Los caminantes venezolanos aparecen en medio de la pandemia y sus problemas crecen
Desde mayo cuatro albergues improvisados instalados en la ciudad colombiana de Pamplona para atender a los «caminantes venezolanos», permanecen cerrados por orden de las autoridades sanitarias por la pandemia de covid-19
La emergencia humanitaria compleja que se vive en el país ha obligado a más de 4,7 millones de venezolanos a salir huyendo de su tierra, buscando mejores oportunidades, buscando atención médica o escapando incluso de la delincuencia, así lo ha señalado la Agencias de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), desde donde han calificado esta migración como la más grande de América Latina en los últimos años.
Sin embargo, la pandemia generada por la covid-19, que obligó al cierre de las fronteras, los vuelos nacionales e internacionales, que generó pérdida de empleo a nivel mundial, parecía haber paralizado por un tiempo la huida en masa de ciudadanos venezolanos, pero luego de haber transcurrido siete meses de la orden dada por Nicolás Maduro de cerrar el paso, incluido con el país vecino, los ciudadanos se las ingenian para cruzar a Colombia y emprender un largo y peligroso viaje huyendo de la crisis económica y humanitaria que azota a Venezuela.
Aunque el número de personas que se marcha es menor del que lo hacía en el apogeo del éxodo venezolano, funcionarios migratorios colombianos esperan que 200.000 venezolanos ingresen al país en los próximos meses atraídos por la posibilidad de tener un salario mejor y poder enviar dinero a su país para alimentar a sus familias.
Así lo relató a La Opinión Martha Duque Vera, una líder social de la ciudad de Pamplona en el país vecino, quien desde hace varios años brinda atención humanitaria a los llamados «caminantes» venezolanos.
Ella, fue una de las primera en comenzar a darle alimentos, ropa, y hasta alojo a las mujeres y niños que durante su huida descansaban en un refugio improvisado para migrantes instalado a las orillas del río Pamplonita, iniciativa a la que se sumaron varias personas, lo que generó la creación de cuatro casas de paso.
Pero en mayo de este año el Gobierno de Colombia ordenó el cierre de estos espacios, esto porque no cumplían las normas sanitarias y que podían ser focos de contagios para covid-19, cerrando los albergues temporales de Martha Duque, Vanessa, Douglas y Chirimoya. Desde entonces estos espacios permanecen sin abrir a quienes caminan horas y horas desde la frontera con Venezuela.
A pesar de esta situación la migración venezolana sigue a pasos acelerados, según lo dicho por Marta Duque, entre 300 y 350 caminantes pasas diariamente por Pamplona, pero ya no tiene espacios para descansar o recibir alimentos.
No obstante, los nuevos migrantes se topan con condiciones mucho más adversas que aquellos que se fueron antes de la pandemia. Los albergues siguen cerrados, los conductores son más reticentes a subir a sus vehículos a quienes esperan en la calle y los residentes que temen contagiarse son menos propensos a ayudar con donaciones de comida.
En las noches, todos duermen en los andenes, al pie de un cerro y algunos al costado de la carretera, expuestos a los vehículos pesados.
Los niños, jóvenes y personas adultas deben soportar durante la noche el inclemente frío y muchas veces la lluvia.
“Si no se toman acciones inmediatas, la situación se podría salir de las manos. Van a padecer muchos caminantes al tratar de pasar el páramo de Berlín”, sentenció Martha Duque Vera, quien desde hace varios años brinda atención humanitaria a los caminantes venezolanos.
“Ya no nos están dando aventones como antes”, dijo Anahir Montilla, una cocinera del estado Guárico que se acercaba a la capital colombiana, Bogotá, tras viajar con su familia durante 27 días.
A medida que los gobiernos de toda Sudamérica paralizaban sus economías con la esperanza de frenar la propagación de la covid-19, muchos migrantes se quedaron sin trabajo. Más de 100.000 venezolanos regresaron a su país, donde al menos tenían un techo sobre sus cabezas.
Por trochas y con poco, así cruzan los venezolanos
Hasta la fecha, los cruces oficiales por tierra y puentes a Colombia siguen cerrados, lo que obliga a los migrantes a tomar caminos ilegales a lo largo de la porosa frontera de 2.200 kilómetros con Venezuela. Esas carreteras de tierra están controladas por violentas bandas de narcotraficantes y organizaciones rebeldes como el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
“El reingreso de la población venezolana para Colombia se está dando a pesar de que la frontera está cerrada”, afirmó Ana Milena Guerrero, responsable del Comité Internacional de Rescate, una ONG humanitaria que ayuda a los migrantes.
Muchos se ven obligados ahora a caminar durante días dentro de su propio país para alcanzar la frontera debido a la escasez de gasolina que ha reducido el transporte entre las ciudades.
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Entre los migrantes venezolanos que han llegado en días recientes a la ciudad colombiana de Pamplona se encuentra Jesús Alberto Aguilar, un hombre de 26 años, que perdió una pierna hace un par de años en un accidente de tránsito en su país natal.
Exhausto y sin la posibilidad de seguir avanzando en su recorrido, llegó a la ciudad en busca de un lugar donde descansar, y es que el muñón de su pierna izquierda, en el que encaja su prótesis, estaba hinchado, lo que le impedía volver afincar.
«Voy a descansar uno o dos días más para poder seguir el viaje», dijo entonces, explicando que su meta era llegar «a Pereira, en donde me espera un hermano».
Asimismo, La Nación, registró el caso de Nohemí y Enderson, una pareja de 33 y 27 años respectivamente, quienes llegaron a la ciudad de San Antonio, en el estado Táchira, acompañados por sus tres hijos y cargando consigo el peso de tan solo dos bolsos.
Su objetivo era cruzar a través de una trocha para continuar con su travesía, que comenzó en la ciudad de San Cristóbal y que estaba lejos de terminar.
Esta familia aseguraba no tener miedo de lo que podía pasan, sin embargo, con confianza explicaban que la situación en Venezuela se ha vuelto tan insostenible, que la posibilidad de migrar rondaba desde hace rato por su cabeza, «ya teníamos tiempo pensando esto. Allá tenemos familiares».
Pese al cansancio que reflejaban sus rostros, deseaban poder pasar el miércoles 7 de octubre desde Venezuela hasta Colombia. «Tuvimos la oportunidad de que nos dieran algunos aventones», dijeron a modo de agradecimiento.
Cerca de esta familia, había otro grupo, de al menos diez personas, y con la misma intención: migrar en tiempos de pandemia.
Hasta ahora Colombia es el país que ha recibido la mayor cantidad de migrantes venezolanos, según la Acnur, en la nación vecina se han establecido más de un millón de ciudadanos.
Cuando los migrantes llegan a su destino, una nueva lista de preocupaciones se cierne sobre ellos. La tasa de desempleo en Colombia pasó de 12% en marzo a casi 16% en agosto. Quienes no pueden permitirse pagar el alquiler están siendo desahuciados. Y para complicar aún más las cosas, más de la mitad de los venezolanos en Colombia no tienen estatus legal.
Sin embargo, la posibilidad de ganar incluso menos que el salario mínimo es para muchos un impulso. El sueldo mínimo en Colombia ronda ahora los 260 dólares, muy por encima de los apenas dos de Venezuela.
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Con información de AP