumplen la cuarentena juntos en la distancia. Para ellos el gasto de alquiler en euros no es un problema, ya que la casa donde el esposo de Pierina se encuentra es un bien de la pareja.
Pierina regresó el 1° de marzo a Caracas. Su hermana se fue dos días antes, y la noche previa al viaje el miedo por el coronavirus era palpable. En España, la histeria hizo que se acabara el antibacterial mucho antes de que se decretara la cuarentena.
Dato curioso: al llegar a Maiquetía (13 días antes del decreto de cuarentena) notó que ya las fuerzas del gobierno se desplegaban en el aeropuerto internacional Simón Bolívar con guantes, máscaras, y tomaba la temperatura a los pasajeros con termómetros de contacto.
Pasaron los días y olvidó la preocupación por lo que empezaba a ocurrir en España. Lo recordó días después, cuando reunió a los trabajadores de su hogar (que viven con el matrimonio) y les pidió abastecer la casa con enlatados, granos, carnes, pasta, harina, azúcar y productos congelables o no perecederos. También logró comprar antibacterial, mascarillas y guantes para todos.
Lo mismo hicieron vecinos, dueños de panaderías y automercados: abastecerse de estos imprescindibles para brindar algo de seguridad y confianza al equipo de trabajo y a los empleados.
Cuando quedarse en casa es un lujo
En zonas acomodadas como el Alto Hatillo o La Lagunita no es extraño que los vecinos instalen internet satelital, que suele pagarse en dólares.
Tampoco es extraño que los hogares cuenten con plantas eléctricas que suplen a Corpoelec, o con tanques de agua que se usan cuando Hidrocapital deja de enviarla por las tuberías.
La casa de Pierina, por ejemplo, posee áreas verdes donde puede tomar algo de sol. Tiene también un gimnasio modesto pero equipado con lo esencial y un jacuzzi.
Pierina sabe que es afortunada. Sabe que un hogar con las comodidades que tiene y un equipo de trabajo que le facilita la vida son lujos en un país donde la mayor parte de la población sufre de pobreza extrema, y tiene miedo. Miedo de que la pandemia profundice, y acelere una crisis que afectará necesariamente a los más vulnerables.
Al final de la conversación, Pierina se repone del miedo al virus y a la incertidumbre de la economía venezolana con la frase con la que preparó a su equipo, mucho antes de que todo empezara:
–Tenemos que ir preparándonos psicológicamente para lo que viene.
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La fe, siempre la fe
La Semana Santa fue atípica en medio de la cuarentena. Las iglesias no olían a sahumerio, ni los vecinos vistieron con batas de color violeta.
Las iglesias tratan de mantener con ánimos a la feligresía transmitiendo la santa palabra por YouTube. El padre Honegger Molina, encargado de medios de la Conferencia Episcopal Venezolana, se encargó de movilizar una réplica del Nazareno, perteneciente a la Iglesia de La Boyera, cuando el recorrido del de San Pablo omitió a la urbanización en su recorrido.
Pasó entonces el Nazareno en una camioneta donde el padre anunciaba su llegada a través de un altoparlante, y los vecinos salían a su encuentro con banderas de Venezuela, pañuelos blancos o de color violeta.
Aún rezan. Aún esperan la misa a las 6:00 en punto de la tarde. Esperan, de alguna manera, que la cruz del Nazareno se enrede misteriosamente en alguna rama, y que repita la hazaña de “El limonero del Señor”. Y se vaya el virus, el mal y todo el peligro.