Enemigos fantasmas, por Teodoro Petkoff
Que unos policías detengan a unos activistas políticos —para el caso, jóvenes de Primero Justicia— pegando afiches no pasaría de ser un incidente menor, de no existir circunstancias que lo hacen digno de atención.
Que ninguna autoridad superior haya reaccionado la misma noche ordenando la inmediata libertad de los jóvenes, habida cuenta no sólo de la ilegalidad sino también de la ostensible imbecilidad y ridiculez de esa detención, ya es cuestionable.
Que ni el oficial de guardia en la Disip ni el jefe de esta ni el ministro del Interior la misma noche o a la mañana siguiente, ante una novedad que, obviamente, les fue comunicada, no hayan reaccionado, dice mucho del clima de carta blanca que se ha creado en la policía política para hostigar a los partidos de oposición.
Pero, además, que al día siguiente esas mismas autoridades policiales hayan pasado los detenidos a los tribunales, ocupando tiempo y recursos de la República para abrir un juicio por el “delito” de pegar afiches confirma una vez más lo que dijera el sabio Einstein: la estupidez humana es tan infinita como el universo. Tan infinita es que una de las dos juezas ante las cuales fueron a parar los jóvenes, declaró la necesidad de “tomarse un tiempo” para “analizar” la naturaleza de lo que seguramente consideró un peligroso y atípico delito y dejó detenidos a tres de ellos. La otra jueza produjo una variante del apotegma einsteniano: ordenó la libertad de los otros tres pero dictando medida cautelar de presentación ante el tribunal mientras decide sobre el “delito” que calificó de “instigación al odio”.
No queremos magnificar el hecho, pero abuso tras abuso, arbitrariedad tras arbitrariedad, policías con manga ancha para hostilizar a los adversarios del gobierno, jueces complacientes —desde el TSJ hasta los de parroquia— van espesando una perversa atmósfera represiva que envuelve el ambiente político.
Curiosamente, los afiches incautados hacían alusión a la fiesta gringa de Halloween y ese mismo día en su perorata dominical el Primer Antropólogo había hecho unas consideraciones sobre esa costumbre gringa (que, por cierto, la sifrinería criolla ha adoptado como propia, pero este no es el punto). Dijo Yo El Supremo que Halloween forma parte de la “cultura terrorista norteamericana”, porque su propósito es asustar a los niños. Por supuesto, en su entorno nadie se atrevió a llamar su atención sobre tamaño desatino, que sería como tildar de “expresión de cultura terrorista” la fiesta de los Diablos de Yare. Viene a la mente aquel cumpleaños de Rosinés con una piñata y toda la parafernalia de Winnie Pooh.
¿Será casual, pues, el vínculo entre aquella necedad y unos policías y jueces que ven delito en un afiche con la imagen de un fantasma?