En Venezuela el riesgo de morir es un miedo que está latente en los hipertensos (II)
Según el presidente de la Sociedad Venezolana de Hipertensión, José Andrés Octavio, el mal control de la presión arterial ocupa el puesto número uno de causa de muertes en el país
“Desde hace dos años no tomó ningún tipo de medicamentos para la tensión”, asegura Artemio Fermín, de 71 años, quien por su edad es candidato a sufrir un evento cardiovascular fulminante después de tanto tiempo que sin cumplir con las indicaciones que le había recetado el doctor.
Conoció de su diagnóstico hace cinco años, cuando trabajaba en Los Teques, estado Miranda, y el ambiente laboral se tornó problemático. “Un día me comencé a sentir mal y me tuvieron que sacar para un ambulatorio, ahí me diagnosticaron que era hipertenso y de una vez me mandaron los medicamentos”.
Entre risas y el bueno humor que lo caracteriza, Fermín habla de cómo es vivir con una enfermedad que afecta directo al corazón. «No tomo los medicamentos porque no se consiguen y si se consiguen son demasiado caros y no lo puedo comprar. Me recomendaron tomar unos té y unas yerbas y eso es lo que me ayuda a controlar la tensión”.
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“Con esos precios a mi alcancé no están, yo soy simplemente pensionado, yo ni siquiera tengo jubilación, cobro una pensión al mes que no me alcanza ni para comer, una caja de pastilla cuesta más de lo que yo cobro al mes, entonces no puedo comprarla”, señala para aclarar que no es por no querer que no sigue las instrucciones del cardiólogo.
Como Fermín, se cuentan ya por cientos de miles las personas con problemas de tensión arterial que han abandonado involuntariamente el tratamiento tras encontrarse en un terrible dilema: comer o comprar el tratamiento que les podría salvar la vida.
De hecho, forma parte de esos más de 11.000.000 de venezolanos que padecen de hipertensión arterial, enfermedad que origina que los niveles de la presión en la sangre hacia las paredes de las arterias sea demasiado alta
El anciano dice que “al principio yo los conseguía y se compraban en la farmacia muy fácil. Comenzó el tiempo en el que no se veían y aumentaron los precios, yo empecé a ir a un módulo de Barrio Adentro cerca de mí casa, ahí había una doctora que me tomaba la tensión y la primera vez que la vi me dio una caja de pastillas que me duraban el mes. Comencé a ir todos los meses. Pero un mes después ya no había pastillas. Al siguiente se dañó el tensiómetro y bueno así fue como no dejé los medicamentos”, dice con una voz que deja ver la añoranza por un tiempo que no volverá.
Ni medicamentos ni dieta
Una dieta saludable, baja en sal y ejercicios con regularidad, además de los medicamentos, ayudan a mantener los niveles de presión arterial estables, recuerda el presidente de la Sociedad Venezolana de Hipertensión, José Andrés Octavio.
Pero Artemio Fermín no puede cumplir buena parte de la receta. Asegura que junto a los varios hermanos con los cuales comparte su residencia en La Pastora, en el centro de Caracas, hacen un «pote» para comprar lo que se pueda de comida, que no siempre es suficiente para todos.
“Compramos lo que podamos para el mes”, dice, al explicar que aunque no puede comer grano es lo que “más hay”. “¿Cómo hace uno si caraotas y todos los granos es lo que se puede comer ahorita?, es lo más accesible”, destacó.
Aunque la situación esté difícil y sus ingresos no alcancen para mucho, manifiesta que todo su esfuerzo está centrado en no abusar de los alimentos. «No es lo que uno debiera comer pero es lo que se consigue, sino fuese por eso me muero de hambre”.
Esta historia la padecen más de 8,1 millones de venezolanos, que para el 2017 solo hacía dos o menos comidas al día, de acuerdo con la Encovi, cuyos datos arrojan que seis de cada 10 personas han perdido aproximadamente 11 kilogramos de peso corporal.
Y de los medicamentos, hace rato que Fermín los olvidó. Específicamente desde que en la farmacia le dijeron que el precio de la medicina recetada para la tensión era de 405.000 bolívares. Hoy, esa misma medicina puede costar entre 6 y 32 millones de bolívares, cuando menos el monto completo de un mes de su pensión.
Los jóvenes también sufren
La realidad para Eduardo Pérez es muy distinta. El joven fue diagnosticado con hipertensión a muy temprana edad, se podría decir que apenas comenzó su vida laboral a los 18 años. Hoy, a sus 27, depende de una medicación.
Según comenta, controlar los valores de su presión arterial en una Caracas en caos es algo que va más allá de una buena alimentación y tomar unas píldoras. Evitar el estrés diario es la tarea más difícil. El metro, las camionetas, la escasez de agua, los apagones o una protesta vecinal, forman parte del día a día al que debe enfrentarse, como cualquier caraqueño.
“Cumplo con mi dieta, intento comer verduras y hortalizas, alimentarme lo más natural y sin grasas posibles. Además, la presencia de proteína animal es intermitente en mi hogar”, detalla
Sus medicación es algo que ha «dejado en manos de Dios», señalando que ni a él ni a su madre -que también es hipertensa- les ha faltado nunca las medicinas.
«Tengo familia en el extranjero y entonces desde España nos envían las pastillas, nosotros le decimos las opciones que nos da el doctor y los miligramos y ellos desde allá lo hacen llegar. Pero para ellos eso representa una gran cantidad de euros», dice Pérez.
«También tengo amigos, amigos que se han ido y me dicen ‘por qué sigues en Venezuela, qué necesitas’, y bueno me echan una manito, siempre pido las pastillas, eso ante nada», relata.
Su próxima meta es irse del país. «Desde otro lado me puedo cuidar más mi enfermedad, comer carne y pollo, que es necesario y aquí casi no consumo. Así también me llevo a mi vieja y le doy una mejor vida, yo estoy joven. Ella no solo sufre de hipertensión, también tiene una enfermedad que le afecta los huesos».
«La última vez mí antihipertensivo constó Bs. 1.200.000 y lo conseguí luego de recorrer un par de farmacias en Chacao, pero el de mi mamá si es super complicado, es un medicamento que nunca se encuentra y si lo tienen te quieren sacar los ojos, esa me salió en 25 millones de bolívares el mes pasado».
Pérez asegura que en algunas ocasiones consigue pastillas de un gramaje más alto. «Las picamos a la mitad, nunca no ha faltado, pero y ¿el venezolano que cobra sueldo mínimo cómo hace? ¿los abuelitos? esto no lo aguanta nadie», se pregunta el joven, cuya suerte no es compartida por la mayoría.
Ataque seguro
Según el doctor José Andrés Octavio, el mal control de la hipertensión ocupa el puesto número 1 de causa de muertes en el país.
Para Marina Rodríguez, de 44 años, morir es una posibilidad que le aterra. Trabaja en una entidad pública y vive en el barrio San Miguel de la Cota 905, con sus tres hijos e igual número de nietos.
Hace cuatro meses, la madre le dejó los nietos porque se iría a Colombia a trabajar. Desde entonces solo llama para saber cómo están. El padre de las niñas, su hijo mayor, desapareció extrañamente hace dos años. «Lo busqué por todos lados pero no sé que pasó, se lo tragó la tierra». Desde entonces con su nuera se dedicó a criar a las hijas producto de esa unión.
Su hipertensión nunca estuvo en primer plano. Criar a sus hijos, llevarlos a la escuela y darles comida siempre fue la prioridad. Pero hace poco su cuerpo colapsó. Subiendo las largas escaleras que la conducen a su casa, sintió que su cuerpo desvanecía, no supo más de ella hasta que abrió los ojos en el hospital Pérez Carreño.
«Ahí me dijeron que me había dado un leve accidente cerebrovascular (ACV). No entendía qué era eso, salí del hospital a los dos días con en lado izquierdo de la cara un poco paralizado», comenta Rodríguez, con una expresión que deja entrever que aún no comprende la gravedad de lo ocurrido
Dice que no tiene tiempo ni dinero para gastar en los medicamentos que le mandaron, mucho menos para cumplir con el montón de evaluaciones médicas que le pidió el doctor. «Debo trabajar para mantener a este poco e’niños, sino, quién les va a dar de comer».
No le gusta hablar mucho del tema: su salud no es la prioridad; aunque reconoce que lo realmente importante es mantenerse con buena saluda para «echar pa’lante». Pero la falta de medicinas atenta contra esa posibilidad.
Natural opción
A Omar Pérez (48) tampoco le gusta hablar de sus males pero sí de las causas que le obligaron a dejar los medicamentos. Pese a ya haber sufrido un infarto, dejó de tomar las pastillas contra la hipertensión hace más de tres años. «Cuando empezaron a subir de precio dejé de comprarlas. Eran las pastillas o darle de comer a mi familia», dice el técnico en refrigeración automotriz devenido en taxista, luego de lo cual sigue suelta una retahíla de comentarios en contra del gobierno.
¿La solución? Un diente de ajo en ayunas. «Al levantarme me tomo un diente de ajo con un vaso de agua tibia y la verdad me he sentido bien, la tensión ha estado controlada», comenta, agregando que las yerbas han pasado a ocupar en su casa el sitio que antes era ocupado por los antipiréticos o calmantes del dolor.
Luis Matute también decidió por los medicamentos naturales, y ahora toma a diario una semilla de caoba, que igual le sirve, según los naturistas, para controlar la tensión y la diabetes, los dos males que padece.
«No estamos en contra de los remedios caseros, pero eso no debe interrumpir el tratamiento que sigue una persona por un mal determinado», dice el médico cirujano y especialista en bioquímica Iván Rodríguez, quien señala que para pacientes con enfermedades crónicas como hipertensión, la suspensión puede tener consecuencias fatales por las altas probabilidades de sufrir un infarto fulminante o un ACV.
Ya que no puede ni comprar los medicamentos ni seguir una dieta adecuada, Artemio Fermín intenta mantenerse de buen humor, no angustiarse y tener tranquilidad. “Soy uno de los miles de venezolanos que está en esta situación, uno piensa en quedarse en el aparato (haciendo alusión a morir)”, señala y pone fin a las risas en su cara.
“Como paciente hipertenso y como venezolano le pido al Gobierno que cumpla con la Constitución, con la gente que le dio al país lo que tenía y que necesita una vejez digna. Uno debería durar para disfrutar a los nietos, a los hijos, lo que le queda de vida y ni se puede porque todos se han ido”, finalizó.